• Benjamin Britten en la nueva catedral de Coventry, durante los ensayos del War Requiem.
  • Winston Churchill visita las ruinas de la catedral de Coventry.
  • Benjamin Britten y Heather Harper durante los ensayos del War Requiem.
  • Ruinas de la catedral de Coventry tras el bombardeo de 1940.

 

Música en la Historia: War Requiem de Britten

“El siglo XX no puede concebirse disociado de la guerra”, nos dice Eric Hobsbawm, uno de los más relevantes historiadores de los últimos tiempos, al comienzo de su Historia del siglo XX. Y es que la historia de Europa, y del mundo, se vio marcada en el siglo pasado por los dos conflictos más catastróficos de todos los tiempos. Dos guerras mundiales que dejaron un número de víctimas escalofriante y sin precedentes, y que cambiaron irremediablemente la faz de Europa hasta el día de hoy.

Para Benjamin Britten, la guerra era una realidad palpable. A pesar de no haber participado directamente en la Segunda Guerra Mundial, perteneció a esa generación que tuvo la desdicha de vivir ambos conflictos mundiales y, posteriormente, la siempre presente amenaza de un nuevo enfrentamiento durante los años de la Guerra Fría. Pacifista convencido, se entregó enteramente a la composición, denunciando en numerosas ocasiones todo acto de violencia y, especialmente de guerra, a través de sus obras. Una ideología que se resume de forma magnífica en su obra maestra coral: el Réquiem de Guerra.

 

Una vida por la música y la paz

Las inclinaciones pacifistas de Britten comenzaron a temprana edad. Él mismo afirmó que fueron impulsadas por su maestro y mentor, el compositor Frank Bridge, quien empezó a enseñar música al joven Britten en 1928, cuando contaba con quince años de edad. Las charlas que ambos mantuvieron sobre la I Guerra Mundial fueron definitorias en la formación de una conciencia “anti-violencia” en la mente del Britten adolescente. Por la misma época, escribió para el colegio un ensayo que, aunque debía versar sobre el tema “los animales”, acabó convirtiéndose en una condena de la caza y cualquier otro tipo de conducta violenta, incluida la guerra (sus profesores no supieron qué pensar del asunto y no le pusieron nota).
Posteriormente, el contacto con el grupo de amigos del escritor W.H. Auden, alimentó estas ideas y supuso el desarrollo de una conciencia política en el compositor. Britten había entrado en contacto con este círculo de artistas mediante su trabajo en la General Post Office’s Film Unit, donde había comenzado a trabajar en 1935 por recomendación de la BBC. Su labor en la GPO consistía en la composición de música para documentales, para algunos de los cuales Auden proveyó a Britten de textos escritos que él pondría en música. La mayoría de los artistas e intelectuales de la GPO, incluido Auden, tenían inclinaciones políticas izquierdistas (en una época en que la corriente principal era el conservadurismo). En el caso de Auden y Britten, ambos habían crecido en un ambiente conservador, por lo que su tendencia izquierdista supuso una rebelión, alentada además por la homosexualidad de ambos.

En los últimos años de la década de los 30, la posibilidad de una guerra era cada vez mayor, pues el ascenso del fascismo precipitaba un nuevo conflicto tan solo veinte años después de finalizada la I Guerra Mundial. Es durante esta década cuando Britten empieza a denunciar esta situación a través de su música. Para una persona con la inquietud intelectual y la capacidad emocional de Britten, mantenerse al margen de lo que estaba ocurriendo en Europa no era una posibilidad; probablemente sentía la obligación moral de expresar su posición ante la guerra de la forma en que mejor podía hacerlo: mediante su música. Así, durante estos años, se suceden en el catálogo del compositor una serie de obras de carácter pacifista, como el ciclo orquestal Our Hunting Fathers (1936), con textos de Auden, que, a través de metáforas sobre animales, denuncia la conciencia de superioridad del ser humano y la persecución de los débiles por los fuertes. Le sigue en 1937 una Marcha Pacifista, compuesta para la organización pacifista británica Peace Pledge Union y, en 1939, una nueva obra para tenor, coro y orquesta, Ballad of Heroes, conmemora a los soldados británicos que lucharon junto a la Brigada Internacional en la Guerra Civil Española. El pacifismo estuvo presente desde entonces en la obra de Britten hasta el final de su vida, siendo la última obra que compuso sobre este tema la ópera pacifista Owen Wingrave, en el año 1970.

