Daniel Hope Harald Hoffmann DG 

Con paso firme y seguro

Barcelona. 10/2/17. Palau de la Música Catalana. Sor: Obertura de Telemaco nell’isola di Calipso. Obertura de la Cantata alla Duchessa d’Albufera. Bruch: Concierto para violín núm. 1. Daniel Hope, violín. Beethoven: Sinfonía núm. 7. Orquesta de Cadaqués. Dirección: Jaime Martín.

La Orquesta de Cadaqués es un conjunto equilibrado y bien trabajado que ofrece garantías para abordar un amplio repertorio. Fuera de las orquestas estables que disponen de un rodaje que esta no puede tener, no resulta fácil escuchar en nuestro entorno conjuntos de tal rendimiento y versatilidad. De todo ello fue testigo una buena entrada del Palau, esperando un programa con los reclamos de la visita de Daniel Hope y la Séptima de Beethoven, en una de las sustanciosas citas del ciclo BCN Clàssics al frente del cual están Alfonso Aijón y Llorenç Caballero, y que todavía tiene por delante esta temporada la visita de la Gustav Mahler Jugendorchester, Josep Pons con el Coro y Orquesta del Teatre del Liceu, y el siempre celebrado retorno de Gianandrea Noseda. 

Como ha ido sucediendo con toda la obra vocal y sinfónica de Ferrán Sor más allá del repertorio para guitarra, la ópera Telemaco nell’isola di Calipso tuvo que esperar hasta 1997 para ser recuperada en el Festival de Torroella de Montgrí. Un poco más tuvo que esperar la Cantata alla Duchessa d’Albufera para ser rescatada del olvido no hace mucho gracias al trabajo de la Sociedad Sor de Barcelona y la colaboración de Sergi Casademunt. Precisamente del presidente de la Sociedad Sor, Josep Dolcet, eran unas atinadas notas al programa que ponían en valor la producción del compositor barcelonés. La propia Orquesta de Cadaqués ha contribuido también a esta recuperación, tanto en el terreno discográfico –con la grabación de sus oberturas– como en las salas, y de ambas oberturas se pudo oír una lectura muy solvente, con soltura en la obertura de la ópera y alumbrando matices interesantes en el caso de la cantata, una partitura con detalles de escritura que revelan el oficio indiscutible de Sor. 

No por ser interpretado hasta la saciedad, no por quedar a la sombra de otros contemporáneos, deja de presentar retos para un solista el primer concierto para violín de Max Bruch, con pasajes de íntima belleza que requieren tanta contención expresiva como profundidad. En esto, Daniel Hope estuvo a la altura: la trayectoria del violinista británico ha tenido una evolución enriquecida por su trabajo con distintos repertorios, y pese a su madurez no ha dicho la última palabra. Su precisión técnica se puso al servicio de una lectura escrupulosa del Allegro inicial, que en el Adagio recibió un vibrato inteligente y controlado, antes de abordar con aplomo y facilidad un Allegro energico solvente, que sólo mostró en ciertas dobles cuerdas algunas dificultades y asperezas. En líneas generales, la bella sonoridad nítida de Hope y su musicalidad resultaron, al menos en este concierto, incontestables; al buen resultado contribuyó una dirección cuidada de Jaime Martín, con el que Hope mostraba una sintonía palpable, y la excelente respuesta de una orquesta sólidamente integrada en el fraseo del solista. 

La capacidad de comunicación y concentración del director cántabro se hizo notar particularmente en la segunda parte, en esa partitura de rostro jánico y relieve dramático que es la Séptima de Beethoven. Esta orquesta es un instrumento altamente dúctil y ágil; esas virtudes a las que recurrió en el concierto para violín, las puso en juego para lograr una meritoria versión de la obra. Un plástico director, clarividente y detallista en la administración de todos los planos abrió un primer movimiento de impacto, al que siguió un Allegretto acertadamente fúnebre y luminoso en cada una de las puertas que abre el movimiento, algo metronómico quizás en algunos momentos, pero con intencionalidad y redondez en los bajos y espléndida articulación en la alternancia de violines primero y segundos. Estables y precisas, la prestancia de vientos fue magnífica en el tercer movimiento, antes de un Allegro final que fue de menos a más. El concepto preciso de la partitura que tiene Martín se trasladó al sonido con eficacia, y sólo quedaba celebrarlo con una propina apoteósica: el Valse Triste de Sibelius, un bis cristalino en los pianissimo y enérgico y grácil en la sección central. Una noche redonda de esta orquesta que celebró con buena acogida otra buena actuación dentro de su gira española, con paso firme y seguro hacia la treintena.