Thais LA Opera 

Las delicias de Thaïs

Aunque cueste creerlo, hay vida más allá de la Meditación de Thaïs. De hecho, hay una ópera. Y una ópera con momentos de una gran belleza. Massenet era ya una celebridad cuando se decidió a escribir Thaïs, a partir de la novela de Anatole France. Manon se representaba constantemente, tanto en Francia como por toda Europa, convirtiéndose en un auténtico fenómeno de masas, mientras su Werther empezaba una andadura más tortuosa pero que, con el tiempo, la consolidaría como obra del gran repertorio. Ambas óperas constituyen el gran legado de Massenet o, al menos, son las obras que han conseguido superar la implacable prueba del paso del tiempo. 

Pero la producción operística de Massenet es extensísima, de más de treinta títulos, y aunque la calidad de estos es desigual, tras la sombra de estas dos obras maestras se esconde un ramillete de títulos interesantes, con momentos sumamente inspirados, entre los que podemos citar su Don Quichotte a partir del texto de Jacques Le Lorraine, su Esclarmonde de tintes wagnerianos, Le portrait de Manon o Herodiade, que comparte con Thaïs la fascinación por el exotismo.

Thaïs se estrena en 1894, en su primera versión, con éxito relativo. Massenet la compone para lucimiento de la soprano Sybil Sanderson, a la que había conocido años antes en uno de los salones del "Tout Paris" cuando la cantante californiana contaba con tan solo 22 años. Fascinado por las dotes vocales y dramáticas, así como por su belleza, Massenet escribe para ella Esclarmonde, un papel vocalmente endemoniada que convierte a Sanderson en una estrella de la noche a la mañana. Con el tiempo, la cantante se convierte en la Manon de referencia y, años después, cuando ya es la gran estrella de la Opéra-Comique, aparece el proyecto de Thaïs.

En un primer momento, el proyecto es destinado a la Opéra de la Salle Favart, pero diferencias entre la diva y la dirección hacen que Sanderson abandone la Opéra-Comique, no sin cierto escándalo, y se enrole en la compañía de la Opéra de Paris. Este paso a la competencia comporta ciertos cambios en la partitura a causa de las exigencias tradicionales de la Opéra del Palais Garnier, muy especialmente por la inclusión obligatoria del ballet. Posteriormente, ya en el 1898, la obra se repondría con el formato que ha llegado hasta nuestros días y con una respuesta mucho más positiva por parte de público y crítica.

Producto paradigmático de la fiebre estética orientalista que asoló Europa, y muy especialmente, los principales países colonialistas como Francia y Gran Bretaña, la obra narra la historia Thaïs, cortesana de Alejandría que acaba abrazando la fe cristiana incipiente (la obra está situada en el siglo IV) y muriendo en un convento en loor de santidad, convirtiéndose después en Santa Thaïs. La historia procede de la literatura ascética oriental y es recuperada en el siglo X por la religiosa sajona Hroswitha de Gandersheim, considerada la madre del teatro alemán, que convierte esta historia moral en texto teatral. Posteriormente se suceden diversas versiones hasta que, al París del siglo XIX, llega a través de la pieza teatral de Charles Magnin.

En este formato es como la conoce Anatole France, que la convierte en novela filosófica ya que en ella encuentra temas recurrentes en su literatura, muy especialmente su desdén crítico por la religión. A France se le atribuye la frase: "Sólo tengo dos enemigos, la religión y la castidad". Y precisamente de ello habla su novela, que se centra en la relación entre Paphnuce, un cenobita asceta que se impone la misión de salvar el alma de la cortesana más popular de Alejandría, y Thaïs. Finalmente ella abrazará la fe, pero el religioso acabará sucumbiendo a los encantos de Thaïs y afirmando que sólo existe un amor auténtico, y no es el amor a Dios, sino el amor entre los hombres, el amor carnal.

Se trata, pues, un instrumento ideal para dar rienda suelta a las obsesiones de France, que en el centro de la novela sitúa un debate filosófico entre las diferentes escuelas clásicas, influencia evidente de Las tentaciones de San Antonio de Gustave Flaubert. Massenet y su libretista, Louis Gallet obvian, en el libreto de la ópera, el elemento filosófico así como la ironía volteriana que destila la novela, para construir un melodrama pasional entre estos dos personajes. Gallet, excelente escritor y libretista que colaboró también con Bizet en su hoy olvidada Djamileh, escribe un texto en lo que él denominó "Poésie melique", un tipo de prosa poética que permite a Massenet escribir grandes frases musicales sin sentirse encorsetado por una métrica rígida.

Gracias a este texto, Massenet escribe una obra un tanto irregular, pero con momentos de gran inspiración e intensidad dramática. No era Massenet compositor de grandes estructuras musicales, hecho que él mismo aceptaba sin complejos, pero sí era un creador de grandes momentos músico-dramáticos y, en Thaïs, aquí y allá, encontramos algunas muestras de este talento.

Como los inspirados acordes ascendentes iniciales que desembocan en una amplia y hermosa frase que nos sitúa, con una encomiable sencillez de medios, en la comunidad cenobita del desierto de Tebas. O la exuberancia del acompañamiento orquestal que acompaña la aría de Athanael (afortunadamente, Gallet y Massenet le cambian el nombre a Pafnuce) "Voilà donc la terrible cité" en la exultante tonalidad de mi mayor. Otra muestra de su talento y de sus recursos músico-dramáticos es el breve diálogo entre Nicias, el tenor, y Thaïs en la primera aparición de ésta. La repetición, por parte de ambos amantes de la inspiradísima frase "Nous nous sommes aimé une longue semaine" en diferentes tonalidades es uno de esas miniaturas de una sensualidad y una poesía apabullantes. Por no hablar de la celebérrima Meditación religiosa de Thaïs, centro neurálgico de la obra y una de esas piezas que, en su aparente sencillez, esconde una complejidad que denota el talento de un gran músico, o "La course dans la nuit", otro fragmento orquestal lleno de vigor dramático que expresa la desesperada carrera de Athanael para llegar a ver, aún con vida, a su amada Thaïs.

Es posible que Massenet no sea un genio ni uno de los grandes operistas de todos los tiempos, pero lo que es indudable es que, en todas y cada una de sus obras, encontramos momentos y situaciones que nos revelan a un auténtico maestro del teatro musical.