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La Villana ¿Por fin?

Madrid. 29/01/17. Teatro de la Zarzuela. Vives: La Villana. Nicola Beller-Carbone (Casilda). Ángel Ódena (Peribáñez). Jorge de León (Don Fadrique). Rubén Amoretti (David / El rey). Olmedo (Javier Tomé). Carlos Lorenzo (Lazarillo). Milagros Martín (Juana Antonia), entre otros. Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Nicolás Boni, escenografía. Natalia Menéndez, dirección de escena. Miguel Ángel Gómez Martínez, dirección musical.

Por fin vuelve La Villana al Teatro de la Zarzuela… ¿Por fin? La partitura de Vives, desde luego, llevaba demasiados años sin subirse al escenario de la Calle Jovellanos, desde 1984 más concretamente, tiempo suficiente para reclamar de nuevo su escucha. La cuestión es que teniendo claro el qué, quedan dudas a quien escribe sobre si se ha acertado en el cómo.

Para rescatar este versionado Peribáñez de Lope de Vega, tan del gusto de Vives por revivir los clásicos (ahí están también Doña Francisquita, Don Lucas del cigarral, La buena ventura o sus Canciones epigramáticas), Daniel Bianco ha llamado a Natalia Menéndez, toda una garantía a buena cuenta de su labor al frente del Festival de Almagro. Sin embargo, encontramos un trabajo sobre el texto, que siendo aseado, resulta un tanto superficial, se eliminan tramas y roles secundarios para focalizar en la historia principal y se introducen no obstante algunos números de otras obras de Lope e incluso nuevos personajes que no vienen mucho a cuento, echando de menos quizá cierta o mejor mano en el mantenido, aunque no deja de ser una opción del todo respetable, si bien todos los protagonistas tuvieron llamativos problemas con él durante la representación. En la dirección de escena presenciamos un buen trabajo de conjunto, movimiento de masas y presentación en algunos números bastante estática, lo que por otra parte permite una obra cargada de tantos arquetipos.
    Mientras tanto, la escena de Nicolás Boni decepciona. Errores de base como que un campo de trigo elevado suene a hueco cuando se pisa, o que el público sentado en el centro de patio vea las esquinas del escenario, así como las sombras que algunos paneles provocan sobre el fondo, que se supone que es el cielo, desmotivan a cualquiera tratándose de un teatro como el de la Zarzuela, que se supone de primera línea. Por lo demás presenciamos un cartón piedra que apenas cambia, que no resta, pero tampoco suma. Nos encontramos pues una puesta correcta en la dirección, plomiza y aburrida en la escena.

La escritura vocal que dibuja Vives se las trae, especialmente para el tenor y la soprano protagonistas, de ahí que la única grabación registrada del título tenga como reclamo a Montserrat Caballé, última prima donna assoluta que ha pisado un teatro de ópera. En efecto, mientras que Jorge de León resulta un impecable servidor de Don Fadrique, un villano casi siempre situado en el tercio superior y en el cambio de registro que el canario resuelve sobradamente, timbradísimo, con la morbidez necesaria y el squillo percutiente que el papel requiere; la Casilda de Nicola Beller-Carbone, aunque bien que lo intenta, no puede con las exigencias del rol. Los coloreados y embellecimientos de su partitura son esquilmados, la línea de canto se resiente, los ataques en ocasiones resultan agrios y el fiato no le permite resolver algunas frases.
    Recio y vigoroso el Peribáñez de Ángel Ódena, quien demostró cuidado y detalle en lo cantado, buscando la ductilidad de su compacto instrumento, contundente en la proyección, ancho y de pegada, que convenció. Adecuado el David de Rubén Amoretti e insuficientes el resto de secundarios.

Si las voces son complicadas, no lo es menos la música imaginada por el compositor catalán, intensa y desequilibrada. Todo parece tener una vuelta de experimentación no conclusiva. Digamos que crea, pero no recrea. Efectivamente esta es una zarzuela con ínfulas operísticas. No hay momento recordable en lo melódico para la mayoría y eso es lo que la ha penalizado en la memoria musical del público. Cójase por ejemplo uno de los momentos mejor resueltos como es el dúo entre soprano y barítono del primer acto, Ya estamos en casa. ¿Por qué esa instrumentación ahí? ¿Por qué esa utilización de la percusión tan peculiar? ¿Realmente consigue esa ambientación sublime tan comentada por sus autores? Por todo ello, pero sobre todo por el triste estado en el que parece encontrarse la Orquesta de la Comunidad de Madrid, el trabajo de Miguel Ángel Gómez Martínez se antoja, ante todo, laborioso. Por sacar colores a la orquesta, por dotar de aire y elevación al discurso musical, por concertar cuando la partitura lo requiere… En ocasiones se consigue, y eso parece todo un logro escuchando, ya digo, la labor de la orquesta, que en otros momentos hizo verdaderas aguas. A esta orquesta hay que ayudarla, motivarla y protegerla dotándola de todos los medios que requiera (¿utopía?). Bien es cierto que no es una orquesta propia, que es “alquilada”, pero bien es cierto también que, tal y como preocupa a tantos implicados en la temporada de la Zarzuela, bien haría Daniel Bianco en invertir más en ella y menos en cuestionables acciones como contratar a la empresa de representación de artistas (?) de una buena amiga, la mezzosoprano María José Suárez, para llevar las redes sociales del teatro por el módico precio de 10.000€ (de dinero público), teniendo un equipo de comunicación tan profesional como con el que cuenta el teatro. Será legal, pero desde luego no parece moral ni comprensible, máxime enarbolando la bandera de las nuevas formas para la Zarzuela… ¿Estas son las nuevas formas? Hablaba hace bien poco Gonzalo Alonso en su web beckmesser.com sobre el concurso aparentemente amañado de la Semana Religiosa de Cuenca y también tendríamos que terminar hablando de estas cosas, porque hay profesionales que no caen en ellas y es lo justo reconocer el trabajo bien hecho.

El público procedió con una gran corrección. Respetó la música sin entenderla, aplaudió todos los números de música(… ), ¿Qué más se le puede pedir? Estas frases escribía el mismísimo Joaquín Turina tras el estreno de La Villana y en este caso el “entenderla” no lo traigo a colación por la capacidad del respetable sino por lo que le ha sido mostrado, que no se lo permite.

Foto: Javier del Real.