Tannhauser Seiffert Maestranza 

Dándolo todo 

Sevilla (28/10/2016) Teatro de la Maestranza. Wagner: Tannhäuser. Peter Seiffert (Tannhäuser), Ricarda Merbeth (Eva) Martin Gantner (Wolfram), Alexandra Petersamer (Venus), Atilla Jun (Hermann), Vicente Ombuena (Walther), Damián del Castillo (Biterolf), José Manuel Montero (Heinrich), David Lagares (Reinmar), Estefanía Perdomo (joven pastor). Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección de Escena: Achim Thorwald. Dirección Musical: Pedro Halffter.

Hay cantantes que han representado tantas veces el mismo papel y con tanto éxito que ya parece formar parte de su epidermis y cuando lo vemos nos cuesta diferencial al artista del personaje. En su generación, el Tannhäuser de referencia es sin duda el alemán Peter Seiffert que ha brindado a lo largo de su carrera memorables recreaciones de este personaje contradictorio, en eterno equilibrio entre el amor más carnal y el más espiritual. Contar con él en un escenario sigue siendo un lujo para cualquier teatro y más si viene complementado por un reparto de indudable calidad. Por eso la inauguración de la temporada del Teatro de la Maestranza de Sevilla era una de las citas obligadas en el panorama operístico nacional. Y no decepcionó en absoluto.

Cómo decíamos, Seiffert es Tannhäuser, y aunque las condiciones vocales y físicas del tenor alemán no sean lo que fueron continúa haciendo una recreación absoluta e inolvidable del cantor medieval. Sigue siendo apabullante la fuerza y vigor con la que canta, y si es verdad que alguna nota suena más agria, el agudo se abre en ocasiones y el fiato muestra alguna fisura, la realidad es que sigue imponiéndose el bellísimo timbre, la proyección experta, la matización donde es necesario y la arrebatadora fuerza de un cantante que lo da todo, que se entrega sin reserva al personaje y al público. Sus mejores momentos, sin duda, fueron en primer lugar sus diálogos con Venus que abren la obra y donde se vio que la del pasado sábado era una buena noche del cantante. Ahí no aparecieron las dificultades arriba indicadas sino un canto fluido, ligero y bien ligado. Decayó algo en el segundo acto, pero la narración de la peregrinación a Roma, con las imperfecciones normales en una voz ya más fatigada por lo exigente de la partitura, fue de las que no se olvidan, entregándose completamente a la desesperación que el libreto exige, con una presencia escénica y vocal espectaculares. Los aplausos finales de un entusiasmado público fueron clamorosas. Quizá ya no esté ya en lo mejor de su gran carrera pero sigue siendo el Tannhäuser de referencia.

Ricarda Merbeth es una gran cantante wagneriana (ahí está, por ejemplo, la gran Senta que cantó en la clausura de la pasada temporada de la OCNE), pero no es una Elisabeth que convenza. No por sus cualidades vocales y musicales, que quedaron patentes con unos agudos bien colocados y de calidad, segura en el resto de la tesitura, mostrándose más cómoda siempre en los pasajes más fortes, aunque matizando cuando la partitura lo requería, sino porque el personaje de la abnegada y angelical doncella que ama a Tannhäuser requiere mucho más lirismo que el que la voz de Merbeth puede aportar. Se echó de menos esa inocencia, esa emoción en la entrega a su noble y santa causa, que una voz tan densa como lo de la soprano alemana tiene más dificultades en transmitir y que complementan los arrebatos sensuales y contradictorios de su amado. Martin Gantner fue un excelente Wolfram, más en lo vocal que como actor. Supo darle a su personaje, a través de su canto, una caracterización más contrastada de lo que es habitual. Se mostró heroico en el primer acto, conciliador y elegante en el segundo para pasar en el tercero a convertirse en el romántico y silencioso amante que nunca conseguirá a su amada, culminando con la bellísima “canción de la estrella”. Sin tener un timbre de gran belleza, Gantner siempre convence por su solvente técnica, por la proyección de una voz no demasiado grande pero que está perfectamente modulada, siempre expresiva y bien colocada, más contudente y llena en el centro y en el agudo que en la zona más grave.

