• © Wilfried Hösl
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Cuando la forma es el fondo

Múnich. 13/12/15. Bayerische Staatsoper. Wagner: Götterdämmerung. Lance Ryan (Siegfried), Petra Lang (Brünnhilde), Markus Eiche (Gunther), Hans-Peter König (Hagen), Christopher Purves (Alberich), Anna Gabler (Gutrune/Norna), Michaela Schuster (Waltraute), Eri Nakamura (Woglinde), Angela Brower (Wellgunde), Okka von der Damerau (Flosshilde/Norna), Helena Zubanovich (Norna). Dirección de escena: Andreas Kriegenburg. Dirección musical: Kirill Petrenko.

Rara ocasión la de esta reposición del Ocaso del Anillo wagneriano en la producción de Andreas Kriegenburg para la Bayerische Staatsoper de Múnich, con Kirill Petrenko a la batuta y en tres únicas funciones. Y como cabía esperar, de nuevo fascinante Petrenko en el foso. Y es que el flamante próximo titular de la Filarmónica de Berlín, la batuta que está en boca de todos, volvió a dar una vuelta de tuerca a su concepto del Anillo mostrado con anterioridad. Le hemos visto a Petrenko dos Anillos, el de Bayreuth en 2014 y el de Múnich en la primavera de 2015. Y en ambos primaba una contención muy medida, una severidad creciente en tiempos y dinámicas. Siempre ligado todo ello a una fascinante curiosidad por desentrañar la orquestación con minuciosidad, casi con preciosismo, desvelando pasajes inéditos al oyente. Pero le faltaba a menudo una quinta marcha, un punto más electrizante y salvaje con el que compensar esa óptica tan analítica. Había instantes esporádicos, latigazos aquí y allá, pero no había una corriente continua. Eso es lo que precisamente encontramos en este Ocaso de Múnich. De alguna manera, ahora la forma es ya el fondo; el marco se ha transmutado en el contenido y un mismo concepto lo invade todo: encontramos en esta ocasión a un Petrenko más efervescente, rutilante y desbocado, aunque nunca vendido a una espectacularidad vana y superflua 

Petrenko fue así en el foso lo más parecido a un brujo al frente de una danza ritual: tenía gestos, miradas e indicaciones para todos; cada elemento estaba firmemente bajo su control; todo funcionaba como un engranaje perfecto y desatado, en una inercia endemoniada. Así lo reflejaba no en vano su rostro, sudoroso y ardiente, como poseído, con unos ojos encendidos en los que se adivinaba una fascinación casi infantil por su oficio. El Ocaso que nos sirvió fue incandenscente, una pulsión continuada, una locura atada en corto, pero una memorable locura al fin y al cabo. Petrenko va de nuevo más allá, abandonando cualquier tentación de recrear un Anillo sinfónico, al que tantas batutas nos han mal acostumbrado, sin prestar atención a la teatralidad que se desarolla, tan pegada además a un libreto que respira en íntima cohesión con la partitura, aquí recreada con un dinamismo efervescente.

Por otro lado, grata sorpresa con el rendimiento de las dos voces protagonistas de la velada, Petra Lang como Brünnhilde y Lance Ryan como Siegfried. La primera, aunque esforzada en el grave -casi inexistente-, sorprendió con una desenvoltura inusitada en el agudo y con una emisión por lo general más entonada de lo habitual. Su retrato del personaje fue intenso, verosímil y poderoso, muy por encima de nuestras expectativas. Lo mismo sucedió con un Lance Ryan al que suponíamos en horas bajas, tras su débil rendimiento de este pasado verano en Bayreuth. En cambio, en estas funciones volvió a ser por momento el gran Ryan que sorprendió a propios y extraños en aquel mítico Anillo del Palau de Les Arts. Hay que reconocer que su identificación con el carácter del personaje es casi mimética, en una mezcla fascinante de ingenuidad e ironía. Aunque algo fatigado en el transcurso del segundo acto, su última escena tuvo sin embargo una contención reveladora, de una autenticidad de las que se guardan en la retina.

Hans-Peter König es un cantante inteligente, que tiene más que cogida la medida al papel de Hagen. La voz va perdiendo enteros, no tanto por caudal como por riqueza tímbrica, pero se impone todavía hoy con holgura. La Gutrune de Anna Gabler es un dechado de virtudes. Se diría que el papel está concebido a su medida; así es de hecho en el caso de esta producción de Múnich, que saca todo el partido posible a su atractiva figura, en un segundo acto memorable y en una escena final que sobrecoge. Admirable Markus Eiche con un Gunther pusilánime, infantil y caprichoso, recreado con una voz firme, cada vez más atractiva en su timbre y fácil en su emisión. Michaela Schuster seguramente tiene en el de Waltraute uno de sus papeles más redondos, acabados y seguros. Lo recrea con viveza, facilidad y verosimilitud. Intachable, por último, Christopher Purves en el que creemos que era su debut como Alberich. Sobresaliente el rendimiento de todas y cada uno de las comprimarias, voces de entidad de la primera a la última: Eri Nakamura (Woglinde), Angela Brower (Wellgunde), Okka von der Damerau (Flosshilde/Norna) yHelena Zubanovich (Norna). 

Vista por segunda vez, la producción de Kriegenburg para este Ocaso (como para todo este Anillo) posee una naturalidad y una coherencia que la hacen cada vez más valiosa. Segurmaente, uno de los anillos menos caducos que se recuerden, llamado a reponerse con fortuna tantas veces como se quiera. Aunque tiene mucho más que ofrecer, el trabajo de Kriegenburg valdría ya tan sólo por la resolución de los últimos treinta minutos, con esa compungida Gutrune que se desmorona en un segundo plano, intentando arrastrar consigo el cuerpo de Gunther, para ser finalmente consolada por un grupo de figurantes que la envuelven en un intenso abrazo, en una evidente apuesta humanista por un Anillo que habita, de alguna manera, en el alma de cada uno de nosotros.