Aida Wiener Staatsoper 

Rutina vienesa

Viena (09/10/2016) Wiener Staatsoper. Verdi: Aida. Kristin Lewis (Aida), Fabio Sartori (Radamés), Violeta Urmana (Amneris), Ambrogio Maestri (Amonasro), Sorin Coliban (Ramfis), Ayk Martirossian (El rey). Coro, Ballet y Orquesta de la Wiener Staatsoper. Dirección de Escena: Nicolas Joel. Marco Armiliato.

Aida es una de las obras más bellas de Verdi, no descubro nada. Poderla ver en un teatro con la reputación de la Ópera de Viena, con un reparto con nombres conocidos en el panorama internacional, parecía una opción interesante y atractiva. Pero desgraciadamente esta representación no ha pasado de lo meramente rutinario, sobre todo teniendo en cuenta el nivel de exigencia que se le plantea a un teatro operístico de los más renombrados a nivel mundial.

El principal problema, el lastre más destacado, de esta representación ha sido la dirección musical del director italiano Marco Armiliato, una reputada batuta en el repertorio italiano del s. XIX y que habitualmente dirige en el MET de Nueva York. Desde las primeras notas del preludio quedó patente que el espíritu elegante, maduro, refinado y equilibrado de una de las partituras más atractivas de Verdi no era el elegido por el maestro italiano. Más bien optó por el trazo grueso, el volumen excesivo, la espectacularidad sonora, con un ritmo vivo pero no detallista, pensando siempre más en el lucimiento orquestal y personal que en la exquisita música verdiana o, por supuesto, en sus cantantes que se vieron forzados a luchar contra la muralla sonora que, con diferentes resultados, intentaban franquear. Daba la sensación de querer demostrar al heterogéneo público que llenaba el teatro  que con la Filarmónica de Viena en el foso, cual si de un deportivo se tratase, lo normal era poner el acelerador a tope y deslizarse a toda velocidad,y sin grandes complicaciones, por la autopista egipcia.

Con este planteamiento del director musical quedaba la baza esperanzadora de los cantantes, que en general, sin destacar, defendieron sus papeles con profesionalidad. Kristin Lewis es una Aida habitual en Viena pero también se le ha podido oír en teatros tan  verdianos como la propia Scala. Su voz no tiene un timbre demasiado agradable pero ella se esfuerza sin duda en crear una Aida con matices. Hay que reconocerle detalles de calidad (una mesa di voce aquí, un buen filado allá), entrega y en general, una línea de canto adecuada, pero se echa de menos más soltura y profundidad en uno de los papeles más comprometidos entre los verdianos, tejido con hilos de oro por el compositor. Actoralmente fue la más entregada del reparto, moviéndose con soltura en el escenario. Estaba programado como Radamés el recientemente fallecido Johan Botha (vaya desde aquí nuestro recuerdo y admiración por el cantante sudafricano). Lo sustituía en este representación Fabio Sartori. Hay que destacar dos virtudes en su canto, un agudo potente y squillante y que en los pianissimi su voz suene natural sin acudir al falsete. Del resto poco más que destacar ya que dibuja un Radamés marmóreo y sin matices, de una  expresividad casi nula. Su mejores momentos fueron los números corales y una apreciable escena final de la tumba, entre lo mejor, en general, de la noche.

Violeta Urmana se ha movido siempre entre la línea que separa la mezzo más ligera y la soprano dramática. En ambas cuerdas ha cosechado éxitos y sigue siendo una Amneris de carácter, mucho más atractiva en la escena del juicio, lo mejor sin duda de su noche, donde da rienda suelta al genio escénico que posee. Vocalmente, aunque su característico vibrato puede molestar en puntuales momentos, sigue poseyendo una voz que se adapta perfectamente a las exigencias verdianas, con agudos consistentes y notas graves audibles. Es un lujo contar con Ambrogio Maestri para el papel de Amonasro. Sin duda fue el cantante que más se ajustó a lo que Verdi escribió. Su canto fue voluminoso, denso y bien proyectado, cuidando siempre los matices. Muy deficiente el Rmnfis de Sorin Coliban. Aunque posee una auténtica voz de bajo, estuvo destemplado en sus intervenciones, sobre todo en la escena del templo de Ptah y poco audible en los conjuntos. Testimonial el rey de Ayk Martirossian.

La dirección musical, centrada en la orquesta y en su lucimiento, estuvo poco atenta a un coro de la Wiener Staatsoper de indudable calidad pero que no tuvo su mejor noche, con desajustes puntuales y poco ligado en general. Poco hay que comentar de la calidad contrastada de la Filarmónica de Viena. Aquí se la pudo oír perfectamente y de qué manera. Destacar una cuerda bien empastada y unos vientos que rugieron cual los que derribaron las murallas de Jericó, eso sí, con una calidad impoluta.

Aida es heredera de la gran ópera francesa y Verdi incluyó varios números de ballet durante la representación. Sorprende que en un teatro de esta calidad, con cuerpos estables de danza, las coreografías fueran tan poco imaginativas y vistosas, propias de una compañía del Este, de las que hacían giras por los teatros de provincias de Europa (o por lo menos de España) en los años ochenta. Y es que la ya muy trillada producción que firma el conocido Nicolas Joel tiene una nula dirección de escena, sólo salvada por algún arranque dramático que se nos antoja más aportación de los propios actores que indicada por el director. El movimiento de la gran escena de la Puerta de Tebas recordaba más a un peplum a la egipcia que una producción puntera la Ópera de Viena. El vestuario es rico y vistoso pero con unos tocados imposibles que provocan más de una vez la sonrisa crítica. Faraónica en dimensiones y concepto, pero correcta, la escenografía  y adecuada, con colores cálidos, desérticos, la iluminación.

Se diría que esta producción, que su reposición, va más dirigida al gran público, al que visita Viena y que, como parte del tour, tiene que ir a la ópera, que para un aficionado que ame a Verdi, que adore Aída. De todas formas el tifosi verdiano que llevo dentro no dejó de emocionarse cuando Sartori, acompañado de una Filarmónica desbocada, cerró el tercer acto con un restallante y portentoso “Sacerdote, io resto a te”.