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Ewa Podles: “Me encanta morir en escena”

Ella es la contralto por excelencia. La polaca Ewa Podles es un fenómeno vocal sin parangón, reconocido donde quiera que ha actuado en estas cuatro décadas de trayectoria profesional. Con La fille du régiment regresa ahora una vez más al Liceu, donde ha cantado nada menos que diez producciones distintas.   

Ha visitado numerosas veces el Liceu. Conoce bien la audiencia en Barcelona, ¿qué tiene de particular cantar aquí? ¿Qué significa para usted este teatro?

Me siento muy feliz aquí, verdaderamente como en casa, sin nervios. Sé que el público me conoce muy bien, hace mucho tiempo. El otro día me enseñaron una lista con todas las funciones que he hecho aquí, desde los años ochenta: diez producciones diferentes. Para mí el Liceu significa tanto como el teatro de mi cuidad natal, en Varsovia. La audiencia en el Liceu es cálida, transmite confianza, se entrega siempre. En Barcelona me gusta todo: el teatro, la gente, el clima, la comida… Soy feliz cantando aquí. Tengo recuerdos buenísimos de esta ciudad. Sabe, hace ya más de treinta y cinco años, con mi marido, pasamos más de doce horas comiendo en Los caracoles, un mítico restaurante aquí. Lo probamos todo, cada plato. Iban a cerrar pero mantuvieron abierto para nosotros, repasamos toda la carta (risas). ¿Se lo puede imaginar? Doce horas allí, comiendo y bebiendo (risas). ¿Y sabe cuánto pagamos por todo ello? ¡100 dólares! ¿Lo puede creer? Hace más de treinta años de aquello, pero fue increíble. Hoy Barcelona ha cambiado mucho: es más cara, hay más turismo, pero el encanto de la ciudad en algunas cosas sigue siendo el mismo.

¿Recuerda su primera vez en Barcelona? Creo que fue en 1981.

Así es, para el Concurso Viñas. Gané el segundo premio. ¿Y sabe quién ganó el primer puesto? Nadie le recuerda (risas). Espero no sonar cruel, pero los concursos son así: a menudo los gana gente que después desaparece de un día para otro. Y cantantes que han quedado en posiciones inferiores terminan haciendo carreras largas y duraderas. 

Y de estas diez producciones que ha cantado aquí, ¿de cuál tiene un mejor recuerdo?

Tengo un recuerdo maravilloso de la Cornelia de Giulio Cesare de Händel, en la producción de Herbert Wernicke. ¡Qué maravilla de producción! Qué grandes ideas, qué claridad…

Regresa ahora a Barcelona con una producción también ya mítica, La fille du régiment de Laurent Pelly.

Así es. Sabe, he cantado este título ya muchas veces, en varias producciones. A menudo están bien, es un título con el que es difícil equivocarse, pero este trabajo de Pelly tiene algo especial, es cómica pero con un encanto singular.

En alguna vez creo haber leído que prefiere los roles dramáticos a los cómicos.

Bueno, en realidad disfruto con los dos, me siento cómoda con ambos, pero sí es cierto que me encanta morir en escena (risas). Creo que tengo un temperamento más dramático que cómico, me llaman las grandes emociones, los grandes sentimientos, la sensación de entregarme con toda mi alma y todo mi cuerpo a un papel, a una situación.

¿Por eso adora cantar Klytaemnestra en la Elektra de Strauss?

¡La adoro! Qué fuerza tiene ese papel, qué mujer… Descubrí el papel tras haber cantado mucho barroco y belcanto. Estaba cansada ya de dar prioridad a la línea vocal sobre el texto. Eso pasa a menudo con las óperas de ese periodo. Por eso encontrar algo nuevo, algo con la fuerza dramática de la Elektra de Strauss, fue como una revelación. Poder recitar ese texto, con esa música tan sofisticada… Ich habe keine guten Nächte (entona este pasaje). Durante toda mi vida, cuando cantaba un repertorio más ligero, empleé mi voz con gran cautela, cuidando mucho el instrumento. Pero tras cantar ese repertorio cientos de veces, llego un momento en el que necesitaba otra cosa, dejarme ir de alguna manera. Mi madre era cantante y también mi hermana, diez años mayor que yo, hasta que perdió su voz a causa de malos maestros de canto. Me hizo tener mucha cautela, me hizo ver que tenía una valiosa, grande y bella voz de contralto y ese era un don que debía cuidar.

Decía ahora que le gusta morir en escena, ¿cuál es su muerte preferida del repertorio?

Me encanta morir en escena en Tancredi. En Madrid hicieron las dos versiones, la del final feliz y la trágica. Yo me pedí hacer la trágica, quiero morir en escena (risa). La gente lloraba, sabe. Sé que suena frívolo decir que me gusta morir en escena, pero si se piensa en serio es algo tan grande, algo tan hondo y trascendente y a la vez tan hermoso.

Lleva cuarenta años de carrera. ¿Cambiaría algo de lo que ha hecho hasta ahora o está satisfecha con cómo han ido las cosas?

