Ifigenia Nebra Zarzuela

No era esto

Madrid. 15/11/2016, 20:00 horas. Teatro de la Zarzula. José de Nebra: Iphigenia en Tracia. María Bayo (Ifigenia); Auxiliadora Toledano (Orestes); Ruth González (Dircea); Erika Escribá-Astaburuaga (Polidoro); Lidia Vinyes-Curtis (Cofieta); Mireia Pintó (Mochila). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Dirección de escena: Pablo Viar. Dirección Musical: Francesc Prat.

Empezando por la conclusión, esta Iphigenia de Nebra ha supuesto una gran decepción, acompañada de una sensación de ocasión perdida, pues las expectativas despertadas alrededor de estas funciones en el coliseo de la calle Jovellanos estaban al menos a la altura de la extraordinaria música de este autor imprescindible, del que cada obra que se programa constituye un regalo que no se puede dejar escapar... y sin embargo, forzando el título completo de la obra que nos ocupa al caso, para obsequio a la deidad (Nebra, naturalmente), nunca es culto la crueldad de una propuesta con tantos puntos discutibles.

Se dice que el éxito tiene muchos padres, pero también hay que buscar las razones de un espectáculo globalmente fallido como este desde varias coordenadas, pues ni la parte escénica ni la parte musical están exentas de reproche, y aún más habría mucho que hablar de la propia concepción de partida. Hay que comenzar apuntando que lo que se nos presentó se trata en realidad de una adaptación que parte de la obra original con libreto de Nicolás González Martínez, que como bien se explica en el programa es un espectáculo mucho más desarrollado teatralmente, con personajes que no cantan (aquí eliminados) y se supone que una trama más comprensible. Más allá de las preferencias de cada uno, las adaptaciones y versiones están a la orden del día y no determinan un mejor o peor resultado final que una versión filológicamente completa. Es justificable si se quiere dar relevancia particular a la parte con musica y apoyándose en que, a fin de cuentas, la historia, enraizada en la mitología y desarrollada en múltiples obras literarias y musicales es en líneas generales conocida; menos justificable si la idea es “suavizar” la obra para el público actual o incluso “modernizarla” porque entonces se está dudando de su validez en sí misma, y para eso mejor no hacerla. Pero ello, creo, no exime de articular un discurso narrativo alternativo que dote de coherencia el conjunto, y en mi opinión esto no ocurre, resultando un espectáculo confuso y difícil de seguir; la inclusión de textos de las Ifigenias de Eurípides (obra clásica seminal) y de Goethe parece querer obedecer a una intención de encuadrar la obra en el contexto de una tradición de obras sobre el tema –¿justificaría esta intención, por ejemplo, el añadido de música de la Iphigénie en Tauride de Gluck?-, que puede ser una buena idea pero que aquí no funciona. En definitiva, un planteamiento que en origen no favorece a la historia, ni tampoco a la comprension de los personajes y sus relaciones, lo cual inevitablemente pone el foco de interés en lo estético, la parte visual y musical.

Pasando “de las musas al teatro” –literalmente-, la plasmación escénica bajo la dirección de Pablo Viar no contribuyó a soslayar los aspectos que hemos comentado, tal vez era su objetivo después de todo, con una apuesta decidida por la estilización y el distanciamiento. Nuevamente aquí hay que decir que el resultado no es satisfactorio, donde predomina la frialdad y falta de empatía con la obra. Y el caso es que los mimbres con los que contaba el director son muy buenos. Comenzando por la escenografía de Frederic Amat, minimalista en su concepción y, en conjunción con una gran labor de Albert Faura como responsable de iluminación, de indudable belleza plástica. Las reminiscencias pictóricas parecen obvias, mucho más explícitas (y por tanto menos interesantes, con las parece que inevitables proyecciones) en la Jornada Segunda; sobre todo la Jornada Primera crea un interesante espacio a base de unos elementos alargados verticales y móviles que sirven como troncos de árboles, tal vez columnas, y que generan inestabilidad al inclinarse y entrecruzarse visualmente (también con sus sombras). Igualmente sobresaliente el vestuario de Gabriela Salaverri, de aspecto lujoso y muy variado en volúmenes y texturas, al tiempo que funcional para ayudar a caracterizar los personajes con predominio de un color diferente para cada uno de ellos, dos en el caso del personaje titular (a cual más espectacular), y para diferenciar los personajes cómicos de los serios. 

Y sin embargo creo que Viar no logó sacar todo el partido a estos elementos; su desarrollo quiere beber, parece obvio, demasiado obvio, de fuentes como Robert Wilson, con el que ha trabajado, con sus desplazamientos lentos, la presencia estatuaria de los cuerpos, la gestualidad estilizada etc pero queda muy lejos de la capacidad expresiva sintética que logra alcanzar el maestro americano en sus mejores trabajos. Su dirección no logró construir una auténtica unidad dramática entre los personajes, la música y el espacio, más allá de algunos momentos puntuales muy vistosos (por ejemplo, la primera aparición de Ifigenia con su vestido rojo, desplazándose al fondo del escenario de izquierda a derecha), aunque es de valorar en todo caso la apuesta por un desarrollo llamémosle “no naturalista”, que habría sido tal vez lo fácil. 

