Elisir Irun 

Con imaginación e ilusión

Irun. 12/03/17. Centro Cultural Amaia. Donizetti: L’elisir d’amore. Francesca Bruni (Adina), Elena D’Angelo (Gianetta), Facundo Muñoz (Nemorino), Germán Olvera (Belcore), Luciano Miotto (Dulcamara). Orquesta Sinfónica y Coro Luis Mariano Dir. Mus.: Aldo Salvagno. Dir. Escena: Ángel Pazos.

Más de una vez ya he contado el milagro que es sacar una temporada de ópera, por modesta que esta sea –la temporada, por supuesto- en una ciudad como Irun. Para empezar el Centro Cultural Amaia apenas reúne las características más elementales para ofrecer un espectáculo de este tipo; el previsto auditorio fue pasto de las llamas de la crisis económica y no parece tener intención de resucitar. 

Por otro, Irun no deja de ser una localidad pequeña de 60.000 habitantes sin tradición operística y aunque podemos –y debemos- sumar los habitantes de pueblos de alrededor, tanto de un lado como de otro de la frontera, y que tienen una presencia evidente en todas y cada una de las funciones, el público potencial apenas llega a los 100.000 habitantes y así parece difícil garantizar la segunda función. En el caso que nos ocupa, y con una climatología realmente adversa en el exterior, la ocupación llegaba a los tres cuartos del pequeño recinto, que apenas llega a las quinientas localidades.

Sin embargo, año tras año la Asociación Lírica Luis Mariano sigue, erre que erre, en su lucha por presentar espectáculos dignos y acercar a un público distinto a la ópera. Eso sí, siempre basándose en el estricto repertorio italiano o francés del XIX y obviando el mundo alemán (excepto Mozart), el barroco, el siglo XX, etc. Además se da la particularidad de que la Asociación continúa presentado las temporadas por años naturales, lo que no deja de ser una curiosidad.

El primer título de este 2017 ha sido L’elisir d’amore, de Gaetano Donizetti. Hace unos años ya pudimos disfrutar de este título ambientado en el Irún de los sanmarciales, las fiestas de la localidad, y guardo un recuerdo precioso de aquella función. Para esta ocasión se utilizó una versión escénica que había podido ver, en parte, en Burlata (Navarra) y en donde predomina el color y la imagen naif, casi infantil del pueblo, sus casas y sus habitantes. La participación de los solistas en su faceta actoral con múltiples colaboraciones “espontáneas” ayudó a que el montaje saliera bastante bien y así lo atestiguó el disfrute del público.

En lo vocal hubo de todo. Lo mejor, las voces masculinas graves, es decir, un potente y rotundo Belcore en la voz de Germán Olvera, consiguiendo además transmitir la imagen de un sargento tan pretencioso como torpe y un Dulcamara de voz algo mate pero más que suficiente y con agudos solventes que cantó Luciano Miotto. El Nemorino de Facundo Muñoz fue resuelto sin poesía ni ingenuidad por el uso de una voz sin esmalte y sin matices en un canto demasiado lineal. A modo de ejemplo apuntar que Una furtiva lacrima, ese momento esperado por todos, pasó si pena ni gloria.

La soprano Francesca Bruni comenzó con solvencia y pareció controlar sin problemas el papel aunque apenas pudo concluir su escena final, con la voz rota y comprometiendo seriamente las últimas notas. La Gianetta de Elena D’Angelo fue sorprendentemente irrelevante incluso en el aspecto escénico.

Aldo Salvagno es, desde hace años, el director musical de las óperas y consigue llevar a buen puerto a una orquesta dispuesta en dos líneas paralelas al escenario y que actúa a modo de barrera sonora y psicológica tanto para el espectador como para el cantante. Teniendo en cuenta la habitual reducción de plantilla que se produce en estos casos, las cosas funcionaron con dignidad. Por otra parte, el Coro le pone mucha ilusión aunque parezcan inevitables tanto algunos desajustes como timidez en la entrada de frases comprometidas. Una veinte de voces sostuvo la parte coral.

Al final de la función el público aplaudió a rabiar porque se lo había pasado bien. No puedo ocultar que la parte actoral cobró protagonismo en detrimento de la vocal pero también puedo asegurar que personas que no conocían este arte tan hermoso que llamamos ópera salieron encantados y dispuestos a repetir, lo que no es poco. Yo mismo salí del teatro con una sonrisa grande y pensando que estos de Irun habían vuelto a convencer. Y en octubre, La traviata.