Quartett A.Bofill 

Reflexión sonora

Barcelona. 02/03/17. Gran Teatre del Liceu. Francesconi: Quartett. Robin Adams (Vizconde de Valmont), Allison Cook (Marquesa de Merteuil), Orquesta Sinfónica del Gran Teatre del Liceu. Dir. Mus.: Peter Rundel. Dir. Escena: Àlex Ollé (La Fura dels Baus). Escenografía: Alfons Flores. Vestuario: Lluc Castells. Iluminación: Marco Filibeck. Vídeo: Franc Aleu. Realización informática musical- IRCAM: Serge Lemouton. Ingeniero de sonido - IRCAM: Sébastien Naves. Producción informática musical - IRCAM: Benoit Meudic. Grabación, edición y mezcla de la grabación del Coro y de la Orquesta del Teatro ella Scala: Julien Aléonard.

Impactante, sensorial, estimulante, incómoda, difícil, condensada, abigarrada, muchos adjetivos se podrían enumerar a los efectos que produce la escucha y sobretodo la experiencia en vivo de ver esta producción de la ópera Quartett del compositor italiano Luca Fracesconi (Milán, 1956). Se dice muchas veces que la mejor manera de arriesgarse es tirarse a la piscina; es lo que podría decirse que ha hecho el Liceu con este estreno en España, apostando fuerte por esta ópera estrenada en 2011 en el Teatro alla Scala de Milán, con una producción firmada por una imprescindible La Fura dels Baus con la firma escénica de Àlex Ollé. 

Hay muchos ingredientes que conforman el exitoso resultado artístico de esta ópera de poco más de hora y media de duración, aunque no todos sean de fácil asimilación. Para empezar contiene una música en su mayoría atonal y de pocos asideros melódicos; esto es de una escucha convencional poco cómoda, sobre todo para un público poco acostumbrado a este tipo de composiciones, donde un canto exigente y continuo por parte de la soprano y el barítono no cesa en medio de una orquestación muy sensorial, que juega con la música electrónica, efectos sonoros amplificados y música grabada procedente de las funciones del estreno en Milán (allí interpretada por otra orquesta además de la que había en el foso). La suma de todos estos referentes sonoros se han supervisado y producido informáticamente por el prestigioso centro IRCAM de París, quienes han firmado un trabajo loable, ensamblando la orquesta y el canto en directo con todos los otros referentes acústicos antes mencionados. La obra de Francesconi posee sobretodo una virtud que no se puede pasar por alto y es su visceral identificación con un texto duro y directo firmado por el dramaturgo Heiner Müller.

En efecto, otro de los atractivos ingredientes, de una calidad de veras remarcable, es el trabajo del libreto, firmado por el propio Francesconi, a la vez basado en el texto de la obra teatral de Heiner Müller: Quartett. La obra homónima firmada por Müller es una libre adaptación del clásico francés de Pierre Choderlos de Laclos, Les liaisons dangereuses (1782), “Las amistades peligrosas”, del que succiona con avidez y capacidad de síntesis, la universalidad de una obra y unos personajes que proyectan las sombras de las miserias humanas más allá de su original contexto de la Francia del siglo XVIII. Bien conocida la historia por sus dos grandes adaptaciones cinematográficas, primero la dirigida por Stephen Frears en 1988, con un cuarteto de lujo formado por Glenn Close, John Malkovich, Michelle Pfeiffer y Uma Thurman, pero también por la revisión personal del siempre interesante Milos Forman, Valmont (1989) con una pareja protagonista de la calidad de Colin Firth y Annette Bening como Valmont y Merteuil respectivamente. 

Francesconi sabe jugar con los referentes icónicos del espectador, quien se reconoce en los dos protagonistas de la ópera, el Vizconde de Valmont, cantado por el barítono Robin Adams y la Marquesa de Merteuil, interpretada por la soprano Allison Cook. Ambos personajes, con su atractivo físico, pero sobretodo con su magnética capacidad de seducción por la sofisticación de un lenguaje atractivo y perverso, consiguen captar la atención del espectador oyente quien cae en una red de hipnosis frente al duelo de titanes de dos protagonistas que se canibalizan a si mismos y consiguen desdoblarse en Cécile de Volanges y en Madama de Tourvel, sus víctimas y a la vez su propia perdición.

