Macbeth Liceu Serafin Tezier 

Epidérmico

Barcelona. 16/10/2016. Gran Teatro del Liceo. Verdi: Macbeth. Ludovic Tézier (Macbeth), Martina Serafin (Lady Macbeth), Vitalij Kowaljow (Banco), Saimir Pirgu (Macduff), Anna Puche (Dama de Lady Macbeth), Albert Casals (Malcolm), David Sánchez (Médico), Marc Canturri (Sirviente/Heraldo/Sicario). Dir. de escena: Christof Loy. Dir. musical: Giampaolo Bisanti.

La presuntuosidad es seguramente el más desdeñable de los pecados artísticos. Y es inevitable señalarlo cuando se asiste a una representación sin pena ni gloria en términos escénicos, como ahora glosaré, de la que es responsable quien escribe al mismo tiempo estas palabras tan henchidas y pomposas: “La decisión estética radical de transportar la acción a un universo cinematográfico en blanco y negro procede, en parte, del deseo de contar una crónica inexorable del pasado, y, por otro lado, porque el matiz artificial del blanco y negro incluye a la vez lo extraño y lo intangible, hallando así su lugar mucho mejor que en una representación en color del mundo” (Christof Loy dixit, en un texto en el programa de mano).

En algo estamos de acuerdo el director de escena alemán y quien firma estas líneas: su trabajo no es más que una decisión de código estético, carente de cualquier aspiración de calado psicológico. La suya es una traslación puramente estética, asentada en una bella escenografía de Jonas Dahlberg que permanece inmutable, y por tanto a menudo incoherente, durante toda la representación. El vestuario de Ursula Renzenbrink también es valioso, sobre todo por lo que hace al figurinismo de Lady Macbeth, sin duda el más mimado y logrado de toda la representación. Pero en lo que no cabe sino desmentir a Loy es en toda esa palabrería en torno a un “universo cinematográfico” que en escena ni está ni se le espera. A lo sumo, de nuevo, se advierte un código estético en blanco y negro, elemental y visto ya antes, una y otra vez, que recuerda más a la Inglaterra victoriana que a la Europa de los años treinta. Un pálido y levísimo recuerdo a la Rebeca de Hitchcock sobresale de vez en cuando a lo largo de la representación. La dirección de escena, en una reposición a cargo de Jean-François Kessler, sólo abunda en un lenguaje gestual sumamente convencional. La coreografía de Thomas Wilhelm se antoja por completo desnortada, con un intento de caricaturizar el ballet -recortado- que no funciona y forzando al coro a realizar unos pasos de baile que no dominan y que rozan lo risible. 

Con este panorama escénico, tan poco estimulante y tan grisaceo, casi todo el peso de la función quedaba en manos de la versión musical, que por desgracia fue sumamente pálida, en manos de Giampaolo Bisanti, a quien ya vimos dirigir con poca fortuna este verano en Peralada. Su Macbeth es epidérmico, un mero acompañamiento musical, aseado y limpio, con todo en su sitio, pero sin nervio, sin la más mínima tensión, hueco de principio a fin, pura caligrafía. Afortunadamente los cuerpos estables del teatro continúan respondiendo con una solvencia prácticamente inédita hace un par de años y que hoy es ya palpable.

Encabezaba el cartel el doble debut de Ludovic Tézier y Martina Serafin en los papeles de Macbeth y su esposa. En el caso del barítono francés cabe hablar de un afortunado tanteo del rol, si bien éste se sitúa en los límites de sus posibilidades vocales, con un instrumento todavía terso en el centro aunque de sonoridad mate y más dura en la zona superior. Afortunadamente, Tézier opta por un enfoque de raigambre belcantista, imponiendo el fraseo y el texto por encima del desgarro expresivo. Coronó la función con una bellísima lectura de su aria “Pietà, rispeto, onore”, sin duda el momento más logrado de la noche. Macbeth se suma así a un ya extenso catálogo de papeles verdianos, de Posa (Don Carlo) a Don Carlo di Vargas (La forza del destino) pasando por Rigoletto o Ernani, a los que Tézier ha prestado ya su voz, antes de enfrentarse a su próxima tentativa en este territorio, con el Simon Boccanegra que tiene previsto hacer en París y Monte-Carlo. Al final, Tézier convence por la elegancia de su canto, logrando mostrar con ello el corazón mismo de la vulnerabilidad de Macbeth, muy por encima de las capacidades de la producción.

Por otro lado es evidente que Martina Serafin no es una soprano dramática de agilidad; no puede serlo con un tercio agudo agrio las más de las veces y con unas agilidades un tanto dificultosas. Pero no es menos cierto que es una artista talentosa y que posee un centro vocal ciertamente atractivo. En conjunto, pues, cabe valorar con luces y sombras su debut como Lady Macbeth. Brilló menos en su escena inicial y mucho más en la página del sonambulismo. Su debut fue desigual, en suma, y cabe aventurar poco pronóstico de mejora ya que las limitaciones advertidas están muy ligadas a la naturaleza de sus medios y no tanto a su enfoque sobre el papel, que es ciertamente el adecuado

Correctísimo el Banco de Vitalij Kowaljow, de emisión firme y segura y con solvente presencia en escena. Quizá no sea un dechado de expresividad, pero cumple con creces en partes secundarias como esta. Más pálido en cambio resultó el Macduff de Saimir Pirgu, de fraseo blando y limitada proyección vocal. Correcto el equipo de comprimarios con las voces de Anna Puche (Dama de Lady Macbeth), Albert Casals (Malcolm), David Sánchez (Médico) y Marc Canturri (Sirviente/Heraldo/Sicario).

Por último, no me resisto a apuntar un par de comentarios sobre el programa de mano. Por un lado, no parece admisible que no se indique en lugar alguno la versión musical que se interpreta, dato más que relevante cuando se opta por el final original de 1847, con el “Mal per me” en boca de Macbeth, sin la fuga final de la revisión de 1865, como ya se ha hecho en otras ocasiones (en el Teatro Real en tiempo de Mortier o recientemente en las funciones de Les Arts protagonizadas por Plácido Domingo). Por otro lado, es la primera vez que veo que alguien firma las biografías de los intérpretes -si eso quiere decir que alguien se toma la molestia de actualizarlas y revisarlas, bienvenido sea, aunque tengo mis reparos sobre la necesidad de firmar un contenido así-; y en cambio, la entrevista con Ludovic Tézier carece de autor, nadie la firma, y en ella se menciona la ciudad de Tolosa de Llenguadoc cuando a todas luces debería decir Toulouse. Peccata minuta, pero son detalles a mimar igualmente.