Otra de las grandes triunfadoras de la noche fue sin duda la Venus de Alexandra Petersamer. Su actuación fue la más irreprochable técnicamente de la noche tanto vocal como actoralmente, creando una Venus sensual y enamorada, con un centro carnoso, bello, y una facilidad pasmosa para el agudo contando, además, con unos graves audibles y definidos. Su fiato y técnica fueron impecables y recibió el entusiasta reconocimiento del público que una actuación tan sobresaliente merecía. El papel de Hermann, el Landgrave de Turingia y protector de Eva, recayó en el bajo Attila Jun. Si bien en la escena del reencuentro con Tannhäuser se oyeron algunos sonidos más guturales y siempre tendió a lucir su poderosa voz, mejoró notablemente según transcurría la obra demostrando más seguridad y dándole más matices a su rol sobre todo en las confidencias con su protegida del segundo acto. Impecables el resto de cantores donde destacaron los estupendos Biterolf del barítono Damián del Castillo y el Walther de Vicente Ombuena. También José Manuel Montero y David Lagares cumplieron con soltura y calidad en sus intervenciones, sobre todo en el precioso concertante que cierra el segundo acto. Muy bien también el pastorcillo de Estefanía Perdomo. Una de las suertes del Maestranza es contar con un coro tan extraordinario como el de los Amigos del Teatro que dirige con excelentes resultados Íñigo Sampil. En Tannhäuser los coros son una parte fundamental de la ópera y en esta ocasión el Coro del Maestranza también lo dio todo y además con un empaste y una fuerza muy destacables. Solamente, y quizá debido a su disposición en el escenario, quedó un poco más desdibujado el coro de peregrinos del tercer acto que no tuvo ni la fuerza ni la matización que uno espera en un pasaje tan reconocible.

Pedro Halffter es, junto a Juanjo Mena, y a mi modesto entender, el mejor director wagneriano de nuestro país. Hace unas temporadas pudimos disfrutar de su exitosa Tetralogía y en este Tannhäuser ha vuelto a demostrar su conocimiento del mundo particular y meticuloso de las obras de Richard Wagner. Se ha optado para estas representaciones por la versión de París, cuando para su estreno en la capital operística del S. XIX, en 1861, Wagner introdujo significativos cambios a la versión del estreno original de Dresde de 1845. Con una instrumentación más rica y cromática sobre todo en el primer acto,  permite un lucimiento orquestal que nos acerca al Wagner más maduro. Halffter optó por unos tempi bien estructurados y en claro contraste. Si en los pasajes más líricos la batuta se demoró con elegancia, sin decaer el pulso, las partes heroicas estuvieron bien conducidas, sin excesiva aceleración, dejando respirar a cantantes y público. Porque el maestro madrileño, siempre atento a escenario y foso se puso en un segundo plano, siempre imponiendo volúmenes que permitieran que las voces se oyeran sin dificultad en cualquier punto del teatro. Esta cesión de protagonismo no supuso más que un realce de toda la obra, una lección de buena dirección, de entendimiento de la bella partitura. Uno de sus mejores trabajos, que ya son muchos, en el atril sevillano. Si antes hablábamos del coro lo mismo o más se puede decir de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla que, con la Orquesta de Les Arts valencia, es la mejor en un foso operístico de las que podemos oír en el país. La calidad de sus componentes es irreprochable (como ejemplo la impecable intervención de las tres trompetas en el segundo acto) y todas las secciones sonaron cohesionadas y a la vez reconocibles y diferenciadas. Tanto el director como la orquesta recibieron una cerrada ovación del público sevillano que demuestra así el orgullo de contar con ellos.

La producción, cuyo responsable es Achim Thorwald, y que comparten el Maestranza con el teatro polaco de Wielki-Poznán es puramente de trámite y sin ninguna brillantez, rozando en algún momento lo kitsch. En la primera escena, en el Venusberg, la escenografía (responsabilidad de Chirstian Floeren) se resuelve con tres grandes cojines y un fondo nuboso, y la sensualidad y erotismo del momento sólo se intuye en el ballet de náyades, sirenas y sátiros (buena coreografía de Carolina Armenta que ejecutan acertadamente sus bailarines). Algo más trabajado está el segundo acto donde por decoración y vestuario situamos la acción en la Alemania de la época del estreno parisino de la ópera con un salón de canto neoclásico e impolutamente blanco en contraste con el negro del vestuario (que firma Ute Früling-Stiel) del coro, que es rico y elegante. Precisamente en este apartado de vestuario destaca una de las notas más discordantes de la producción ya que los dos protagonistas no parecen, por sus ropas, tener nada que ver con el resto de los personajes. Eva aparece vestida con la intención, se supone, de asimilarla a la figura de la Virgen (con una vestimenta blanca y azul que recuerda más a una representación navideña que a una noble de Turingia) y Tannhäuser, de negro, siempre se muestra con una amplia y simple camisola, más parece pensada para comodidad del cantante protagonista que diseñada para cualquier otro significado. El tercer acto, con unas toscas ruinas y una imagen de la virgen demasiado actual, completa esta escenografía sin pena ni gloria. Tampoco el movimiento escénico depara ninguna sorpresa y simplemente es cumplidor, destacando los trabajos actorales de Petersamer y Seiffert más parece que por experiencia y motivación de los cantantes que por indicaciones del director.

Enhorabuena al Teatro de la Maestranza por haber un reparto vocal y musical de lujo para una obra tan agradecida cuando se sirve con buenos medios.