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Barcelona. 30/9/16. Auditori. Parra: Lumières Abissales – Chroma I. Kárst – Chroma II. Rajmáninov: Concierto para piano y orquesta nº 4 (versión de 1941). Leif Ove Andsnes, piano. Chaikovski: Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Kazushi Ono.

Buen inicio de temporada para la OBC frente a un lleno casi completo del Auditori. El programa tenía diversos motivos de interés, más allá del arranque de la segunda temporada de Kazushi Ono como director titular. En primer lugar, la recuperación de las dos primeras piezas sinfónicas de Héctor Parra en la que será su segunda temporada como compositor residente; un fenómeno lamentablemente raro para los compositores actuales, cuyas obras no suelen tener ningún recorrido tras el estreno. A continuación, la visita de un pianista de talla como es el noruego Leif Ove Andsnes. Y para terminar, la primera interpretación que hacía una orquesta de más de 70 años de historia de la Tercera de Chaikovski, nada menos que 141 años después de su estreno en Moscú. De hecho, todo el programa podría hablar por sí solo de la situación de la música en España desde hace años, marcada por un repertorio nacional que a duras penas llega al 10% y por la programación sistemática de las mismas obras y compositores. 

En la serie denominada “Chroma”, Parra busca correspondencias entre sonido y pintura, lo acústico y lo plástico, fruto del encuentro con “Château Noir” de Cézanne.  Chroma I estrenada en 2004, tiene su momento más reseñable en un inicio sinuoso y stravinskyano, donde se generan nuevas texturas constantemente, una inestabilidad que necesita de la orquesta estabilidad para hacerse sonido, algo que Ono logró mantener. Respecto a Chroma II, su título “Kárst” remite al término geológico, el relieve de los terrenos donde el agua filtra la roca calcárea. La transposición al sonido es inmediata y se materializa en detalles de la percusión y los vientos (especialmente el píccolo) que se filtran como el agua en la roca orquestal. En definitiva, la obra traza un discurso indefinido hasta la disolución mediante un trabajo de orquestación exuberante, en el que la cuerda es tratada como una gran masa sonora, mientras que metales y percusión aportan una gran riqueza tímbrica, cosa que Ono se empeñó en subrayar. Parra propone que “el público obtenga imágenes”, en una obra que gira en torno a la idea del enfrentamiento individuo y grupo en la naturaleza y la sociedad. No tiene más valor que el de una apreciación subjetiva, pero personalmente me resulta más interesante el Parra de hace diez años que el actual, cuando su escritura sinfónica bebía de la resonancia inmediata de su primeros encuentros con la electroacústica. Particularmente en “Lumières Abissales”, cuando todavía no se manifiesta la sofisticación posterior de recursos, descubrimos un carácter orgánico que a veces echamos en falta en piezas más recientes. Nada nuevo en este apartado: la pieza dejó frío al público que en suele recibir con la misma inercia este repertorio.  

La precisión y musicalidad de Leif Ove Andsnes está fuera de duda. También un sentido estético que sin dejar de ser fiel al espíritu romántico de todos los conciertos de Rajmáninov no lo recarga de amaneramientos y se pone al servicio de la partitura. Tras un primer movimiento convincente, el lirismo contenido del Largo precedió a un último Allegro Vivace de claridad extraordinaria. La orquesta ofreció en líneas generales un sonido aparatoso y de trazo grueso, especialmente en el Largo con poco cuidado por los matices, algo que teniendo en cuenta el relieve que tiene en el diálogo con el solista, deslució el resultado global. De lo positivo; unas cuerdas cálidas y maderas equilibradas en el inicio, así como un oboe de fraseo y sonido exquisito en sus intervenciones. Como bis, una lectura brillante y delicada de la Romanza de Sibelius que forma de las 10 piezas op. 24 remató el magnífico recuerdo que dejó Andsnes en el Auditori. 

Luminosa y enérgica, para la Tercera  de Chaikovski Ono supo convertir la orquesta en un instrumento poderoso, elástico y fluido. Si bien fue una interpretación que denotaba un trabajo intenso, no dejó de encontrar algunas dificultades, como los tempi rápidos que eligió el director japonés y que llevaron a bordear la inestabilidad en los dos primeros movimientos, o las estridencias de metales que se descontrolaron en los primeros compases del Finale, tapando los relieves de la orquesta. Dicho esto, se pudo escuchar un buen trabajo global en el que se alcanzó gran fluidez en el Andante con un destacable desempeño de maderas y trompa solista, así como una espléndida base sonora que ofrecieron violonchelos y contrabajos. El desafío que presenta el Scherzo –quizás el movimiento más inspirado de toda la sinfonía– fue resuelto con gran solvencia por la orquesta, permitió sacar a relucir el buen trabajo de los metales y dio la medida del rendimiento que puede llegar a ofrecer esta orquesta. Para terminar, el estallido fresco y enérgico del Finale que dejó aplausos individualizados a las secciones de vientos y una buena promesa de futuro para la temporada.