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Amarás a Mahler

Madrid. 12/03/17. Auditorio Nacional. Orquesta y Coro Nacionales de España. Temporada 16-17. Mahler: Tercera Sinfonía. Elisabeth Kulman, mezzosoprano. Orquesta y Coro Nacionales de España. Pequeños cantores de la Comunidad de Madrid. David Afkham, dirección.

Me recuerdo siendo un mico frente al equipo de música y mi abuelo repitiéndome una y otra vez: “Amarás a Mahler”. A mi aquello me aterraba. No entendía nada y mi mirada, suplicando ayuda, recorría una y otra vez la distancia entre los discos de Bruno Walter y la circunspecta expresión de mi abuela, sin que ella supiera como sacarnos de aquellos bretes. Me hubiese gustado comprender a Mahler ya a los siete años, pero el de Kaliste requiere tiempo para apreciarle como se merece, supongo.
    En este país hemos necesitado décadas para amarle, nos lo explicaba siempre que se le daba ocasión uno de sus máximos divulgadores aquí, el tristemente desaparecido José Luis Pérez de Arteaga, a quien tanto se recordaba este fin de semana, ya desde mucho antes que Alfonso Guerra en esa historia que cuentan nuestros mayores y que afortunadamente ya va quedando antigua. Algo trasnochada, ya digo, a tenor de lo acontecido estos días en el Auditorio Nacional. Entradas agotadas desde tiempo antes, para las tres citas… ¡con una Tercera de Mahler en el programa! Una vez dentro, el sinfín de toses y ruidos denota que como público, a muchos les sigue dando exactamente igual lo que suceda sobre el escenario, pero a otros tantos no, al menos con la Nacional, y la culpa de ello lo tiene, obviamente, la propia formación, que es la auténtica protagonista de sus esfuerzos, sus cambios y la asombrosa evolución de los últimos años. Son los principales culpables de que una Tercera de Mahler apetezca tanto al sonar en sus atriles, cuando años atrás no sucedía así en absoluto. Se iba, pero no apetecía.

Es esta la Tercera una sinfonía inspirada en la grandeza que rodea al hombre: el camino hacia Dios a través de la naturaleza. Una partitura realmente complicada de erigir y de alguna forma homogeneizar, quizá por ello tan poco programada por estos lares; con ese titánico primer movimiento que el propio compositor consideraba una parte diferenciada del resto pero que al mismo tiempo ha de ser el germen de los restantes, sin descuidar las partes centrales, como muchos directores acaban haciendo en pro del efectismo inicial y el necesario sabor de boca final. Toda una prueba de fuego desde el “¡eh chavales, soy yo, Mahler!” del primer movimiento hasta el wagneriano “de aquí vengo” en el que cualquiera puede sucumbir al sensacionalismo en el intento. No ha sido este el caso de David Afkham, quien ha formulado una Tercera exquisita, efectiva, y por momentos soberbia. El énfasis en la búsqueda de tímbricas, en las acentuaciones y el magistral balance de motivos y contrastantes mahlerianos fue una constante en un discurso coherente con todas las partes, alejado de filosóficos significados y siempre en pro de la expresividad y la clarividencia como meta. Si se construye bien, lo demás vendrá por sí sólo; al revés puede resultar no imposible, pero sí complicado. Y entre tanto, el cuidado en los detalles: la forma de resaltar la cuerda grave en el Kräftig inicial, el maravilloso discurso de las maderas, siempre en su sitio durante toda la partitura, ahora dulces, ahora ácidas en el significado y por supuesto la afortunada labor de los metales, con pequeñísimos desajustes en contados ataques, pero de gran resultado en cualquier caso, impensable años ha. Sensacional el balance de planos en el centelleante clímax del primer movimiento. Estupendas las trompas, estupendos los trombones y magistral, impoluto Manuel Blanco con la corneta en el tercer movimiento, uno de los grandes momentos conseguidos por la Nacional junto al wagneriano movimiento final, con un langsam elegantemente medido, de sentida elevación, primoroso en la cuerda y las maderas. Impecable además la voz de Elisabeth Kulman, sentida y expuesta, y tal vez no todo lo claras que hubiésemos deseado las intervenciones corales, pero en su acostumbrado buen hacer.

Todo en este Mahler fue escuchado, su originalidad, sus maravillosos contrastes, sus fuentes de inspiración. Escuchamos a Brahms, a Wagner, a Bruckner… “Mi hora llegará” se decía Mahler como un mantra. Su hora con la Nacional ha llegado y ahora, “amarás a Mahler”, sin miedos y apeteciendo escucharle.

Foto: Rafa Martín