En el año 1939, ante la inminencia de la guerra, Benjamin Britten y el tenor Peter Pears, (a quien había conocido unos años atrás y que pronto se convertiría en su pareja de por vida) deciden emigrar a América. La situación política fue probablemente la razón principal de su partida, pero también hubo otros motivos como la partida de Auden e Isherwood (también escritor y amigo de Auden) unos meses antes o la mala acogida por parte de la crítica que habían tenido algunas de las últimas obras del compositor. Britten permaneció en Estados Unidos hasta 1942, cuando, a pesar de no haber concluido el conflicto, Pears y él decidieron volver a su país natal. Durante estos años compuso Britten su Sinfonia da Requiem (1940), obra también de carácter antibelicista y que, en muchos sentidos, se puede entender como un preludio a su War Requiem (si bien ambas obras están separadas por más de veinte años).
Para evitar luchar en la guerra, a su vuelta a Inglaterra, Britten tuvo que presentarse ante un tribunal, donde se declaró objetor de conciencia. El 4 de mayo de 1942 realizó ante dicho tribunal una declaración afirmando:

Puesto que creo que en cada hombre está el espíritu de Dios, no puedo destruir, y siento que es mi obligación evitar ayudar a destruir la vida humana… Toda mi vida la he dedicado a actos de creación (siendo de profesión compositor) y no puedo tomar parte en actos de destrucción… Creo sinceramente que la mejor manera en la que puedo ayudar a mi prójimo es continuando con el trabajo para el que estoy más cualificado por la naturaleza de mis dones y entrenamiento…

Efectivamente, el tribunal le permitió seguir dedicándose a su profesión, siendo liberado de sus obligaciones militares, por lo que Britten pasó el resto de la guerra componiendo y dando conciertos junto a Peter Pears.

 

“The pity of war, the pity war distilled.”
Wilfred Owen: Strange Meeting

La noche del 14 de noviembre de 1940, mientras Britten y Pears aún estaban en América, la Catedral de Coventry fue destruida por un bombardeo de la Luttwaffe. La decisión de reconstruir dicha catedral se tomó con la idea de convertirla en un símbolo de recuperación y fe en el futuro, comenzándose las obras en 1956. Dos años después, la comisión encargada de la reconstrucción encargaba a Britten una obra coral para la inauguración del nuevo templo, obra que habría de ser el Réquiem de Guerra. Britten era la elección más obvia para un acontecimiento de este tipo puesto que, a pesar de que su música no era del todo aceptada en los años previos a su partida a EEUU, después de la guerra se había convertido en el compositor de mayor fama de Gran Bretaña. Catapultado gracias a óperas como Peter Grimes (1945), The Rape of Lucretia (1946) o Billy Budd (1951), Britten era ahora el número uno en la lista de los compositores británicos. No sabemos si la comisión tuvo en cuenta también la ideología pacifista de Britten a la hora de encargarle la obra, pero desde luego este es un hecho que no sólo influyó, sino que supuso la base de toda la obra que estaba por realizar.

Cuando Britten inició la composición de su réquiem, habían pasado ya dieciséis años desde el final de la guerra. La reconstrucción de la catedral de Coventry era, como hemos dicho, un signo claro de recuperación y la guerra comenzaba a verse como algo lejano. Sin embargo, en 1961, en plena Guerra Fría, la posibilidad de un nuevo conflicto no era algo descabellado. El hecho de que hubiera una base de las fuerzas aéreas americanas a tan sólo cinco kilómetros de la casa de Britten en Aldeburgh, era un recordatorio permanente de que la paz no era una garantía. En esta atmósfera de permanente temor compuso Britten su War Requiem; quizá fue este el motivo de que el resultado final fuera de una música tan perturbadora y angustiosa, que lejos de la idea de ofrecer un descanso a los caídos, remueve las heridas y el dolor de lo vivido de una forma apabullante.

