Brugalla Stambolov 

Riqueza orgánica

Santa Coloma de Gramenet. 25/11/16. Auditorio Can Roig i Torres. Ravel: Suite Ma Mère l’Oye. Ligeti: Cinco Piezas. Ravel: Rapsodia española. Casablancas: Tre divertimenti. Stravinski: La Consagración de la Primavera. Emili Brugalla y Vesko Stambolov, piano. 

Los pianistas Emili Brugalla y Vesko Stambolov forman parte de la única tipología de pareja capaz de funcionar: aquella construida sobre la diferencia y el compromiso. Diferencia, porque conservan un acercamiento personal y singular a la música; compromiso, por su gran capacidad para ponerse al servicio de ese difícil equilibrio en el trabajo a cuatro manos. Son cuatro los años de trabajo conjunto que reflejan un resultado excelente, enriquecido asimismo por el encuentro de dos interesantes trayectorias tan distintas como complementarias. El catalán Brugalla cuenta con una dilatada trayectoria en la que destaca, entre otras cosas, su dedicación a la interpretación de la producción actual y la atención al patrimonio musical catalán; de todo ello es también testimonio el sólido recorrido con dimensión internacional del Trío Kandinsky del cual es miembro fundador desde 1999. Por su parte el búlgaro Stambolov, de quien se destaca una larga dedicación a la obra de Bach que lo ha llevado hasta el Musikverein de Viena, no ha dejado de zambullirse como solista en el repertorio clásico y romántico. 

Más allá de las características técnicas y musicales que pudiéramos subrayar, el dúo configura programas muy interesantes, en una propuesta estética casi inédita dentro de un panorama nacional cada vez más empujado a la repetición y la mediocridad. Y ello porque como intérpretes mantienen un interés que trasciende la mera dimensión interpretativa; un interés artístico –estético en el sentido profundo de un sacerdocio– por la partitura, el sonido, el silencio: por todo ello que configura la obra. Algo que si bien puede parecer que muchas veces se queda en lo retórico, tuvo en este caso una traducción musical en un repertorio tremendamente exigente. Con el título de Ravel versus Stravinsky, el programa extenso e intenso que afrontaron, sin dejar de ser un caramelo para el auditorio era también un reto mayúsculo en muchos sentidos, y tenía como una de sus divisas principales poner de manifiesto la enorme riqueza que ofrece tanto la disposición a cuatro manos en un teclado, como el diálogo orgánico entre dos pianos. El dúo estuvo a la altura y tuvo momentos de gran brillantez, tanto en una Rapsodia española de factura enérgica, como particularmente en una segunda parte convincente en el desempeño con la partitura de Casablancas, y también con el siempre desafío que representa La consagración de la primavera.   

Un teléfono interrumpió el silencio que acompañaba las manos de Brugalla descendiendo sobre el teclado. Sin embargo, la frialdad inicial de la sala fue poco a poco disuelta a través de la calidez y elocuencia sonora del dúo y la magia irreal de Ma Mère l’Oye desde la pavana inicial. Hay pasajes que guardan la semilla del conflicto, pero el dúo las transformó en diálogo y finalmente en unidad orgánica, consiguiendo atmósferas de fuerza plástica. Sin ser el momento más brillante de la noche, se puso de manifiesto la seductora musicalidad de Brugalla y la austeridad precisa de Stambolov como dos reversos de la misma moneda.  

Contra una aparente simplicidad, todo se puede desarbolar en un instante en las cinco piezas de György Ligeti. Ante las dosis de concentración que requieren, el dúo respondió con imaginación y un esmerado trabajo de fluidez, que tuvo su punto culminante en un Allegro luminoso y vital. En la Rapsodia española de nuevo se puso de manifiesto el lirismo expresivo de Brugalla en un Prélude à la nuit seductoramente misterioso, antes de escuchar una Malagueña ágil y de fraseo equilibrado, y una Habanera y Feria extraordinariamente precisas que redondearon una inspirada lectura de la obra raveliana, joya musical del maestro francés y piedra de toque en el trabajo de dúo.

Ya en la segunda parte, la imaginación sonora y el juego irónico y contrastante que articulan la “intrada” y el “finale”, primera y tercera pieza de los Tre divertimenti (2006) de Benet Casablancas, encontraron traducción en la versatilidad y el cuidado por el matiz de los dos pianistas, así como la sabia administración de las atmósferas que conviven en poco espacio, atravesadas por un meditativo e impresionista Intermezzo en el que el dúo dotó de personalidad individual a cada una de las pequeñas limaduras de sonido. En la obra conviven el color stravinskiano junto al detallismo debussysta; la expresividad tortuosa de las últimas sonatas de Skriabin en el primero de los tres “divertimenti”, junto a el ensueño misterioso que habíamos oído en Ravel, aunque en un contexto ahora diferente. En él se sumergieron Brugalla y Stambolov con notable prestancia, recorriendo los vericuetos de una obra que han sabido hacer suya, recibiendo el agradecimiento del compositor que estaba presente en la sala, visiblemente satisfecho con el resultado.  

Tras el trabajo a cuatro manos con la partitura de Casablancas, el dúo volvió a los dos pianos para afrontar la voluminosa Consagración. Los relieves tímbricos y dramáticos de la partitura stravinskyana encontraron un trabajo de orfebre en los dos pianos, con una lectura colorista y madurada. En “Los augurios de la primavera”, un Brugalla vigoroso y expansivo asumió la contundencia en la reiteración de acordes, entre los cuales se filtran detalles imaginativos que recibieron un tratamiento escrupuloso por parte de Stambolov. Ese magnífico equilibrio se puso de manifiesto de nuevo, donde lo aparentemente primitivo requiere de una precisión rítmica endiabladamente rigurosa, como mostró el dúo en una “Danza de la tierra” tan expresivamente exuberante como estrictamente matemática. Un rubato muy acorde con el espíritu de la obra, hizo de “El sacrificio” uno de los pasajes memorables de la noche, antes de dibujar con maestría la tensión dramática de las líneas cromáticas que atraviesan la “Acción Ritual de los ancestros” y lograr transmitir con gran unidad y detallismo la enorme paleta de colores de la “Danza del sacrificio”, subrayando la sustancia musical de la obra. Un programa meritorio y un trabajo magnífico de un dúo con recorrido, al que esperamos y necesitamos escuchar más seguido.