Lucrezia Borgia 06 Acto II Les Arts por Tato Baeza 1

 

La Rinegata

Valencia. 26/03/2017. Palau de Les Arts. Donizetti: Lucrezia Borgia. Mariella Devia, William Davenport, Silvia Tro Santafé, Marko Mimica. Dir. de escena: Emilio Sagi. Dir. musical: Fabio Biondi.

Cuando la Lucrezia Borgia de Donizetti se estrenó en París en 1840, en el Théâtre des Italiens, el escrito Victor Hugo invocó sus derechos de autor en Francia, en la medida en que la ópera estaba basada en su texto homónimo. Esto obligó a cambiar el nombre de la ópera y reformar el libreto, trasladando la acción a Turquía en lugar de la Venecia original. Esta nueva versión, siete años posterior al estreno en Milán de 1833, recibió el nombre de La Rinegata. Y es que eso es precisamente Lucrezia Borgia, una apestada que seguramente se ha ganado a pulso su lugar en el mundo, pero que alberga sin embargo un hondo secreto: ella es, nada más y nada menos, la madre de Gennaro, a quien en el transcurso de la obra termina por asesinar envenenado. Este destino aciago y trágico es el nudo que vertebra este sobresaliente melodrama de Donizetti, cuya música por momentos presagia ya los desarrollos del joven Verdi (en la escena de Don Alfonso resuena por momentos la escena de Attila con su fiel Uldino).

Sea como fuere, la obra de Donizetti quedó depositada en el olvido durante décadas y no fue sino en 1965 cuando una histórica representación neoyorquina en el Carnegie Hall coronó a un tiempo esta partitura y el histórico porvenir de Montserrat Caballé, en su ya consabida sustitución a Marilyn Horne, titulando la prensa entonces con el famoso “Callas + Tebaldi = Caballé”. Salvedad hecha de la citada Caballé y de los buenos tiempos de Edita Gruberova (hoy ya en horas bajas), me atrevería a decir que nadie, absolutamente nadie, ha abordado este repertorio con la seriedad y firmeza de Mariella Devia, una portentosa soprano de casi setenta años de edad que suena hoy de un modo insultante, con una frescura y una seguridad que ya quisieran muchas jóvenes sopranos que protagonizan primeros repartos en grandes escenarios mundiales, con treinta años menos a sus espaldas.

En esta Lucrezia Borgia valenciana Mariella Devia ha vuelto a repetir la masterclass continua de canto que ofreciera ya aquí mismo con su Norma o en el Teatro Real con Roberto Devereux, por echar la vista atrás sobre acontecimientos más o menos próximos en el tiempo. Su canto es la sublimación de la técnica, la adoración de la forma hasta un punto en el que ésta transforma el instrumento mismo, que hoy suena con más cuerpo, densidad y proyección que hace apenas un lustro. Y el sobreagudo sigue intacto, por más que algún puntilloso se afane en subrayar una nota menos brillante aquí o allá. Tonterías. Cantar como lo hace hoy Mariella Devia es una proeza de talla histórica, una de esas pocas cosas que se recordarán de aquí a treinta o cuarenta años. 

Y es que su canto es un prodigio se mire por donde se mire: colocación, proyección, afinación, legato y por descontado un dominio avasallador de toda las armas, recursos y artificios propios del belcanto. Mariella Devia es la demostración viva y palpable de que el canto es una suma de técnica, talento e instrumento, pero de tal manera que cualquiera de esos tres elementos puede engrandecer o arruinar el conjunto en función de cómo se administre. Devia nunca fue una actriz magnética, pero hoy se come el escenario nada más abrir la boca, con una voz que habla no ya por sí sola sino por toda una tradición, por todo un legado, por todo un modo de entender el belcanto en suma. 

A su lado, seamos justos, casi cualquier colega palidece, por lo que es justo alabar las virtudes de la mezzo valenciana Silvia Tro Santafé brindando un ejemplar Orsini, un rol en el que es ya toda una especialista. Su presencia es siempre una garantía en cualquier reparto. A su lado, había curiosidad por valorar el desempeño del tenor norteamericano William Davenport. De buena línea de canto, su Gennaro adolece sin embargo de un timbre poco grato (aunque bien proyectado), pero sobre todo de un desempeño escénico que deja mucho que desear, dejado a su suerte por Sagi. El joven bajo Marko Mimica exhibió un material de muchos quilates aunque administrado de forma desigual. Las intenciones son buenas, el instrumento también; aunque hay cierta tendencia a exhibir más los medios que la línea de canto propiamente dicha, estamos ante un cantante muy joven y con evidente potencial. Muy desenvuelto, como es costumbre, el equipo de comprimarios plagado de jóvenes voces del Centro de Perfeccionamiento.

Fabio Biondi, uno de los dos directores musicales titulares que tiene el Palau de les Arts, junto a Roberto Abbado, está al frente de estas funciones rescatando la versión original del estreno milanés de 1833. Como reconocía en la entrevista concedida hace casi un año a Platea Magazine, Fabio Biondi viene haciendo incursiones periódicas en el belcanto, habiéndose enfrentado ya a Anna Bolena, I Capuleti e I Montecchi o Norma. Y lo hace con una óptica restauradora, buscado limar las partituras de tradiciones espurias, para situar al belcanto en una conexión más franca y directa con la música barroca, sin forzar las costuras claro está. No estamos ante una versión historicista en términos musicológicos, pero sí por lo que hace al tratamiento general de las dinámicas, los tiempos y singularmente los colores de la orquesta, hasta tal punto que Biondi ha incorporado un pianoforte en el foso. A pesar de algunos momentos faltos de pulso y brío, la versión musical convenció por huir de un belcanto grandilocuente y de tentaciones sinfónicas, con un sonido preciso, seco, detallista y contundente, poniendo una vez más en valor la gran calidad del foso del Palau de Les Arts.

Lo más decepcionante de la noche es la “nueva” producción firmada por Emilio Sagi, quien ya había puesto en escena Lucrezia Borgia en Bilbao, en 2001. En esta ocasión, como entonces, la propuesta cuenta con escenografía de Llorenç Corbella, vestuario de Pepa Ojanguren e iluminación de Eduardo Bravo. Mismo equipo para el mismo título. ¿Nueva producción? Digamos que es más bien una producción reciclada, pues en ella aparecen elementos que formaron parte antaño de otras producciones del propio Sagi. Es el caso de La bruja, de donde se ha sacado la escenografía sin el menor rubor ni miramiento. No hay en esta propuesta mucho más allá de unos decorados que a lo sumo podrían parecer “bonitos”. La dirección de actores brilla por su ausencia y no hay dramaturgia alguna, ninguna invitación a ahondar en los caracteres de los personajes más allá de lo puramente obvio.