El War Requiem de Britten sigue, en parte, la tradición de las grandes obras maestras de este género que nos brindaron a lo largo de la historia compositores como Mozart, Verdi o Fauré. La puesta en música de los textos latinos de la Misa de Réquiem se sirve de elementos típicos de la música religiosa anterior a su tiempo y bebe (en opinión de algunos expertos demasiado) de sus predecesores. No hay más que comparar el retorno al Dies Irae en el Libera Me de la obra de Britten con el propio Dies Irae del réquiem de Verdi para ver que las similitudes son enormes. Por supuesto, esto es algo de lo que Britten era plenamente consciente; es más, esa era precisamente su intención. Sin embargo, el réquiem de Britten, a la vez que asume el pasado del género, rompe radicalmente con él, y lo hace de una forma excepcional. Al empleo de los textos de la misa latina de réquiem, añade nada menos que nueve poemas del poeta inglés Wilfred Owen, quien describió en sus textos los horrores de la I Guerra Mundial. Estos poemas fueron escritos de hecho mientras el propio Owen luchaba en la guerra (murió en combate una semana antes de que finalizara el conflicto), por lo que el testimonio es de un valor incalculable. Britten tenía, además, varias cosas en común con Owen, lo que puede que empujara al compositor a elegir su obra para esta ocasión. Se sabe que Owen era también homosexual y que tenía ideas pacifistas, si bien su implicación en la guerra mezclada con una ideología patriótica no dejan muy claro hasta qué punto el poeta abogaba por la paz.
Es la forma en que Britten pone en música los poemas de Owen, lo que hace de su réquiem una obra única. En contraste con la gran orquesta, el coro, el coro de niños y la soprano solista, que se encargan de las partes de la misa; los poemas son ejecutados por una orquesta de cámara paralela y dos solistas, un tenor y un barítono que representan respectivamente a un soldado inglés y uno alemán. Aquí sí, la música es puro Britten. Una música expresionista, casi minimalista en ocasiones, que busca una representación lo más realista posible del horror y la angustia que llenan los textos. Una especie de comentario paralelo al texto de la misa que contradice todo lo que se ha dicho, todo lo que la tradición y la rigidez de la misa de réquiem tradicional quieren transmitir.
La obra se convierte en una denuncia, en una condena de las atrocidades de la guerra, de cualquier guerra habida y por haber. La tradición del réquiem busca ofrecer el descanso eterno… “Dales el descanso eterno, Señor; Y que la luz perpetua brille sobre ellos.” Pero, ¿cómo es esto posible cuando las heridas de la guerra aún están abiertas, cuando la amenaza de más muerte está a la vuelta de la esquina, cuando el mundo entero aún se convulsiona por la pérdida de millones de almas? La música habla por sí sola. Incluso sin conocer el contexto, uno no puede escuchar el War Requiem y sentirse indiferente, resulta abrumador. Britten, como para liberar al oyente de esta angustia, nos ofrece una leve esperanza en la resolución del acorde final de la obra, que aparece como un rayo de luz entre las tinieblas. ¿Quizá no todo está perdido?

El estreno del War Requiem en la Catedral de Coventry el 30 de mayo de 1962 fue un éxito absoluto. Incluso antes del estreno, los periódicos ya la anunciaban como la gran obra maestra del compositor. Como símbolo de la paz alcanzada tras la II Guerra Mundial, Britten quiso que los tres solistas del estreno fuera de nacionalidad inglesa, alemana y rusa, respectivamente. Por ello, las partes de tenor y barítono fueron destinadas a Peter Pears y a Dietrich Fischer-Dieskau. La parte de soprano iba a ser interpretada por la rusa Galina Vishnevskaya, pero las autoridades soviéticas no le permitieron salir del país, lo que es una muestra más de las tensiones políticas del momento. Finalmente, su parte fue asumida por Heather Harper. Para el estreno, el propio Britten dirigió la orquesta de cámara y a los dos solistas masculinos, mientras que Meredith Davies se encargó de la dirección del resto de intérpretes. La grabación de DECCA que salió al mercado al año siguiente (y que esta vez sí reunió al reparto original) vendió nada menos que doscientas mil copias ¡en sólo cinco meses!, convirtiendo al War Requiem en una de las obras corales más populares de la historia musical inglesa.