Barenboim Zaragoza

El coraje de un clásico

Zaragoza. 24/11/2016. Auditorio de Zaragoza. Schubert: Sonata en La m. D. 537. Sonata en Si, D. 575. Sonata en Sol, D. 894. Daniel Barenboim, piano.

Con un aforo que rozaba el lleno, cosa extraordinaria por estos lares, el Auditorio de Zaragoza albergaba la primera de las tres citas de esta pequeña gira por España de Daniel Baremboim (Buenos Aires, 1942) con su nuevo piano. Hacia década y media, desde 1999, que Barenboim no pisaba este auditorio. Y nada menos que sesenta y seis años han pasado desde el primer concierto que ofreció Barenboim en público, siendo todavía un niño. Seamos claros, sinceros y justos: Barenboim es un genio, un talento superdotado y un trabajador infatigable. Es ya, por méritos propios, un clásico al modo de antaño. En un reciente vídeo, en su propio canal de Youtube -de muy recomendable visita, dicho sea de paso-, Daniel Barenboim se refería al coraje. En particular al coraje que hace del intérprete alguien capaz de tomar la medida a los riesgos y acometerlos conscientemente, sabedor de que en la curiosidad está el hallazgo, siendo al fin y al cabo mínimo el riesgo. Que alguien como él, que ya lo ha dicho todo en el mundo de la música, se atreva a explorar en público las posibilidades de trabajar con un nuevo piano, es precisamente un ejemplo de ese coraje que él mismo glosaba.

Dice nuestro refranero que el hábito no hace al monje. Pero en este caso, directamente, es el monje quien ha hecho el hábito a su medida. Bien sabido es ya que Barenboim se presentaba en esta gira con un piano fabricado por su expreso deseo. Se trata, de hecho, de dos pianos, con los que viaja en esta gira para llegar a tiempo a todos sus conciertos. 

El ingenio en cuestión tiene un alma distinta a la de los pianos convencionales: en éstos las cuerdas se disponen en diagonal, mientras que aquí se articulan en paralelo. Y no por azar. Barenboim visitó en 2011 la Accademia Musicale Chigiana de Siena. Con ocasión del segundo centenario del nacimiento del gran compositor y pianista húngaro, se presentó allí restaurado el piano fabricado por la casa Bechstein de Berlín para Liszt, en 1860. Barenboim tuvo ocasión de toca este piano y quedó fascinado por su naturaleza: el citado cambio en la disposición de las cuerdas se traduce en un sonido más nítido y transparente, menos grueso; además este piano, pensado para un Liszt ya mayor, goza de una disposición más próxima entre las teclas. Barenboim no lo dudó y junto con Chris Maene, de la casa Steinway, se hizo fabricar un piano a imagen y semejanza del de Liszt. Con este piano ha grabado de hecho su último disco On my own piano, con obras de Scarlatti, Beethoven, Chopin, Wagner y Liszt. Conviene no obstante no mitificar en exceso el ingenio: es un piano con algunas características propias, con un sonido más personal, pero un piano al fin y al cabo. Sin un pianista como Barenboim al frente las diferencias serían mucho menores. 

Seguramente, en cierto sentido, el repertorio que Barenboim nos trajo a Zaragoza era un tanto conservador: tres sonatas de libro (D. 537, D. 575 y D. 894), ninguna de ellas a buen seguro entre las más redondas e inspiradas de Schubert; pero música sublime de Schubert al fin y al cabo, en manos de un genio que demostró vocación y curiosidad, ganas de explorarse a sí mismo al tiempo que a su nuevo piano. No hace mucho, no en vano, Barenboim registró la integral de las sonatas de Schubert para Deutsche Grammophon; y de hecho va a interpretar el ciclo completo de estas partituras en Múnich, en una serie de conciertos repartidos entre diciembre y febrero. En su Schubert hay poesía, encanto, templanza y vigor a partes iguales. Un Schubert en fin que es puro equilibrio, mesura hecha sonido, con infinitud de hallazgos, como miniaturas que se recrean aquí y allá, convirtiendo su interpretación en una suerte de artesanía, con la minuciosidad propia de un orfebre. Un repertorio más variado, que llegase por ejemplo hasta Debussy, nos hubiera permitido contrastar mejor las posibilidades de este nuevo piano, con un juego de colores más variado y diverso.

Por último, confieso que sentí vergüenza ajena, no me resisto a plasmarlo por escrito, ante un público sumamente irrespetuoso, que prorrumpió en toses y carraspeos una y otra vez, tras cada movimiento de las sonatas, como si la ciudad fuese presa de una epidemia. Barenboim estaba visiblemente irritado con ello y seguramente esto predispuso la severa amonestación que dirigió, cargado de razón, a un asistente que le fotografiaba con flash durante los aplausos, alegando Barenboim hasta tres razones para reprenderle: “En primer lugar está prohibido; en segundo lugar me molesta en los ojos; y en tercer lugar, mientras hace fotos usted no aplaude”, ganándose el pianista una cerrada ovación. Y es que Barenboim siempre es Barenboim.