BillyBudd TeatroReal 2017B 

Las entrañas del mar

Madrid. 22/02/2017. Teatro Real. Britten: Billy Budd. Jacques Imbrailo, Toby Spence, Brindley Sherrat, Thomas Oliemans, David Soar, Torben Jürgens, Christopher Gillet, Duncan Rock, Clive Bayley, Sam Furness, Francisco Vas, Manel Esteve, Gerardo Bullón, Tomeu Bibiloni, Borja Quiza, Jordi Casanova, Isaac Galán. Dir. de escena: Deborah Warner. Dir. musical: Ivor Bolton.

Hacía tiempo que el Real no presentaba un espectáculo tan bien concebido. Quizá desde Muerte en Venecia, precisamente otro título de Britten, compositor tan querido a Joan Matabosch, quien sin duda mima de forma especial cada obra del compositor británico que programa. Fue precisamente un Britten, entonces Peter Grimes, el que dejó en 1997 un imborrable recuerdo en el reabierto Teatro Real, con Antonio Pappano a la batuta. Britten es pues una suerte de amuleto que va jalonando los pasos del Real en una andadura complicada, llena de luces y sombras. De hecho, este Billy Budd es lo único verdaderamente memorable de lo que llevamos de temporada.

El Teatro Real de Madrid ha estrenado una coproducción que se verá más tarde en París, Helsinki y Roma. Estas funciones han supuesto también el estreno en el Real de este título de Britten, nunca antes representado en Madrid. La propuesta escénica y el foso confluyen en un espectáculo redondo, sin fisuras, que mantiene la tensión de principio a fin de la representación. El trabajo de Deborah Warner es ejemplar: no hay instante sin fuerza, nada es superfluo, nada se antoja redundante o prescindible; hay una recóndita y amarga poesía en todo lo que se ve en el escenario. La suya es una óptica literal y casi naturalista, pero sumamente inteligente e intensa.

La fabulosa escenografía de Michael Levine -colaborador habitual de Robert Carsen, entre otros directores de escena- afianza la propuesta, con una maquinaria que muestra los dos planos, el de los oficiales y el de los marineros, claramente diferenciados y en una tensión sin resolver. El Indomitable, esa suerte de humanidad reproducida en miniatura, asfixiante y encerrada sobre sí misma, encuentra en el escenario del Real su perfecta reproducción, con sogas que recrean el bamboleo del navío y espléndidas transiciones entre unos cuadros y otros, haciendo pie en los interludios orquestales de Britten. La soberbia iluminación de Jean Kalman remata la propuesta, creando espacios por doquier, en un trabajo ejemplar a todos los niveles.

Algunos cuadros e imágenes no se olvidan facilmente: la despedida de Vere y Billy Budd tras el juicio, el zarandeo final a los almirantes, el coro de marineros balanceándose de un lado a otro o la primera ocasión en la que el suelo se levanta para dejar entrever el piso inferior, bajo la cubierta, donde se amontonan los marinos. Billy Budd es una historia de destrucción y redención, amarga y desasosegante, y todo ello se materializa en este trabajo. La pureza y la bondad insobornables del protagonista encuentran también su lugar, con una dirección de actores que apunta por instantes los ecos de la figura de Cristo en el destino de Billy Budd y sin renunciar asimismo al hilo implícito acerca de la homosexualidad que atraviesa la relación entre Claggart y Billy Budd. Ternura y violencia, una amarga belleza, Britten al fin y al cabo.

El trío protagonista, sin ser perfecto, es sólido y apuntala la representación, con unos personajes muy bien delimitados en sus conflictos por la mano de Deborah Warner. Jacques Imbralio lo tiene todo para ser un protagonista ideal: desde el físico hasta la naturaleza del instrumento, todo en él confluye en una personificación absoluta del personaje, irradiando verdadera bondad, una inocencia a flor de piel. La emisión quizá no sea tan dúctil y firme como debiera, dejando entrever algún instante de fatiga y brillando más en los pasajes íntimos que en los encendidos. Lo cierto es que su personaje conmueve y convence de principio a fin.

Toby Spence compensa con oficio y un fraseo incisivo un timbre que muestra ya síntomas evidentes del paso del tiempo, con menos luz y menos limpieza en la emisión. Nada alarmante, ni mucho menos; el retrato inseguro y atormentado del Capitán Vere encuentra en su caso un eco sumamente verosímil. Brindley Sherrat incardina su Claggart en la mejor tradición, en la que han destacado las interpretaciones de colegas como John Tomlinson o Eric Halfvarson. En su caso, el retrato de Sherrat personifica la banalidad del mal de la que nos habló Hannah Arendt. No es un ogro, no es un villano superficial, es un hombre inseguro, acomplejado y que recubre de violencia su incapacidad para resolver sus conflictos interiores.

Del extenso equipo que completa el reparto destacan el Dansker de Clive Bayley, despectivo pero tierno; el Mr. Redburn de Thomas Oliemans, sonoro y un punto heroico; y Duncan Rock como Donald, en una actuación vigorosa. Y por supuesto el extenso equipo de comprimarios españoles de impecable factura e intachable compromiso con la producción: Francisco Vas, Manel Esteve, Gerardo Bullón, Tomeu Bibiloni, Borja Quiza, Jordi Casanova e Isaac Galán. 

Ivor Bolton no había firmado un trabajo tan convincente y redondo hasta la fecha en el Teatro Real. Su labor es consistente desde cualquier punto de vista, sabedor de hasta dónde es posible llegar con esa orquesta, a la que se escuchó mejor que en El holandés errante, por ejemplo, aunque todavía con un importante margen de mejora (singularmente en las cuerdas, que siguen sonando anónimas y faltas de cuerpo). El coro del Teatro Real volvió a hacer gala de un material exultante, no siempre bien domeñado, algo ajeno por momentos al lenguaje de Britten, aunque con un elogiable desempeño escénico, comprometidos de forma evidente con la producción.