Gergiev Baluarte Mahler 

Segundas excelentes partes

Pamplona. 24/01/2017. Auditorio Baluarte. Obras de Wolfgang Amadeus Mozart, Pablo Sarasate y Gustav Mahler. Eric Silberger (violín), Irina Churilova (soprano), Yulia Matochkina (mezzosoprano), Orfeón Pamplonés, Orquesta del Teatro Mariinsky, de San Petersburgo. Dirección musical: Valery Gergiev.

No es la primera vez que me pasa esto con Valery Gergiev; quiero decir que no es la primera vez que el señor Gergiev me propone un concierto “bipolar” donde tras una primera parte disfrazada de rutina y diplomacia nos sacude una segunda espectacular y emocionante. Al paso que voy acabaré por asistir solamente a la obra principal de los conciertos de Gergiev, aunque ello suponga dejar fuera a todo un Mozart, por poner un caso.

Personalmente la confección del programa me provocaba cierta sorpresa: una obra como la Sinfonía nº 2, Resurrección, de Gustav Mahler puede tranquilamente ocupar la integridad de un concierto sin necesidad de buscar elementos colaterales que den al menú propuesto mejor aspecto. En este sentido, la sinfonía mahleriana se las basta sola. Por ello, la presencia del Concierto nº 3 para violín y orquesta, de Wolfgang Amadeus Mozart y de la Introducción y Tarantela, op. 43, de Sarasate me parecían innecesaria dadas las dimensiones de la segunda parte que, como ya es sabido, ronda los ochenta minutos.

Las razones de este programa, si se me permite la elucubración, bien pueden ser las apuntadas en el primer párrafo, a saber, la diplomática (la presencia de Sarasate en el Baluarte pamplonica adquiere así total sentido) a la que cabe añadir la de dar a conocer a un solista ignoto por estos lares, en este caso el violinista Eric Silberger

En su intervención éste aportó las suficientes dosis de virtuosismo como para dejar sorprendido al respetable, lo que se acrecentó en el “obligado” bis, en este caso el famoso Capricho nº 24, de Paganini. Sin embargo Gergiev nos traslado una lectura rutinaria y falta de imaginación y ni siquiera los requiebros de la obra de Sarasate lograron disipar tal sensación entre el público.

Todo cambio, ¡y cómo!, con la vibrante interpretación de la sinfonía de Mahler, donde Valery Gergiev, con su minúscula batuta y sus manos de temblor y recorrido circular permanentes al mando de la Orquesta del Mariinsky, de San Petersburgo, nos arrastró, literalmente, a través de un adecuado juego de contrastes y con todas las secciones a un nivel sorprendente hasta la emoción de ese tiempo de scherzo que cierra la obra. A destacar la labor de la cuerda grave en un primer movimiento majestuoso y diáfano en su exposición; la labor de la percusión en toda la obra y un metal de una precisión apabullante. Aquí sí, Valery Gergiev se desprendió de toda rutina para hacer música de altos vuelos y el viaje hasta la capital navarra quedó plenamente justificado.

Quizás como único debe en la interpretación cabe apuntar que el deseado contraste entre la masa orquestal sobre el escenario y los músicos colocados tras el quedo disipado por un error de cálculo pues los situados tras el mencionado escenario apenas eran audibles. 

El Orfeón Pamplonés volvió a destacar en su tercera intervención en dos semanas con una entrada en el Resucitarás, sí, resucitarás que sin llegar al éxtasis de otras masas corales (tengo un recuerdo mágico del Orfeón Donostiarra en la Quincena Musical donostiarra de 2015) solo puede calificarse de excelente. La soprano Irina Churilova y la mezzo Yulia Matochkina estuvieron a la altura de las circunstancias y aportaron hasta cerrar una interpretación sobresaliente. Al salir del Baluarte todos los comentarios hacían mención a la brillantez del mundo mahleriano. Sobre la primera parte… ¿es que hubo primera parte?