Después de todo este tiempo tengo clara una cosa: mi carrera hubiera sido completamente distinta en el caso de haber nacido en Italia o en Rusia, por ejemplo. En Polonia tenemos fantásticos cantantes pero tenemos grandes dificultades para convencer de nuestra valía al circuito internacional. Ahora están ahí Piotr Beczala, Mariusz Kwiecien, Aleksandra Kurzak… claro que sí, pero hace treinta años la situación era mucho más difícil para nosotros. Sobre todo por la situación política, el mundo era otro… Ahora las fronteras están abiertas, es más fácil salir y buscarse la vida. Hoy todo eso es más fácil, hay más oportunidades… 

¿Y el patrimonio lírico polaco, se va recuperando y reconociendo?

En realidad tampoco es tan amplio. Los checos, por ejemplo, cuentan con Smetana, Dvorak, Janacek… En Polonia apenas cabe mencionar a Moniuszko y Szymanowski. Poco a poco se van difundiendo, sí.

¿Le queda algún rol por cantar, algo que no haya tenido ocasión de abordar?

Empecé con papeles de jovencita hermosa y ahora doy voz a todas las brujas posibles (risas). Hice realmente todo lo que quise hacer, de verdad, incluso mucho más de lo que pude pensar hace treinta años. He cantado cosas que nunca imaginé, como Eboli o Erda, el Requiem de Verdi… Fui muy cautelosa con los papeles dramáticos, esperé mucho. Mi carrera fue despacio. A los jóvenes siempre se lo digo: si tienes dudas, recházalo, no va a pasar nada; pasará algo en cambio si cantas algo para lo que no estás preparado o con lo que no te sientes seguro. Hay papeles que requieren experiencia, oficio, una voz en la que se perciba el paso del tiempo. Hay papeles que necesitan voces ya maduras, cantantes mayores pero con voz.

En este sentido, imagino que llegar a cantar Wagner, viniendo de donde venía, significó algo extraordinario para usted.

Bueno, al final es música, “simplemente” música. Y toda ella la he cantado y la canto con la misma voz, la voz que tengo. No me preparo de forma distinta para cantar Wagner o Rossini. La clave de todo está en cantar con tu voz, de forma natural, sin fingir nada que no tengas. Nunca he cruzado la línea roja. Nunca di un paso en falso. He dicho que no muchas veces. Me han propuesto muchos papeles para mezzo que no eran para mí. Soy una contralto. Por ejemplo con Éboli, percibí que el papel completo era muy exigente para mí. Ningún problema con las arias principales, pero el papel completo me cansaba. No pasaba nada, no era un problema, pero no quise repetirlo.

"Nunca he cruzado la línea roja"

¿Hay alguna otra voz genuina de contralto ahora mismo en activo?

La voz de contralto era mucho más típica en el siglo XIX que hoy. Se ha convertido en una rareza. Muchas veces identifican a una cantante como contralto y en realidad es una soprano corta, nada más. Una contralto tiene que tener el registro grave de un barítono y el registro agudo de una soprano, pero con flexibilidad para moverse por un mínimo de tres octavas de tesitura. Una contralto no debe sonar oscura y como un ogro. Realmente no conozco a nadie hoy que tenga una genuina voz de contralto: hace falta un color, un timbre, una oscuridad y un brillo particulares… Desde el siglo XIX se ha repetido que la voz de contralto tiene en su interior tres voces y esto es cierto, no es algo peyorativo. De alguna manera una contralto es Romeo y Julieta al mismo tiempo. Evidentemente esas tres voces tienen que tener una mínima homogeneidad, pero con sus límites naturales. El uso del registro de pecho, por ejemplo, es perfectamente legítimo y lógico cuando hace falta. No para cantar Rosina, sí para cantar papeles masculinos que requieren otro color, por ejemplo.

¿Cuál es la personalidad artística que más le ha impresionado?

Le diría que la figura de Maria Callas es algo que no tiene parangón. Tenía todo lo que es importante para mí. Hoy en día algunos grandes, grandísimos cantantes, tienen la preparación y el instrumento, pero no tienen ese carisma, esa talento natural. Hay algo de artificial en algunas primeras figuras de hoy en día. Otro ejemplo: Maureen Forrester. Ella era maravillosa, cuando ella cantaba se me ponían los pelos de punta. Una contralto auténtica y genuina.

¿Y qué razón hay para esto?

Sonará estúpido que yo lo diga, pero deberían venir a mis masterclasses. En serio, cuando escucho a algunos jóvenes cantantes, con buenas voces, pero tan desorientados, con tan poca idea de qué hacer con la respiración, con las pausas, cómo recitar el texto, articular las frases… hay tantos jóvenes cantantes que suenan perfectos pero vacíos; cantan como si leyeran el periódico. Lo primero de todo es saber dónde se produce el sonido. Sin resolver eso no hay nada que hacer. Algunos estudiantes cambian una y otra vez de maestro, desesperados y desorientados. Pero no hay milagros. Sólo trabajo y más trabajo, dedicación diaria. Las clases magistrales no sirven para cambiar eso; son clases de perfeccionamiento.

Y con los directores musicales, ¿cómo se lleva? ¿Ha sentido alguna vez una conexión genuina con algún maestro?

Sabe, después de toda una vida en esto, lo tengo claro: un buen director es aquel que no te molesta. Y con eso me basta, ya no pido más (risas). En serio, en ocasiones no he cantado con un director que me seguía sino que he acompañado yo a un director que iba por libre. Esto es desastroso para un cantante. Por ejemplo Alberto Zedda era todo lo contrario, alguien que respiraba y cantaba con nosotros, que entendía la voz, la palabra… Habrá quien diga que no era un gran director pero sin la menor duda era un grandísimo músico.