garcia aguirre

El piano del ambigú

Madrid. 31/01/17. Teatro de la Zarzuela. Notas del Ambigú. Obras de Granados, Ortega y Toldrá. Natalia Menéndez, narradora. Carol García, mezzosoprano. Rubén Fernández-Aguirre, piano.

Daniel Bianco nos ha regalado un espacio más para disfrutar de la Zarzuela: el ambigú. Uno de esos lugares por los que pasamos a menudo en cada función, pero sobre el que nadie hasta la fecha había reparado en dotarle de verdadera utilidad, más allá de apoyar la cerveza en el pobre piano durante el descanso. Así, aunque la acústica no termina de ser la deseada, el ambigú se convierte en un pequeño, íntimo y acogedor salón de conciertos, donde apenas caben un centenar de privilegiados asistentes que reciben la música programada con apenas unos centímetros de distancia de los intérpretes. Todo un reto para el público, pero sobre todo para los artistas.

Con motivo de las funciones de La villana, de Amadeu Vives, que se pueden escuchar estos días en la Zarzuela, se programa aquí un pequeño y cuidado recital en torno a la canción catalana, con tres protagonistas: Enric Granados, Eduard Toldrà y Miquel Ortega. Un espectáculo prácticamente redondo que encontró en el pianista e improvisado maestro de ceremonias Rubén Fernández Aguirre todo un garante del éxito que vendría a continuación. Si a Fernández Aguirre se le compara con el inmenso Miguel Zanetti es porque es un piano que respeta, guía y cuida al cantante, sí, pero que no deja a su vez de crear, dotando de retórica al teclado de forma continuada. No hay más que escuchar su titánico trabajo en la integral de canciones de Granados que acaba de presentar. También aquí. El rubato contenido en Balada, Canço d’amor o en la Cançoneta, con ese fraseo reposado, elevado y melancólico, mínimamente moroso que sólo el Granados más sereno sabía regalar y que Aguirre desarrolla como a pocos – ese mimo en los rallentandi! - se les ha escuchado, hacen que su trabajo sea uno de los mejores del panorama nacional.

El piano de Fernández Aguirre encuentra en la mezzosoprano barcelonesa Carol García el tándem ideal. Acaba de triunfar como Charlotte en el accidentado Werhter del Liceu y se entiende aquí, de cerca, el por qué. Escuchamos un instrumento homogéneo que no busca resonancias forzadas. De timbre dúctil y terso hace lo imposible por que se entienda aquello que canta sin que la línea de canto sufra el más mínimo pero, algo, evidentemente, imprescindible para la canción. Canciones bien diferentes que encontraron su expresión más natural y acertada en la voz de García. Sublime en Granados, especialmente en los filados de Cançoneta, Canco d’amor y las Escenes de l’exili, contrastadas por la Cançó de gener, o Yo no tengo quien me llore y Canto gitano. Lo mismo encontramos en Eduard Toldrá. Es el canto cuidado en la expresión lo que hace grande a sus canciones, de sencilla y certera ambientación al piano, García estuvo poco menos que perfecta en su interpretación. Sutilísima en Festeig o Canticel, atenta en el decir de Cançó d’un bell amor, en exquisito diálogo con el piano de Fernández Aguirre.

El trabajo de Natalia Menéndez como narradora (o más bien como traductora de los versos en catalán) sigue siendo correcto, si bien, al igual que en la dirección de La Villana, se antoja un tanto parco en imaginación. Las frases resultan apretadas y aunque los cambios de intención y dinámicas son adecuados, encontramos que todo está cortado por el mismo patrón, desde la misma perspectiva. Un amor bastante naif y remilgado, que tal vez pudiera servir para la mismísima forma de sentir de Granados (que aun así bien requiere de una voz para cada canción), pero cuando esta se extrapola a autores tan distantes como Carner, Papasseit, Becquer o Maragall… la cosa se va quedando más bien plana. Todos ellos necesitan que les sea puesta voz, qué duda cabe, pero en algunos de ellos, como Papasseit, resulta más que imprescindible. Recuerdo ahora la magia conseguida no hace tanto en Madrid por Mercè Sampietro con Vinyoli y la comparación es dolorosa.

No obstante, la gran suerte en esta ocasión fue que la música pusiera emoción, voz y vida a los versos de Joan Salvat-Papasseit gracias a la extraordinaria labor del compositor Miquel Ortega, sin duda lo mejor de la noche. Es muy cierto que los críticos – y todo el público – acudimos siempre en mayor o menor medida con una idea preconcebida de aquello que vamos a escuchar. Es nuestro bagaje, nuestra “mochila cultural” que todos portamos, o bien que deberíamos. La cuestión es, una vez dentro del teatro, no dejar de abrirla para meter en ella lo que nos sea dado. Y es por ello que es una inmensa suerte para este que escribe y que tanto escucha, encontrarse con una escritura tan sensible y atenta al texto y a la voz que la interpreta como la de Ortega, aquí volcada sobre tres poemas de La gesta dels estels, del vanguardista Papasseit. Y hay que decirlo, no hubiese sido igual sin el piano de Fernández Aguirre y la voz de Carol García (una voz de esas que hacen justicia a lo que cantan), implicados en dotar de narrativa y dinámicas a la historia tras Si jo em llevaba de bon dematí. Mágico fraseo desplegado en pro de la emoción de quien cuenta, con música y letra, una pequeña memoria: I era tot fresc, d’un alé rosada / i l’ú voldriem / ara sentina una mica d’amor. Emocionante L’enamorat li deia, que en cierto modo recuerda a Josep Ribas y que equidista con Ortega el poso romántico ante el simbolismo futurista de Papasseit. Hay que cantar más a Ortega, hay que escucharle aún más.