Norma Callas 

Norma, el mito

Sobre la ópera de Vincenzo Bellini

Resulta difícil de creer que el estreno de Norma, el 26 de diciembre de 1831 en el Teatro alla Scala de Milán, no supusiera más que un éxito moderado, teniendo en cuenta el papel que esta ópera juega actualmente dentro del repertorio. Más difícil habría sido, sin embargo, conseguir un éxito rotundo con un elenco de cantantes mejorable en el sector masculino, una protagonista que se encontraba por debajo de sus capacidades, y un sector del público interesado en que ésta fracasara. Lejos quedó, a pesar de todo, del “Fiasco! Fiasco! Fiasco!” que Bellini declaraba en una carta a su amigo Francesco Florimo, carta que ha resultado (como tantas otras del compositor) ser una falsificación realizada por este último, quizá con un afán sensacionalista. 

Sí es cierto que los cantantes llegaron al estreno arrastrando varias semanas de duro trabajo y tras haber ensayado el segundo acto completo esa misma mañana. El trío protagonista, encarnado por la gran Giuditta Pasta (que debutaba en La Scala) como Norma, Giulia Grisi como Adalgisa y Domenico Donzelli como Pollione, hubo de afrontar el agotador finale del primer acto sin apenas fuerzas restantes, lo que contribuyó a una recepción más bien fría de la primera parte del espectáculo. Se dice también que una ferviente defensora de Pacini (principal rival de Bellini), la condesa Samoyloff, había pagado a una parte del público para que abucheara la obra y que el duque Carlo Visconti di Modrone había hecho lo propio con los críticos para posicionarlos en contra de Giuditta Pasta. Sea como fuere, las cosas mejoraron en el segundo acto, con el elenco más descansado tras el intermedio, y la función pudo finalmente despegar. Fue en las siguiente funciones y, especialmente, al año siguiente, en Bérgamo, con la partitura ligeramente revisada, cuando Norma se entendió por fin como lo que ahora es: una obra de arte excepcional, cumbre absoluta de su estilo que posiciona a Bellini como el creador de un auténtico mito operístico.

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El reparto original de Norma en 1831: Domenico Donzelli como Pollione, Giulia Grisi como Adalgisa y Giuditta Pasta como Norma.

Y es que hay algo en Norma que la convierte en icono. O quizá hayan sido sus intérpretes, desde la propia Giuditta Pasta o María Malibrán a Montserrat Caballé, pasando por Joan Sutherland o, por supuesto, Maria Callas (todas ellas icónicas en sí mismas), las que le han otorgado ese halo de misticismo que es hoy día indisociable de la obra maestra de Bellini. Es desde luego una ópera en la que el éxito o fracaso de su interpretación recae casi únicamente en la habilidad canora y actoral de su protagonista. Quizá así lo pretendía Bellini, o puede que fuera resultado inevitable de contar con la más grande soprano europea del momento. El genio dramático de Giuditta Pasta, que ya había colaborado con Bellini creando los personajes de Imogene en Il Pirata y Amina en La Sonnambula, era continuamente alabado por público y crítica. La soprano estaba dotada, nos dicen, de una naturalidad excepcional a la hora de actuar, acompañada de una voz de flexibilidad y extensión prodigiosas (aunque curiosamente pecaba de problemas de afinación).

Siendo la Pasta y Bellini buenos amigos (hasta el punto de que el compositor se planteó durante un tiempo casarse con la hija de los Pasta, Clelia) no es descabellado pensar que la influencia de aquella debió de ser importante durante la composición de la ópera, llevada a cabo de septiembre a noviembre de 1831. Es difundida la idea de que la soprano hizo reescribir a Bellini hasta ocho veces la Casta Diva, hasta hallar una versión que verdaderamente le hiciera justicia y le permitiera lucir todas sus habilidades técnicas. Ello no impidió que el día del estreno el aria hubiera de bajarse un tono (de Sol Mayor a Fa Mayor), ante la incapacidad de la diva para cantarla en la tonalidad original. Posteriormente, el aria se ha seguido cantando habitualmente en la tonalidad más grave, salvo excepciones como la de Joan Sutherland. 

