Arteta Aguirre CarlosGil 

Hermoso homenaje a Lorca

Vitoria-Gasteiz. 25/03/17. Teatro Principal. Obras de F. García Lorca, A. García Abril, M. García Morante, J. García Leoz, X. Montsalvatge y M. Ortega. Rubén Fernández Agirre, piano. Ainhoa Arteta, soprano.

En este yermo lírico que es Vitoria-Gasteiz en apenas dos semanas hemos tenido la oportunidad de ver y escuchar dos funciones voluntariosas de L’elisir d’amore, de Gaetano Donizetti y un hermoso recital protagonizado por la tolosarra Ainhoa Arteta, inteligentemente diseñado para homenajear a un grande de la poesía como fue Federico García Lorca.

La respuesta popular a ambos acontecimientos ha sido importante pues prácticamente todas las localidades han sido vendidas, lo que habla de cierta sed lírica en la ciudad, aunque convendría no llevarse a engaño. Uno intuye que más son las ilusiones que las certezas en esto de la “demanda social lírica” aunque mientras tanto…

Ainhoa Arteta ha demostrado en este recital –de hecho, lo viene haciendo en los últimos años de una carrera que ella mismo comentó con el público que ya se encuentra en el principio del fin- una inteligencia nada desdeñable a la hora de diseñar el programa además de mostrar una voz que con el paso del tiempo ha adquirido un cuerpo y una consistencia que le permite expresarse con mayor serenidad y madurez.

Aquella soprano lírico-ligera que debutó en 1990 tiene ahora una voz lírica spinto que le permite programar su carrera en torno a Tosca o Manon Lescaut. Esta soprano es quien elige una serie de canciones de texto lorquiano donde prevalece más el decir que el alarde canoro. Así, si algo quedó en evidencia en el recital fue la capacidad de la soprano de querer decir y creerse el texto, la sutileza a la hora de dibujar sentimientos con apenas unos gestos austeros y la intención artística de quien se acerca a un, en  principio, mundo extraño como lo puede ser para una mujer nacida en pleno Goierri guipuzcoano el de la Andalucía profunda y sentimental

Federico García Lorca aparece tanto en su faceta de escritor, obviamente, como en el adaptador de las llamadas canciones antiguas españolas. Así su cancionero sirvió para abrir las dos partes del concierto, siendo estas las más populares para un público entregado desde un principio. Aquí emerge una dicción natural,  sin falsos acentos andaluces que traten de acercar al cantante al mundo de la tierra lorquiana, lo que es de agradecer. Arteta es vasca y, por ejemplo, pronuncia las “s” a su manera y éstas existen en sus canciones. No hay trampa ni simulación. Ni siquiera a la hora de dar palmas “a la vasca” como la misma soprano reconoció con una eterna sonrisa.

 

La primera parte incluyó tres canciones del turolense Antón García Abril, tres del jienense Manuel García Morante y otras tres del navarro Jesús García Leoz separadas para descanso del artista de una grabación del recitado de Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías en la histórica voz de Paco Rabal. Destaco el tríptico de García Abril, de mayor hondura aunque Arteta supo en todo momento dar consistencia a cada una de las propuestas.

La segunda parte se centró en lo que supuso un bello descubrimiento, el ciclo Canciones para niños, del catalán Xavier Montsalvatge, un ciclo de canciones infantiles, microcanciones en algunos casos, donde ingenuidad y expresividad se unen hasta crear un ciclo hermoso y desconocido. Escuchar su Caracola o la Canción tonta en voz de Ainhoa Arteta se convirtió en enorme placer porque la soprano, además, pasó a interpretarlas, a vivirlas, a transmitirlas. En esta segunda parte la conexión con el público fue mucho mayor, en evidente beneficio para el concierto. Un ciclo el de Montsalvatge muy recomendable. 

Otro breve ciclo del también catalán Miquel Ortega, Canciones, cerró la parte oficial del recital donde pudimos apreciar tanto la destreza del compositor como la entrega de la soprano. La primera de ellas Memento, dejó el teatro en silencio absoluto, al transportarnos con la premonición de la muerte, tan cruel, tan eterna, del poeta. 

En este concierto Ainhoa Arteta encontró en Rubén Fernández Agirre el colaborador necesario para redondear la velada. Reducir a Fernández Agirre a acompañante es injusto pues pudimos disfrutar de su labor de pianista, entregado en la búsqueda de expresión y supeditando siempre su labor con gran generosidad al protagonismo de la soprano.

Hasta aquí todo vino dominado por la coherencia del programa, el arte de la cantante, la emotividad de las canciones y el recuerdo de un poeta aun sin encontrar. Un público predispuesto y poco educado en esto de escuchar canciones (aplaudir tras todas y cada una de las canciones es aburridísimo) buscó –y encontró- las necesarias propinas que, para disgusto de quien escribe rompieron la coherencia aplaudida. Admisible la primera, de Jesús Guridi, por encontrarnos en la capital alavesa. Pero, sinceramente, ¿solo un servidor encuentra Vissi d’arte fuera de juego tras un concierto tan hermoso y tan monográfico?

De todas formas, más allá de discusiones florales, el artista es dueño de sus actos y Ainhoa Arteta nos ha demostrado con este recital que se encuentra en plena forma expresiva, que la canción dicha con emoción y hondura es un vehículo artístico de primera magnitud y que la madurez artística es mucho más que una expresión socorrida para hablar del inicio del fin. Es, también, una fuente de sabiduría y de saber decir si a esa madurez se añade un bastante de arte e inteligencia.