Hvorostovsky Liceu 

Ojos negros

Barcelona. 6/11/2016, 18:00 horas. Gran Teatre del Liceu. Concierto Dmitri Hvorostovsky. Obras de Rubinstein, Rachmaninov, Glinka, Chaikovsky, Borodin, Rossini, Verdi, Mascagni y Bizet. Dmitri Hvorostovsky (barítono). Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu. Dir. Mus.: Mikhail Tatarnikov.

Mes de noviembre de barítonos en el Liceu, “Duelo de barítonos” reza en el marketing del teatro, para referirse a la visita este mes de dos grandes cantantes, dos voces reconocidas y queridas por el público y casi se diría opuestas, el siberiano Dmitri Hvorostovsky y el brítánico Simon Keenlyside que actuará el próximo 18 de noviembre. 

La visita de Dmitri Hvorostovsky, después de su debut en el teatro lírico de las Ramblas, hace ya 25 años, con el prólogo de Pagliacci y Silvio de la misma ópera, quedaban ya muy lejos para el aficionado liceísta, que sin embargo, ha seguido y conoce la carrera de este gran artista, seguramente la voz de barítono más importante que ha dado Rusia en el último cuarto de siglo. Hvorostovsky había actuado ya en 1993 y en 2002, en sendos recitales, por más que ni el programa ni la nota de prensa así lo indiquen.

Su visita se produjo en un contexto muy delicado, pues al gran Dmitri se le diagnosticó un tumor cerebral en 2015, del que milagrosamente, y tras varias sesiones de tratamiento por quimioterapia, parece hacer frente con éxito, continuando entre tanto con su reconocida y demandada carrera. Hvorostovsky, quien ha tenido que cancelar alguno de sus compromisos previos por el tratamiento, era pues de alguna manera una incógnita, ya que los posibles efectos secundarios del tratamiento en sus prestaciones resultaban imprevisibles, por más que haya continuado con su carrera con normalidad. El programa era completo, exigente y valiente; el cantante, nacido en la región de Siberia (Krasnoyarsk, 1962), propuso un recital de altura donde no defraudó.

Su apariencia física sigue siendo imponente: alto, con ese pelo cano integral que le ha dado una personalidad escénica inconfundible, salió directamente para cantar el aria Na Vosdushnom ocean de la ópera The Demon de Anton Rubinstein, y su lección de canto fraseado, elegante y medido fue muy tranquilizadora. Que decidiera comenzar con esta aria, y no que fuera la orquesta y la Obertura de Ruslan y Lyudmila de Glinka, como se produjo a continuación, es una carta de presentación y una declaración de intenciones que hay que valorar: Dmitri se desnudó vocalmente ante su público ya desde el inicio. Es cierto que esta aria, exigente con el fraseo y el legato, y sin una tesitura comprometida, es ideal como inicio de recital. El carácter atmosférico de la orquestación y la nobleza del oscuro timbre del barítono dieron como resultado un inicio esperanzador que continuó durante toda la primera parte.

Especialista como pocos en el repertorio ruso, embajador cultural de su país en los grandes escenarios líricos internacionales, Hvorostovsky siguió con el aria de La dama de Picas de Chaikovsky O, tak poslushaite... Odnazhdy v Versale, después de la obertura de Glinka, para mostrar su remarcaba teatralidad y carisma escénico. La voz sigue siendo importante, por la homogeneidad del registro, con agudos firmes y seguros, comunicativo y muy metido en esta balada del Conde Tomsky donde se explica el secreto de la Dama de Picas. Solo por algunos extraños movimientos físicos, como buscando el sonido con el cuerpo y tendencia a apoyarse en la barra del podio del director, uno podía pensar que el cantante tenía ciertos problemas con el equilibrio, como apuntó algún rumor, por posibles efectos secundarios de los tratamientos recibidos. Después de los efectos del carismático letimotiv de la Dama de Picas, Dmitri cantó el aria Ves tabor spit de la ópera Aleko de Rachmaninov, aria favorita de su repertorio, donde volvió a demostrar un excelso dominio del canto legato, y un control de la respiración más que notable, sumado a una expresión e implicación con el repertorio demostrando que es su especialidad por la naturalidad de la interpretación y la facilidad en la ejecución.

Para cerrar una primera parte primorosa y exigente, Hvorostovsky cantó Ni sna, ni otdykha  de la ópera El Príncipe Igor de Borodin, donde logró recrear con imponente control vocal toda la grandeza del barítono dramático ruso en esta aria de repertorio, la pieza más conocida de la ópera junto a las icónicas danzas polovstianas. Las prestaciones de la orquesta, a las órdenes del joven director ruso Mikhail Tatarnikov, debutante en el Liceu, fueron más que satisfactorias, sobretodo por el gran trabajo de todas las secciones, metales en la brillante obertura de Glinka, o en la Danza de los Skomorokh, de Chaikovsky, donde el brío y sonido enérgico y contagioso se reveló en una más que atractiva ejecución grupal. El buen trabajo no se relegó solo a las partes instrumentales, en los acompañamientos como en la hermosa aria de Aleko, Tatarnikov supo extraer la esencia de la ópera de un joven Rachmaninov que parecía querer aunar lo mejor de la herencia fantástica chaikovskiana con la profundidad melódica del romanticismo del gran Verdi, donde sobresalieron las cuerdas graves de los chelos.

Después de una primera parte excelsa, donde tanto la orquesta como el solista mostraron la belleza de un repertorio que por desgracia se oye y se ve muy poco por nuestros lares, se inició una segunda parte más genérica, por lo conocido del repertorio, también habitual en la carrera del barítono ruso. El inicio con la gran aria del Guglielmo Tell rossiniano, Resta immobile, volvió a mostrar la valentía y autoexigencia del artista, implicado y entregado durante todo el recital a un público lleno de fans que lo arropó desde el inicio, mostrando fraseo, expresión y nobleza canora. Si con Rossini la calidad fue todavía alta, con la muerte de Posa en Don Carlo, el barítono volvió a demostrar porque Verdi es un compositor ideal para su vocalidad. Los agudos firmes y bien timbrados y una expresividad, algo exagerada para algunos, pero de una eficacia incontestable, redondeó lo que junto al aria de Rossini fue lo mejor cantado de la segunda parte ya que, previa ejecución de un Intermezzo de Cavallería Rusticana, más superficial que emotivo, con la siguiente aria las cosas cambiaron de color.

Cantar Rigoletto, siempre es una prueba de fuego que puede dejar en evidencia al mejor solista. Con el Cortigiani, vil razza dannata, ya comenzaron a verse ciertas notas de fatiga, ciertos efectos que mostraron a un cantante que controló con alguna dificultad la respiración, además de demostrar las flaquezas de un registro grave que fue tendiendo a desaparecer por lo pobre de la proyección. El instrumento de Dimitri, privilegiado por naturaleza y forjado con una gran técnica fue perdiendo esmalte y mostrando algún signo de fatiga a pesar de la calidad indiscutible de la voz. Así las cosas, acabar con el Votre toast del Toreador Escamillo, podría haber supuesto un descalabro pero el barítono supo llevarse el gato agua, toreando con la vocalidad del aria y arrojando carisma y un enfoque más tosco que seductor. Se brindó así un final lleno de carisma alla rusa con un intérprete que el público jaleó y que vió recompensado con un clásico de Hvorostovsky como propina, el precioso y folklórico Ochi chyornye. Los Ojos negros de Dimtri se clavaron con más ansias y energía que nunca para una audiencia rendida que ovacionó al barítono cerrando una fiesta vocal, sobre todo en la primera parte.