Es Norma un rol que aúna en sí mismo dificultades tanto vocales como dramáticas, una exigencia interpretativa que lo ha convertido en el papel por excelencia de toda soprano que pretenda alcanzar la cima de la profesión, en una especie de Meca del bel canto, una auténtica prueba de la cual sólo han salido airosas intérpretes verdaderamente excepcionales. No hemos de olvidar que Maria Callas, principal exponente del resurgimiento del título en la segunda mitad del siglo XX, eligió Norma para sus debuts en el Covent Garden y el Metropolitan, a pesar de (o precisamente por) considerarlo uno de los roles más duros que había interpretado: “Isolda no es nada en comparación con Norma”, fueron palabras de La Divina. También María Malibrán, sucesora inmediata de la Pasta, (junto a Giulia Grisi, Adalgisa en el reparto original), eligió Norma para debutar en La Scala, consciente de que éste era terreno indiscutido de Giuditta Pasta y los “pastistas”. Ya entonces, triunfar con Norma era triunfar en la ópera, y así se sigue entendiendo a día de hoy. 

Dramáticamente, Norma es un personaje tremendamente complejo. Felice Romani, libretista y colaborador habitual de Bellini, la hace diferir en algunos aspectos de aquella  mujer vengativa, que acaba perdiendo la cabeza y matando a sus hijos, dibujada en la obra de teatro de Alexandre Soumet estrenada en París en ese mismo año de 1831, y en la que se había basado para el libreto. Norma siente sobre sus hombros el peso de un pueblo oprimido por los romanos, un pueblo al que debe guiar hacia su libertad pero al que traiciona ofreciendo su amor al enemigo. Supedita a este amor el bienestar de los suyos postergando la guerra que expulsará a los romanos de sus tierras. Norma encarna una dualidad. Por un lado la Norma sacerdotisa, la mujer que se sabe guía y en parte dueña de los destinos de sus compatriotas, la que entona una Casta Diva sublime, deliciosa y regia, una plegaria celestial que extiende sobre su pueblo un manto de esperanza. Por otro, la Norma mujer, la que se deja llevar por su fuego interior, por sus ansias de venganza, por su amor por Pollione, ese amor que la hizo traicionar sus votos, ese amor que ahora ha perdido y cuyo regreso suplica en el Ah! Bello, a me ritorna.

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Giulia Grisi como Norma

La duda persigue a Norma durante toda la ópera. Como mujer fuerte y poderosa duda entre el amor por Pollione y el amor a su patria. Como madre, duda entre aferrarse a sus hijos o llevar a cabo una venganza que borraría de golpe todos los errores de su pasado, una venganza demasiado terrible que, afortunadamente, no es capaz de ejecutar. Entre todo ello, su relación con Adalgisa se perfila también como una relación cambiante, demasiado afectada por la inconsciente traición de ésta hacia su superior y por haberse visto sustituida por ella. Pero la nobleza de su carácter prevalece sobre todo lo demás; sobre la traición, los celos y la ira. Y, finalmente, en vez de venganza, elige el sacrificio.

El verdadero reto de Norma consiste en expresar toda esta amalgama de sentimientos encontrados sin afectar al desarrollo musical, puesto que la exigencia vocal del papel es tremenda. Bellini recurre constantemente a los extremos de la tesitura de soprano, exige de ella los más sutiles matices de expresión, un legato perfecto y un fiato espectacular para esas frases interminables tan características de la Casta Diva o de ese sublime dúo con Adalgisa en el segundo acto (Mira, o Norma), por citar algunos de los momentos más destacados. Pero también exige fuerza, sonoridad y poder vocal en los pasajes dramáticamente más exaltados, como puede ser el terceto final del primer acto, en el que la protagonista acaba de descubrir que el romano que ha seducido a Adalgisa no es otro que su amado Pollione. 

En resumidas cuentas, no es necesario decir que la creación de Bellini tiene más que merecido su status actual dentro del repertorio belcantista y de la ópera en general. Por un lado, Norma es bel canto en el sentido estricto de la expresión. Norma es belleza, melodía y voz. Por otro, es también drama, emoción y realidad. Un conjunción perfecta que la convierte en reto para sus intérpretes y en delicia para sus espectadores.