Cornetti Trovatore Liceu Bofill

 

Casi, pero no

Barcelona. 23/07/2017. Gran Teatro del Liceo. Verdi: Il trovatore. Piero Pretti, Kristin Lewis, Artur Rucinski, Marianne Cornetti, Carlo Colombara, Maria Miró, Albert Casals, Carles Canut. Dir. de escena: Joan Anton Rechi. Dir. musical: Daniele Callegari.

¡Qué difícil es montar un buen Trovatore! El del Liceu en esta ocasión se ha quedado a medio camino, con evidentes luces y sombras. El teatro encargó a Joan Anton Rechi remodelar la fallida y nefasta producción de Gilbert Defló estrenada allí mismo en 2009. De aquel trabajo, a decir verdad, no ha quedado nada más allá del puro y amplio espacio escenográfico, como el propio Rechi reconoce en la entrevista incluida en el programa de mano. De hecho, casi hubiera valido más ofertar este trabajo como una nueva producción porque eso es al fin y al cabo lo que es esta propuesta en colaboración con la Ópera de Oviedo.

Escribe Rechi en el programa de mano: ‘A principios de octubre de 1808 Goya viaja a Zaragoza a petición del general Palafox para realizar una serie de pinturas patrióticas en la Guerra de la Independencia Española. Pero lo que ve le horroriza tanto, queda tan impresionado por las imágenes, que crea la serie de Los desastres de la guerra, considerados como el antecedente de los reportajes periodísticos de las guerras. Es curioso que todo ello ocurriese en Zaragoza y sus alrededores, precisamente uno de los escenarios del argumento de Il trovatore’ […] Empecé a pensar sobre qué pasaría si Goya fuese precisamente un espectador de excepción de esta historia. […] Que fuese el narrador, el trovador eu con sus pinceles fuese desgranando esta tragedia de amor, venganza, guerra y muerte”. Qué idea tan inspirada y qué plasmación tan paródica de la misma hemos terminado por ver en el Liceu. Y es que el papel lo aguanta todo, pero las tablas del teatro no tanto. Se trata de algo, por cierto, que ya había intentado McVicar para su debut en el Metropolitan de Nueva York en 2009, allí también con desigual fortuna.

Sea como fuere, el trabajo de Rechi presenta varios problemas. El primero de ellos tiene que ver con el trasunto goyesco, como tal. La figura de Goya, aquí encarnada por el veterano actor Carles Canut, deambula sin pena ni gloria por varias escenas de la representación, sin que termine de estar claro si es algo más que un convidado de piedra, metido ahí casi con calzador. Las reiteradas proyecciones de los grabados de Goya se amontonan más que ilustran la representación, lo mismo que las citas entresacadas de sus títulos, que parecen sumarse al conjunto casi por azar. De tal modo que no hay, a la postre, una verdadera realización de esa idea de traer la trama de Il trovatore a la óptica pictórica de Goya, cuyos grabados parecen estar ahí como un mero reclamo comercial. No dudo de la intención genuina y la buena vocación de la propuesta, pero la realización no funciona. Tampoco ayudan el vestuario de Mercè Paloma -kitsch por momentos- y la iluminación de Albert Faura -con momentos afortunados, pero tenebrista en exceso-.

Del reparto reunido en esta ocasión, la artista más completa y arrolladora fue sin duda la mezzo-soprano estadounidense Marianne Cornetti. Aunque de material algo agrio, por tímbrica y color, es una intérprete astuta y con oficio, capaz de un fraseo intenso y vibrante, acompañado de una actuación si ustedes quieren un tanto básica, incluso chapada a la antigua en lo gestual, pero que funciona muy bien en un teatro, en vivo. Y hay que quitarse el sombrero en todo caso ante una señora que se canta con esa entrega ocho funciones en apenas doce días. Chapeau!

El barítono polaco Artur Rucinski no le anduvo a la zaga a Cornetti, exhibiendo un Conde de Luna de carácter un tanto zafio y plebeyo, pero noble al fin y al cabo. La voz es amplia aunque la emisión parezca rebuscada a menudo. Firmó un 'Balen' ejemplar, haciendo gala de un fiato amplísimo. A su lado, feliz debut en el Liceu el tenor italiano Piero Pretti, a quien no obstante se suponía más liberado y capaz en el tercio agudo, amén de sus orígenes belcantistas. Canta el papel con suficiencia aunque dentro de un mezzo-forte continuado del que apenas se apea, por lo que su canto es a decir verdad poco variado.

La interpreté más desigual de la velada fue sin duda la soprano Kristin Lewis, también debutante en el Liceu. Voz corta en los extremos, es como una reproducción fallida de Leontyne Price, casi su caricatura ataviada de la guisa en que se nos presentaba en esta producción. Canta con relativa intención, sí, peor eso no basta para compensar su imprudencia, pues intenta más cosas de las que su sustento técnico le permite llevar a buen puestos. Recibió un par de aislados e inmerecidos abucheos. Por último, y cerrando el reparto, muy discreta labor de Carlo Colombara como Ferrando y cumplidores Maria Miró como Ines y Albert Casals como Ruiz.

Daniele Callegari dirigió desde el foso con pulso y lirismo, resaltando el bello trenzado melódico de una partitura inspiradísima. Callegari sabe conjugar el acompañamiento a las voces, respirando con ellas, y una general tensión teatral, ofreciendo una versión sólida y que revela a la perfección ese núcleo belcantista de la obra (no en vano hay quien ha dicho que es la obra cumbre del belcanto). A sus órdenes, desigual labor de la orquesta titular del teatro, por lo general entonada, aunque con más fortuna en cuerdas y maderas que en metales. Más convincente sonó en cambio el coro del Liceo, firme en todas sus intervenciones y comprometido con el movimiento escénico, bajo la buena mano de su directora Contxita García.

Por cierto, y nota al margen de esta representación: de 'monarquía catalana', como se apunta en el artículo de en el programa de mano, nada de nada. Nunca existió tal cosa, por más que así lo apunte Enric Calpena en su texto: “El Compromiso de Caspe instauró, pues, una nueva dinastía, los Trastámara, en la monarquía catalana”. Me temo que no: donde se instauró esa nueva dinastía es en el trono de la Corona de Aragón, realidad política que aglutinaba los reinos de Aragón, Valencia y el principado de Cataluña. La denominación como principado remite al término jurídico latino principatus y no tiene nada que ver pues con trasuntos monárquicos.

Y segunda nota al margen. Para gustos, colores, por supuesto; pero que ni siquiera se mencione a Carlo Bergonzi -el Manrico mejor cantado del que tenemos constancia sonora- en la selección discográfica del programa de mano, bajo mi punto de vista, clama al cielo.