Candide Toulouse 

Un americano en Toulouse

Toulouse. 27/12/2016. Theâtre du Capitole. Leonard Bernstein: Candide. Andrew Stenson (Candide), Wynn Harmon (Pangloss), Ashley Emerson (Cunegonde), Marieta Simpson (Vieja dama) y otros Dir. escénica: Francesca Zambello. Dir. musical: James Lowe 

La mera presencia de Candide en una temporada de ópera como la del Capitole, de Toulouse puede abrir un debate que no por recurrente no deja de ser estéril acerca de la consideración que hacemos de esta obra. ¿Estamos ante una ópera, ante una opereta o ante un musical sofisticado? Dado que el debate existe acéptaseme mi propuesta de respuesta: de verdad, ¿tiene ello la menor importancia?

No es fácil poder disfrutar de esta obra por estos lares así que el viaje navideño a la ciudad francesa estaba justificado. Además, ¡qué bonita estaba Toulouse, acompañada de un clima soleadamente invernal! Así que tren y manta para disfrutar de la ironía de un libreto con bastante mala leche y con una música vibrante, interpretada por una pléyade de cantantes norteamericanos a los que habíamos de suponer, de inicio, conocimiemto “natural” de la cuestión que se traían entre manos y cuerdas vocales.

Tras casi tres horas de espectáculo, descanso incluido, la sensación general era de evidente satisfacción. No habíamos tenido las voces más grandes del mundo, la propuesta escénica no había sudo la más rupturista imaginable pero la sonrisa de todos nosotros, tarareando las muchas conocidas melodías de la obra de Leonard Bernstein servían de testigo: habíamos disfrutado de la función. 

Y una vez más, en una temporada de solo ocho títulos, el Capitole se había marcado un buen tanto al apostar por Candide, como lo hace por apostar por Beatrice et Benedict, de Berlioz, Le Prophéte, de Meyerbeeer o L’ombre di Venceslao, de Matalán, que en estreno absoluto se presentará el próximo abril. Una temporada que alejada de la enésima repetición de tópicos consigue llenar el teatro y dar espectáculos de calidad. ¡Si algunos aprendieran!

El reparto en Candide es prolijo, lo que supone un problema evidente de contratación. En el caso que nos ocupa el protagonista fue Andrew Stenson, un tenor lírico-ligero que resolvió con acierto las exigencias de un papel no excesivo pero que impone actuar de forma conveniente. En el caso de Stenson estamos ante un actor notable muy implicado en el quehacer del personaje y que canta con estilo suficiente. Su maestro era Wynn Harmon, sobresaliente en la interpretación y suficiente en el canto, es decir, lo que se le pide al personaje.

Ellas eran Ashley Emerson, una Cunegonde gritona en el agudo, Kristen  Choi, una Paquette notable y Marieta Simpson en el papel de la vieja dama, más actriz que cantante aunque con las dosis de humor necesarias. Sé que no es justo pero la sombra de Christa Ludwig es tan, tan alargada…

En otros papeles de relevancia un nivel sobresaliente, destacando sobre todos el Martin de Matthew Scollin y el Cacambo de Andrew Maugham. De subrayar el gran papel de los miembros del coro en roles menores, manteniendo siempre un tono elevado y permitiendo que el espectáculo no decayera. Digno de aplauso.

La obertura diseñada por James Lowe nos dejó preocupados por la falta de coordinación y de empuje pero poco después pudimos apreciar como con Lowe estábamos ante un perfecto conocedor de la obra y de los ritmos propuestos por el compositor. 

La puesta en escena de Elena Zambello era tan sencilla como exigente. Quiero decir que el planteamiento de Zambello desde la sencillez estética y de planteamiento inicial pues estamos ante un único escenario liberado en el centro del mismo, exige a los cantantes una interacción en nada despreciable y ello es de destacar y de agradecer porque todo el equipo funcionó como tal. Pero además exige al espectador la aceptación de un Candide naif, ingenuo en exceso y con pequeños procedimientos teatrales que más parecen propuestos a un público infantil. 

Sirvan como ejemplo las escenas de los viajes en barco, ora sobre un banco ora sobre un tonel o la escena del ahorcamiento de Pangloss, en la que el uso de un muñeco nunca es disimulada. Una vez entrado el respetable en el planteamiento de Zambello todo marcha sobre ruedas, y las sonrisas y risas de gran parte del público son prueba de ello. Quizás entre lo menos acertado la escena de los toreros en el canto de la vieja dama, recurso excesivamente manido aunque el público tolosano aplaudió con fuerza.

Una velada notable que acerca a un público teóricamente encorsetado el mundo “libre” del Broadway vestido con ropajes operísticos. Mereció la pena el viaje, sí señor.