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András Schiff y el estilo tardío

Barcelona. 23/11/16. Palau de la Música Catalana. Obras de Haydn, Mozart, Schubert y Beethoven. András Schiff, piano.

Cuando András Schiff pasó por el Carnegie Hall en 1989, Edward Said no dudó en situarlo junto a Radu Lupu y Martha Argerich entre las figuras jóvenes que más destacaban por encima del resto, y habló de él como un intérprete hipnotizador, apasionado, inteligente y absorbente. Veintisiete años más tarde, podemos suscribir esas palabras y añadirle una marcada personalidad y una enorme capacidad para explorar en profundidad la lectura de las obras; una profundidad producto de un sólido sedimento forjado durante décadas.

Este es el último de la serie de recitales en el Palau que Schiff ha dedicado a su proyecto de ofrecer la interpretación de las tres últimas sonatas de Mozart (1789), Haydn (1794), Schubert (1828) y Beethoven (1822). La estructura del programa dedicada a las últimas sonatas, fue inteligentemente equilibrada, intercalando las de los dos primeros antes de escuchar las de los dos últimos. Y todo eso, sin ninguna interrupción, en un recorrido tremendamente exigente para el pianista bajo cualquier punto de vista.

La luminosa última Sonata de Mozart resultó un buen inicio, y aunque no anticipara aún lo que seguiría, con precisión y soberbia administración de las tensiones cadenciales Schiff ofreció una buena versión, de gran belleza, sin necesidad de caer en artificios. Fue quizás en el adagio, abordado sin ninguna interrupción tras el allegro, cuando asumió el intérprete más riesgos expresivos. Sin tiempo para detenerse a valorarlo, la habilidad técnica de Schiff se puso al servicio de esa tristeza alegre que late en el fondo de Schubert en la segunda obra del programa. El compositor, aunque murió joven, tiene en sus últimas sonatas una distinción que nos permite reconocerlas dentro de su producción, dotadas según sostenía Alfred Brendel, de una suerte de sonambulismo. La claridad con la que Schiff dibuja la atmósfera fúnebre y esperanzadora al mismo tiempo del Andante sostenuto es única, y está al alcance sólo de un intérprete con la eficacia e inteligencia de Schiff. A ello le siguió un Scherzo de gran refinamiento. En el Allegro ma non troppo que cierra la sonata tiene lugar la resolución de los conflictos temáticos desarrollados antes, y con fluidez seductora el pianista logró mostrar con clarividencia esa lógica interna.

Quizás uno de los momentos más inspirados llegó con Haydn, en un adagio maravillosamente cristalino, tras un allegro tan vertiginoso como preciso, aunque de factura ostensiblemente romántica. El pianista húngaro se sirvió de una gran elegancia como baza para rematar una lectura admirable de la sonata de Haydn, limpia y enfática, gracias a un sólido equilibrio y escrupulosidad.

Una de las obras más inspiradas en la producción pianística beethoveniana es su última sonata. La irregularidad formal y el desarrollo se va disolviendo en una atmósfera meditativa, y entre la aspereza de su discurso se filtran ventanas de trascendencia luminosa. El pianista húngaro desplegó una magnífica administración de las dinámicas en los agudos y los graves, dos planos que Beethoven hace coexistir constantemente con características muy marcadas, exigiendo una sutilidad y matiz en los primeros que encontró una excelente traducción en las manos de Schiff, dotado de una admirablemente variada gama de tonos. El tema con variaciones en la arietta sacó a relucir la espléndida galería de recursos con la que cuenta el piano del húngaro. Decía Adorno, sobre el estilo tardío del compositor que “las cesuras, la interrupción brusca más que cualquier otra cosa caracteriza al último Beethoven, son esos instantes de erupción”; son los que Schiff no sólo ha entendido sino que ha sabido trasladar al sonido.

Un final sin retorno, trascendente, que sin embargo Schiff se resistió a cerrar. Con un Palau a rebosar que lo despidió con una larga ovación, aunque había volcado hasta la última gota de aliento con la última sonata beethoveniana, el solista se detuvo a ofrecer dos propinas: con un espléndido control del sonido en el aria de las Variaciones Goldberg y con brillantez en el popular Allegro de la Sonata núm. 16 en do mayor de Mozart.

Foto: Sheila Rock