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Los frutos de Brahms

Barcelona. 17/2/17. Auditori. Aragón: La flor más grande del mundo. Mozart: Concierto para flauta, arpa y orquesta. Christian Farroni, flauta. Magdalena Barrera, arpa. Brahms: Segunda Sinfonía. Orquesta Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña. Dirección: Kazushi Ono. 

Una iniciativa de largo recorrido se añade últimamente a los programas de las orquestas españolas. Mosaico de sonidos es el proyecto de inclusión social para personas con discapacidad intelectual que se ha podido escuchar ya en varios auditorios de España y que ahora llegaba a Barcelona, impulsado entre otros por la Asociación Española de Orquestas Sinfónicas. Como explicaba para Platea pocos días atrás en Enrique Bert desde Vitoria-Gasteiz, la sensibilidad del poema de José Saramago y la música del polifacético Emilio Aragón –que confluyeron en un corto de animación nominado a los Goya en 2008– se ponen al servicio de una iniciativa conmovedora tanto para la veintena de protagonistas ovacionados por su magnífico trabajo, como para los músicos de la orquesta y los que estábamos en la sala, demostrando la inmensa capacidad de la música para transformarnos y deshacer las inercias de una sociedad maquinalmente egoísta. “Formar parte del proyecto Mosaicos ha significado para mi darle sentido real a la palabra “humano” en este mundo tan deshumanizado”; “He descubierto el amor, la ilusión, la espontaneidad y la dulzura de estas personas maravillosas”. Son sólo dos testimonios de músicos de la OBC que han colaborado activamente en la preparación, Vicent Pérez (trombón) y María Pilar Pérez (violín), y que sirven para hacerse una idea de su alcance, que sólo se puede experimentar in situ

La primera parte continuaba con el Concierto para flauta, arpa y orquesta de Mozart, una obra en ocasiones cubierta de prejuicios que la arrinconan como una mera obra “de salón” escrita para los caprichos franceses del duque de Guînes –flautista– y su hija –arpista–. Se pongan como quieran, la mano del genio de Salzburgo también se deja notar en muchos pasajes de gran belleza expresiva que aprovechan con ingenio la riqueza tímbrica de los dos solistas, en una integración delicada y elegante en el tejido orquestal. No es tanto la dificultad virtuosística en este caso, como el reto en cuanto a elegancia de estilo y comprensión del fraseo: la aterradora transparencia, como sucede en toda la obra de Mozart, es de nuevo la piedra de toque para valorar la lectura del intérprete. En este sentido, tanto Christian Farroni desde la flauta como Magdalena Barrera en el arpa, mostraron un magnífico desempeño y entendimiento entre ambos, especialmente en un Andantino equilibrado, claro en la exposición y delicado en los detalles. Un sonido algo áspero en los violines en el inicio del Allegro enseguida se depuró y la mano de Kazushi Ono supo navegar con inteligencia la escritura ligera de la partitura, y ofrecer un buen colchón sonoro al dúo, pese a que a la entrada del Andantino le faltara convicción y claridad. Algunas imprecisiones en el rondo final se olvidaron rápido ante una cadencia soberbia de Farroni y Barrera, intérpretes solventes al servicio de esta orquesta, que mostraron de nuevo su potencial artístico como solistas. La virtuosística propina fue una lectura espléndida del breve Entr’acte de Jacques Ibert. 

Hace un año la OBC inició el ciclo que Ono ha querido dedicar a la integral de las sinfonías de Brahms, partiendo de la premisa que el andamiaje sinfónico de Brahms y su vinculación entre sonido y emoción contribuirá a formar el sonido de la orquesta que el japonés se propone. En aquél entonces fue con una buena versión de la Cuarta que revelaba síntomas muy positivos de la sintonía entre director y músicos, de los que ahora se comienzan a recoger algunos frutos. Ono conoce la partitura hasta haberla interiorizado, y dirigiendo de memoria se mostró siempre comunicativo, de gesto rotundo, para administrar con flexibilidad la frondosidad orquestal y los pequeños matices y variaciones tan decisivos en esta Segunda de Brahms como lo eran en la Cuarta. No fue algo inmediato, ya que del primer movimiento pudimos escuchar pocos matices y unos metales algo inestables. Mejoró el rendimiento general en el interesante segundo movimiento –que tuvo literalmente que interrumpir el murmullo de los individuos que se dedican a charlar entre movimientos– y donde la orquesta estuvo luminosa, bien ajustada, y favorecida por unos violonchelos de cálido sonido y lirismo, precisos y bien empastados. La musicalidad y buena integración de las maderas en el caudal sinfónico durante toda la obra se pudo apreciar particularmente en el tercer movimiento. Para el dionisíaco Allegro con spirito que cierra la sinfonía, tan poco comprendido en tantas ocasiones, Ono reservó un tempo excesivamente rápido y en ocasiones se echó tal vez en falta una mayor diferenciación de planos. No obstante, fue una interpretación vigorosa, brillante, honestamente expresiva y consistente. Una magnífica entrada del Auditori agradeció otra buena tarde de la OBC con Ono a la batuta, que sigue sembrando buenas semillas para el futuro próximo.