Las Golondrinas Foto Javier del Real4 1

Camino al andar

Madrid. 09/10/16. Teatro de la Zarzuela. Usandizaga: Las golondrinas. Carmen Romeu (Lina). Nancy Fabiola Herrera (Cecilia). Rodrigo Esteves (Puck). Jorge Rodríguez Norton (Juanito). Felipe Bou (Roberto). Mario Villoria (Caballero). Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Giancarlo del Monaco, dirección de escena. William Orlandi, escenografía. Óliver Díaz, dirección musical.

Decía Antonio Machado que se hace camino al andar. 160 años de largo camino cumple hoy el Teatro de la Zarzuela, más de siglo y medio de éxitos, fracasos e historia. Está aún por ver si el presente dejará huella, si se hará camino en el Teatro mientras quienes lo ocupan labran el suyo. En el camino de un servidor se cumplirán dentro de poco 25 años asistiendo a un lugar tan mágico como la Zarzuela desde que la Berganza, esa deidad absoluta de la lírica española nos cantara allí una de sus míticas Carmen. Y tras ella mil historias que, me voy a permitir la osadía, me permiten al menos el privilegio de intuír qué nombres, momentos, o músicas perdurarán en el mañana. Todos los que conocíamos su trabajo anterior lo supimos desde que se hizo público. Si no lo han hecho ya, al salir de Golondrinas apuntarán su nombre: Óliver Díaz. Discúlpenme si piensan que a continuación me excedo, es el ímpetu de saber que al menos la orquesta de la Zarzuela, la ORCAM, vuelve a estar en buenas manos.

Durante las últimas temporadas ha habido pocos nombres que, en sus visitas al foso de la calle Jovellanos, nos abstrajesen de la habitual rutina gris de un teatro que necesitaba en su orquesta, evidente era al oído, otra manera de ver, de sentir la zarzuela. Guillermo García Calvo podía ser uno. Miguel Ángel Gómez Martínez podía ser otro. Óliver Díaz sería el tercero. Recuerdo que durante mucho tiempo se me repetía sin cesar que era una batuta perdida que no sabía lo que quería. Vaya. Uno acudía a escucharle y se preguntaba cómo puede alguien llegar a plantearse semejante chorrada (del castellano antiguo chorrar). Los críticos, ya se sabe, especialistas en aventurarnos en la ignorancia. Si hoy podemos hablar de éxito en estas Golondrinas que abren la nueva temporada del Teatro de la Zarzuela es gracias a la batuta de Díaz. A otros factores también, pero sobre todo a la labor del director musical.

Así queda patente desde el primer pentagrama, donde Díaz se zambulle de cabeza en una orquestación densa, repleta de recovecos, de no fáciles texturas, recreando un océano sonoro que nos inunda y refleja el personal universo de un compositor por desgracia tan poco conocido como Usandizaga. Ahí dentro hay de todo, oigan. Una introducción de lo más cinematográfica, donde uno espera ver salir los créditos del Cinemascope por algún lado, da lugar a continuación a un lírico preludio donde Díaz despliega su buen hacer, su pulso, su cuidado y sobre todo, su trabajo con una orquesta que hace magia a tenor de lo escuchado en otras ocasiones. Toda la obra es una gozada en lo orquestal, incluido el sublime Intermedio del tercer acto, a pesar de que el público no callara ("mientras no se cante no es música" es la tónica en muchas mentes).
   Víctor Pablo Pérez está de suerte… debe estar aplaudiendo como el que más. Sólo faltará una acometida real en la orquesta, si el dinero lo permite, para empezar a convertir este pequeño ensueño en una realidad duradera –siguen desbarrando los vientos, maderas y metales en significativas ocasiones-. Es increíble que, siendo la tercera función esta del primer título de la primera temporada en la que Óliver Díaz es el titular, las cosas suenen tan bien y tan diferente. Y esto, como digo, con una obra y una orquestación como la de Las Golondrinas. Muchos, y con razón, me dirán que es demasiado pronto para decir las cosas que digo. Bien. Esto es una apuesta, podré equivocarme, pero yo digo que dentro de años, cuando Óliver Díaz regrese como director invitado a la Zarzuela, será recibido con un aplauso cerrado al subir al podio, en señal de agradecimiento.

Como decía, no todo el éxito es de la batuta en esta producción tan homogénea en lo positivo. Hay que sumar un plantel de cantantes muy redondo. Primero de todo, destacar a Nancy Fabiola Herrera en el papel de Cecilia, con una voz carnosa y timbrada, que asciende con facilidad al agudo y cómplice en lo actoral de Giancarlo del Monaco, donde se muestra soberbia y completamente creíble hasta la lágrima.
    Solícita también Carmen Romeu como Lina en un papel realmente exigente para su tesitura y de tan significativa presencia escénica. Rodrigo Esteves completa el trío protagnista. De nuevo especialmente acertado en lo requerido por la dirección de escena, muestra una voz rotunda, de registro homogéneo. Exquisito, as usual, el Coro del Teatro de la Zarzuela.

Hace camino también la sociedad y gracias a ello Giancarlo del Monaco puede actualizar un libreto que es pobre, paupérrimo en ocasiones, por más que el depauperado programa de mano afirme que Lejárraga y su marido eran “la mejor pareja de libretistas de la época” (imagino porque era la única pareja libretista de ese justo momento) y a quien erróneamente se les atribuye, o al menos así se da a entender, la autoría del libreto de El retablo de Maese Pedro (si acaso, creo recordar, Fernando de los Ríos aconsejó al propio Falla, quien adaptó libremente la prosa de Cervantes). Del Monaco crea una historia de hoy (lástima la ultimísima escena, no haré aquí spoiler, que emborrona un tanto todo lo construido anteriormente), oscura y violenta, en pro de la música, enriquecida a base del pequeño detalle: tics de manos nerviosas, arañazos en el pecho, muecas justas de labios que callan… Una delicia de trabajo que bien merecería ser retransmitida en pantalla grande para apreciarse mejor. Tal y como tuve oportunidad de hablar con Nancy Fabiola Herrera hace unos días, el italiano no es que dé la vuelta a la historia sino que nos hace ver todas las dimensiones de cada personaje, liquida el drama plano de una historia lineal y nos golpea con los vértices. Favorece el todo la escenografía de William Orlandi y el rico vestuario de Vinicio Cheli. Mencionar también la ambientación y contextualización sobresaliento de los artistas de circo, verdaderos saltimbanquis.

Decía Antonio Machado que son las huellas el camino y nada más. Aquí va la primera huella de un proyecto que habrá que ver cómo deriva. En los próximos días publicaremos una entrevista con el también nuevo director del teatro Daniel Bianco y podrán hacerse, esperemos, una mayor idea del todo. Mientras tanto, en el apartado musical, ya hay una batuta que ha dejado su ¿primera? huella, demostrando que el camino se hace al andar.