Flauta liceu

Mozart a pesar de todo

Barcelona. 16/09/2016. Gran Teatro del Liceo. Mozart: Die Zauberflöte. Dimitry Ivashchenko (Sarastro/Sprecher), Adrian Strooper (Tamino), Olga Pudova (Reina de la Noche), Maureen McKay (Pamina), Mirka Wagner (Primera Dama), Karolina Gumos (Segunda Dama), Nadine Weissmann (Tercera Dama), Talya Lieberman (Papagena), Richard Šveda (Papageno), Peter Renz (Monostatos), Timothy Richards (Hombre Armado 1/ Sacerdote 1), Bogdan Talos (Hombre Armado 2/ Sacerdote 2), Tölzer Knabenchor (Tres genios). Dir. escena: Suzanne Andrade/ Barrie Kosky. Dir. musical: Antonello Manacorda. 

Podrá gustar más o menos, pero será recordada. Se me disculpará la inevitable autorreferencia: sobre ello ya han escrito en Platea Gonzalo LahozJordi MaddalenoAlejandro Martínez desde distintas perspectivas complementarias que sumadas dan una imagen nítida y completa. Por eso, poco más que un resumen de despedida me atrevo a hacer para esta singular Zauberflöte, nacida en la Komische Oper de Berlín antes de viajar por todo el mundo y que ha pasado buena parte del 2016 en España, primero pasando por el Real y después por el Liceo. Y lo ha hecho dando que hablar, llenando las salas y conectando mayoritariamente con el público, con excepciones entre algunos sectores de la crítica. Desde Madrid, en enero Lahoz aplicaba la expresión “esto también es ópera” a la maravilla (sólo) visual que constituye la escena, sin dejar de observar las limitaciones. En Barcelona Maddaleno hablaba de ella como “metáfora visual”, y subrayaba la imaginación, frescura y vitalidad que trasciende el género. En efecto, como decía Martínez el pasado julio desde el mismo teatro, en la propuesta de Barrie Kosky junto a Suzanne Andrade y Paul Barritt ya no se trata de un singspiel porque se suprimen los diálogos hablados –uno de los puntos más arriesgados– y sin embargo “a Mozart le hubiera gustado”. Comparto la misma sensación. Pero, ¿cómo se consigue eso? ¿Cómo se consigue hacer una relectura radical de la obra y al mismo tiempo permanecer fiel a ella y al propio espíritu del compositor? 

Pocos compositores peor entendidos y más veces malinterpretados encontramos que Mozart, el maestro de la ocultación (un Tamino y Papageno al mismo tiempo). Pero en este caso, recubriéndolo del imaginario cinematográfico de los años veinte, sorprendentemente esto no sucede. De hecho, la obra de un dramaturgo y un compositor nacidos a mediados del XVIII, dialoga con personajes legendarios del cine mudo, y lo hace con meritoria naturalidad. Papageno es el Buster Keaton de El maquinista de la general y quizás aún más el de El Chivo. Pamina es la Lulu que encarna Louise Brooks en La caja de Pandora. Monostatos, un fiel Nosferatu tal y como lo inmortalizó el inquietante Max Schreck.  

Hemos visto, varias veces y en el mismo teatro, cómo se daba pábulo a ocurrencias que descuartizaban obras maestras y fatigaban con elementos escénicos que desvirtuaban el drama. Aunque no faltan, según he podido oír, los que sí se han sentido fatigados, no es este el caso, más allá del talento desplegado. Si bien hay una lectura creativa del singspiel que como hemos dicho lo acaba transformando, el espíritu de la obra se mantiene intacto, aún al precio de algunos elementos. En este sentido, es cierto que el interés visual y escénico rebaja el protagonismo de los cantantes. De éstos en este reparto, sin embargo, no podemos hablar más que de simple corrección. En primer lugar, un Adrian Strooper notablemente por debajo del rendimiento general en el rol de Tamino, con carencias ostensibles en el fraseo y en el registro grave, y eclipsado por una Pamina de fraseo encantador en la voz de Maureen McKay. Aunque con algunos altibajos en la primera escena, fue bueno el trabajo de conjunto de las tres damas. Más discreto Peter Renz en su papel de Monostatos, destacó por encima de todo la elegancia de línea del bajo Dimitry Ivaschenko como Sarastro, aunque fuera poco reconocido por los aplausos. Definitivamente poca credibilidad para la reina de la noche –difícil de transmitir por otro lado, convertida en una araña gigante sin movilidad– a cargo de Olga Pudova. Con voz de poca presencia y sin la vis dramática que exige el personaje, no fue más allá del suficiente en sus intervenciones, así como descolorido y con poca sintonía el dúo de Papageno y Papagena por parte de Richard Šveda y Talya Lieberman. Las mayores muestras de entusiasmo fueron tanto para McKay como para los tres miembros del Tölzer Knabenchor sin olvidar a Šveda, acaso más por las prestaciones escénicas de un Papageno siempre cómplice del público, que por su desempeño vocal. Por su parte, un consistente coro resolvió con solvencia su papel. En el foso, una conducción cuidada de Antonello Manacorda, aunque sin los detalles luminosos que se pueden extraer de la partitura ni imaginación en demasiadas ocasiones, condicionado acaso por la exactitud del engranaje escénico, tuvo la mejor respuesta de la orquesta en muchos pasajes orquestales de las últimas escenas del segundo acto, donde el buen empaste especialmente de cuerdas y maderas, contribuyó a discurrir con fluidez junto a la secuencia cinematográfica y teatral.  

Se ha leído la Zauberflöte como rito de iniciación y como objeto que contiene una visión utópica del mundo, un bessere Land. En las salas de Sarastro no se conoce la venganza a la que estamos acostumbrados –dice el gran sacerdote-símbolo de la fraternidad universal–, porque debe llegar una nueva humanidad con nuevos valores (camino al que apuntará el emperador Tito con su clemencia). La obra deja la puerta abierta a que un día la luz gobierne y la tiniebla retroceda porque la humanidad haya llegado a esa mayoría de edad que Kant anunciaba en el siglo XVIII y que en el XXI ni hemos alcanzado ni se prevé que lo hagamos. Desde el imaginario de un pastor protestante (Liebeskind) recogido escrupulosamente por un escéptico hacia el progreso como Wieland se proyectó, a través de la vena teatral de Schikaneder y la mano única y eterna de Mozart un canto a la esperanza. Nuestros sueños y fracasos son los mismos que los del XVIII, pero ahora con más cansancio y confusión después de tantas reposiciones. Lógicamente son muchos los Papagenos que no pretenden nada más en su vida que comer, beber y retozar de vez en cuando con su Papagena. Pero maravillosamente, en su concepto esta Zauberflöte consigue escapar a toda fatiga para traernos, con todo lo que nuestra historia acarrea, lo más difícil: Mozart a pesar de todo.