Así pues hay que alabar el alambicado trabajo canoro de la soprano y el barítono, quienes no solo consiguen hacer creíbles a sus personajes, con una relación directa a los estereotipos de un Don Giovanni convertido aquí en Vizconde de Valmont y a una especie de Lulú recreada aquí por una Marquesa de Merteuil, personaje que se rebela como el verdadero motor que inicia y concluye la ópera. Ambos cantantes están excelsos en su cometidos, con un canto que no deja lugar a concesiones y que les exige una continua labor desde el inicio de la ópera hasta el final, en una trabajo extenuante del que salen victoriosos. El usos del falsete por parte de Adams cuando hace de Cécile o el registro grave de Cook cuando canta como si fuera Valmont, lo administran con efectiva naturalidad, tanta que consiguen que la escena de la seducción y violación de Valmont a Cécile se torne en un clímax catártico de la ópera, clímáx que además se produce casi en medio de la obra, con su consiguiente guiño al continuo juego de espejos en que se transforma esta ópera fantástica y sobrecogedora.

Impecable el trabajo desde el foso de Peter Rundel, quien al frente de una orquesta del Liceu medida, ajustada y maleable al servicio de la obra, lució en el excelso resultado final del conjunto. Hay que señalar que los protagonistas de la ópera fueron los mismos que los del estreno mundial en el Teatro ella Scala en 2011, quienes además estrenaron esta fantástica producción, el tercer gran ingrediente que transformó Quartett en un logro artístico que se ha transformado en una diana de la temporada 2016/17 del Liceu.

No lo ha puesto fácil Àlex Ollé, el furero más intelectual de los componentes de la Fura, con esta idea proyectada en una producción que impresiona por su sencillez conceptual y por su espectacular resultado escénico. No lo ha puesto fácil a los solistas, quienes no salen nunca de una especie de búnker, con un peso de dos toneladas, suspendido en el aire y aguantado por más de 300 cables de acero, impresionante escenografía creada por Alfons Flores. Este búnker, remite directamente a las indicaciones de Müller, quien escribe en su adaptación que Quartett se inicia en un salón de la Francia prerrevolución francesa y acaba en un búnker situado después de una tercera guerra mundial. Este búnker suspendido en el aire, nos muestra a los dos protagonistas cual recorte de un fotograma cinematográfico, donde se puede seguir las vicisitudes internas y externas de los dos personajes, jugando con las oníricas video-proyecciones de Franc Aleu. Los imágenes proyectadas a modo de metáforas de las ansiedades, miedos y temores que inundan la obra, consiguen un gran efecto sinestésico que aúna la música y la escenografía inundando al espectador con narcótico resultado. Un sencillo pero simbólico vestuario, firmado por Lluc Castells, quien viste de rojo vampírico a la Marquesa de Merteuil y de un negro sobrio y asfixiante a Valmont, incluso cuando se transviste con un vestido femenino para hacer de Cécile, juegan un certero efecto que ayuda a sumar en una producción donde todo funciona como un reloj. 

El tiempo de la ópera parece también perfectamente medido, tanto por Francesconi como por la producción. Da la sensación final, después de casi noventa minutos de asfixiante seducción, que no se podría aguantar más, ni por parte de los cantantes, ni por parte del público. El suspiro final producido por la Marquesa de Merteuil, se transforma en una exhalación de liberación una vez muerto envenenado Valmont. Las últimas notas de la ópera devuelven a un espectador que ha iniciado un viaje de no retorno en una historia que produce una reflexión filosófica producida por la catarsis de la obra. Una reflexión sonora gracias al gran trabajo del compositor, pero también una reflexión artística gracias a un equipo de producción imprescindible. 

La posibilidad de probar la experiencia de la Opera Touch, una gafas interactivas que han podido disfrutar los abonados que lo pidieron, donde se podía seguir el libreto, texto y argumento, incluso detalles de la producción y de la biografía artística de los cantantes, sumó interés a las funciones. Aunque las gafas poseen unas posibilidades de enriquecimiento de la visión de la ópera muy atracticvas, todavía hay margen de mejora en su uso y contenidos, como la posibilidad de explicar las partes musicales con ejemplos y las intenciones del compositor, sobretodo en óperas nuevas y contemporáneas como la presente.

A pesar del éxito artístico no parece que el éxito de público haya acompañado este título, con unas funciones donde los sitios vacíos se hacían notar más de lo deseado. Así con todo, se quedará en la memoria como una de las experiencias más estimulantes, inteligentes e inolvidables de esta temporada 2016/17 liceísta.