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Música para el fin del mundo

Madrid. 24/11/2016. Teatro Monumental. Temporada de la ORCTVE. F. Schmidt. El libro de los siete sellos. Claudia Yepes (soprano), Ekaterina Antipova (mezzosoprano), Beñat Egiarte (tenor), Andreas Schmidt (bajo), Christian Elsner (tenor), Franz-Josef Selig (bajo). Orquesta y Coro de RTVE. Coro de la Comunidad de Madrid. Leopold Hager, dirección.

Cuando Fernando Arrabal pronunció aquellas palabras de “¡Hablemos del Apocalipsis!” en un programa televisivo fue considerado como un loco por el indomable juicio de la sociedad. Podríamos decir que, si se extrae el mensaje y dejamos de lado las formas o el contexto en el que se expresó, Arrabal no era, ni mucho menos, un demente de tantos que copan la televisión de todo el mundo. Lo vaticina la Biblia, lo vaticinan numerosas piezas musicales de la Edad Media… Así, llega hasta nuestros días. El concepto de Apocalipsis es una palabra que el ser humano, de forma innata, ha tomado como algo a menudo tabú, ya que toda catástrofe es motivo de preocupación general para el conjunto de la sociedad. Dentro de este temor generalizado, ¿a quién se le puede ocurrir crear una obra de dos horas de duración sobre el Juicio Final previo al término de nuestro mundo? ¡Un oratorio sobre el Apocalipsis! La tradición nos ha enseñado que un oratorio es una obra semi-escenificada basada en argumentos tales como la Pasión de Cristo o la Navidad, dos historias centradas en la vida de Jesús alejadas de un texto tan complejo y plural como el el último libro de la Biblia. Pero, como se defiende desde el inicio del siglo XX, la tradición está para romperla, para trascender lo ya hecho y ofrecer novedad al mundo.

Cuando Franz Schmidt compuso El libro de los siete sellos, ideó de forma intrínseca un verdadero compendio estilístico en el que incluir los últimos siglos de la historia de la música, bebiendo de fuentes de la tradición como Handel, Bach o Wagner, así como tomar los procedimientos compositivos que, en ese momento (primera mitad del siglo XX) pujaban por hacerse un hueco en la Academia, como la atonalidad y el serialismo. El oratorio se convierte, así, en un cuasi homenaje al periodo de mayor esplendor del género, el Barroco que fue testigo del nacimiento de obras dramáticas sin escena. El argumento, una adaptación del libro del Apocalipsis, podría lanzar auténticos lazos al contexto en el que Schmidt se mueve, ya que su estreno en 1938 es un verdadero preludio para el fallecimiento del compositor y el estallido de la terrible Segunda Guerra Mundial. Llevar esta obra a escena es, cuanto menos, extraño, ya que no se encuentra dentro del repertorio de concierto que se considera como canónico. Que la ORTVE tenga la valentía de programarla y estrenarla en España es algo altamente loable, ya que para muchos sería lanzarse a una piscina sin agua y para unos pocos un intento de abrir nuevas ventanas al mundo.

La batuta de Leopold Hager fue el causante de que la música se hiciera en el Teatro Monumental. Pese a su ya avanzada edad (abraza generosamente la octava década de su vida), la fuerza y la solvencia en la técnica. Los años apenas pesaban en la dirección, mostrándose pleno de energía ante la nutrida orquesta, llevando la obra como si formase ya parte de su vida diaria, con un conocimiento palpable de la partitura.

La Orquesta de RTVE pasó el examen crítico sin pena ni gloria. El problema que nos encontramos cuando nos enfrentamos a una obra de estas características es que la parte instrumental queda de lado en comparación con la vocal, siendo este un pozo en el que a menudo se cae con facilidad. Si eliminamos la corteza del coro y los solistas, encontramos una orquesta de grandes magnitudes, la cual se supo adaptar de forma magistral a la partitura, la cual pasaba por numerosos estadios conforme avanzaba el tiempo. Pasar del estilo barroco a lo Bach al serialismo de vanguardia en pocos minutos es tarea harto difícil, pero que se logró sin aparente esfuerzo físico, pero sí mental. A su vez, la orquesta fue un genial vehículo que transportó la voz, reforzando el sentimiento dramático de la pieza en numerosos casos así como la acción en si misma, como los trombones del final de los tiempos que resuenan durante el Juicio.

El Coro de RTVE junto al Coro de la ORCAM presentaba una imagen apetecible al espectador por sus impresionantes magnitudes en escena. Pese a la cantidad, la calidad se resintió de forma considerable, realizando una interpretación en momentos brillante, con sonidos de gran calidad, afinación y empaste, pero en otros momentos rozando el chillido y el continuo golpeo del texto. Es este último aspecto el que provocó que la percepción sonora de la obra careciese de un mínimo de calidad, ya que el golpeo del texto provoca la desaparición de la frase melódica en si, careciendo de un sentido dramático completo. A su vez, el concepto dinámico se resintió en favor de un excesivo forte, llegando al punto de que Hager tuviese que pedir menos volumen en pasajes determinados. Pese a que este matrimonio coral funciona con gran solvencia, la dificultad de la obra pudo pasar factura para los cantantes, quedándose por debajo de las cifras de calidad marcadas en otras ocasiones como si de una encuesta demográfica se tratase. Grandes las voces masculinas, superiores en todo momento a las femeninas, con gran empaste y fluidez en la interpretación.

El cuarteto solista, formado por Claudia Yepes, Ekaterina Antipova, Beñat Egiarte y Andreas Schmidt, alcanzó y superó esas cifras que el coro tan solo intuyó. Los cuatro cantantes sonaron, en todo momento, empastados, creando un vínculo colectivo en sus intervenciones a partir del propio canto. Excepcionales los pasajes de las voces masculinas y femeninas a duo, mostrando con su propia interpretación un dominio perfecto de la partitura, llegando a interactuar entre ellos sin apenas movimientos en escena, sino con el sonido en si mismo. El tenor Christian Elsner (san Juan) se topó con una partitura de gran dificultad que le jugó una mala pasada, dado que su incorporación al concierto se produjo escasas horas antes tras la cancelación del mismo por parte de H. Lippert. Pese a ello, supo manejarse y salir medianamente airoso del proceso, ofreciendo una interpretación interesante a pesar de la falta de preparación normal en este caso, con un registro medio y grave bastante notables pero con un agudo falto de potencia y redondez sonora. Por otro lado, el bajo Franz-Josef Selig fue un rotundo Dios desde las zonas altas de la sala, con gran potencia vocal en cualquiera de los registros, rozando el sobresaliente con cálidos graves y no menos interesantes agudos.

Foto: Bruno Vlahek.