En la parte musical lo primero obligado es dejar constancia de un despropósito: la supresión de gran parte de los da capo de las arias. Algo que a estas alturas debería ser un recuerdo de otros tiempos y que por sí solo sería suficiente para descalificar la versión musical, porque ni siquiera se alcanzan a comprender las razones de esta decisión ¿un intento equivocado de “agilizar” la obra? No parece muy lógico en un espectáculo que dura escasamente hora y media, sin descanso. No sabemos a quien corresponderá esta incomprensible decisión, pero en todo caso la responsabilidad recae sobre Francesc Prat tanto si es por acción (decisión propia) como por omisión, pues no debió permitirlo siendo la máxima autoridad musical. En cualquier caso se ha privado al espectador de un elemento que es consustancial, generando además un efecto de extrañeza, de falta de resolución obvio por ejemplo al final de la segunda sección de Llegar ninguno intente. Al margen de esta cuestión, en absoluto menor, la labor de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, sin ser mala, adolece de falta de adecuación a este tipo de repertorio, lo que se tradujo en un sonido en exceso suntuoso y falta de flexibilidad a la hora de atender a las sutilezas tímbricas de la partitura; esto último tal vez deba ponerse en el debe del director, que presentó una lectura en exceso plana (muy escasa, por ejemplo, la gradación dinámica) tal vez más preocupado precisamente por contener a la orquesta dentro de los límites razonables de lo barroco... cosa que si se logró fue en gran medida gracias a un continuo excelente, en particular al clave florido de Aaron Zapico, un lujo para la ocasión que como punto de referencia para la orquesta “tiró” de ella en varias ocasiones.

Sobre un reparto formado enteramente por mujeres el mayor elemento de interés lo constituía la presencia de la soprano María Bayo en el rol titular, de justicia si tenemos en cuenta su aportación a la puesta en valor de la zarzuela barroca con su celebrada grabación con Les Talens Lyriques. Al final resultó lo mejor en la parte vocal de la noche; aunque ya algo desgastada, la voz sigue siendo totalmente reconocible, lo que incluye también manierismos no del gusto de todo el mundo, y con los años ha desarrollado inteligencia para sortear los problemas, que en este momento surgen sobre todo cuando el canto debe desarrollarse desde zonas más agudas a más graves. Desde unos comienzos titubeantes, también en la afinación, mucho mejor sus dos intervenciones principales en la Jornada Segunda, el duo con Orestes y sobre todo el aria Piedad, Señor, piedad, donde ofreció óptimamente los diferentes afectos que conviven alternándose, aún mejor en las partes que muestran ira y furor. Realmente pocas cosas positivas se pueden decir del resto del reparto, con la excepción de la Cofieta de Lidia Vinyes-Curtis, que sí le sacó partido al número más netamente cómico, el aria Descolorida, desmadejada, con el que consigió los aplausos que se negaron sistemáticamente, no diría yo que injustificadamente, a otras arias de más enjundia. Y es que teniendo ocasiones para brillar, ni Ruth González como Dircea ni Auxiliadora Toledano como Orestes estuvieron a la altura de sus partes, la primera con una voz sin consistencia, colocación deficiente, sin el carácter que requería su Gozaba el pecho mío, extraordinaria aria que siendo la primera de la obra ya dejó una mala sensación que no terminaría de superarse; y tres cuartos de lo mismo Toledano, que resultó muy poco heroica e hizo lo que pudo (sin da capo, recordemos, y en este caso casi fue mejor) con la estrepitosa Llegar ninguno intente, que es de esas arias que deben hacer que un teatro se venga abajo, que no fue el caso. Correcta Erika Escribá-Astaburuaga que aún con una orquesta poco clemente hizo un buen trabajo (interesantes variaciones, por ejemplo) con Vacilante pensamiento. Circunstancial Mireia Pintó en sus duos con Vinyes-Curtis.

Como se puede suponer por todo lo comentado, muy fría la recepción del público en esta función de estreno, no es aventurado suponer que decepcionado aquel más afín con la música barroca y Nebra e indiferente el resto; aún habría seguramente otros que se preguntaban qué hacían allí, al fin y al cabo tampoco está claro qué pintaba Ifigenia por Tracia... Así las cosas ¿tendremos más ocasiones de ver otras obras escénicas de Nebra representadas, con mejores resultados que los presentes? Todos debemos desearlo, para reivindicación de un autor, primero, de todo un patrimonio musical autóctono, después, y finalmente para el propio disfrute del espectador, aún de aquel excéptico con este tipo de repertorio, que seguramente es la mayoría entre el público tipo del Teatro de la Zarzuela. Así como sigue en la memoria el programa doble de la temporada pasada dedicado a Durón, que a pesar de muchos aspectos que se pueden criticar constituye un hito en la historia del Teatro, nos tememos que esta Iphigenia pasará sin pena ni gloria al almacén de las cosas que pudieron haber sido y no fueron. Y desde luego no, no era esto lo que la ocasión merecía.