DanielHarding portrait 

Un grado de separación

Zaragoza, 27/03/2017. Sala Mozart del Auditorio. Obras de Berlioz y Bruckner. Christian Gerhaher, barítono. Joven Orquesta Gustav Mahler. Daniel Harding, director.

Hay una teoría que defiende que entre todos los seres humanos hay una conexión de no más de seis personas, una relación que nos uniría a todos mucho más de lo que creemos. Entre los dos compositores protagonistas del concierto que la Joven Orquesta Gustav Mahler, dirigida por Daniel Harding, y el barítono Christian Gerhaher ofrecieron el pasado lunes, 29 de marzo, en el Auditorio de Zaragoza hay mucha menos distancia tanto histórica como personal. A Berlioz y Bruckner les separa, o más bien les une, un solo eslabón de esa ficticia cadena de relaciones. Y ese eslabón se llama Richard Wagner. El compositor alemán, gran admirador de Berlioz, influyó notablemente en el hacer de Antón Bruckner, que siempre le tuvo gran estima y los tres forman parte de lo mejor musicalmente del s. XIX, donde las relaciones, las sinergias, las influencias, se confunden y se entremezclan aunque nos empeñemos (como se empeñaron sus contemporáneos) en crear escuelas, líneas divergentes y mundos compositivos opuestos.

Abrió el concierto una de las más conocidas obras vocales de Hector Berlioz: Les nuits d’été. Considerado el primer ciclo de canciones orquestales (aunque en su origen fuera un ciclo sólo para piano), abre el camino para otros ciclos posteriores como los Wesendonck de Wagner o los de Mahler. En la concepción orquestal original de Berlioz estas seis chansons sobre poemas de Théophile Gautier eran para distintas voces (las canciones 1, 4 y 6 para soprano, la 2 para contralto, la 3 para barítono y la 5 para tenor) pero habitualmente es una sola voz la que se encarga de cantarlas, en el caso de este concierto el reputado barítono alemán Christian Gerhaher. Es Gerhaher un consumado especialista en lied y también ha abordado con éxito el repertorio francés. Por eso, a priori, parecía muy buena opción para recrear estos poemas, que pese al primero, Villanelle, lleno de esperanza por la primavera, están marcados por la amargura y la muerte. Sólo al final con L’île inconnue, parece Gautier reencontrarse con la alegría. Pero Gerhaher no pareció completamente cómodo abordando el ciclo. Siempre pendiente de la partitura, su voz y su expresión pocas veces comunicaron lo que el verso decía. Una actitud que, quizá, como en otras ocasiones que lo he escuchado, sea premeditada pero que si en el caso del lied puede entenderse, difícilmente casa con la carnalidad del verso francés. Sí que estuvo ahí la perfecta modulación y la adecuación idiomática. Pero faltó mayor proyección, un grave más marcado y un centro con más entidad aunque, como siempre con este cantante, destacó su facilidad en las notas más agudas y el timbre elegante. Con un Harding que puso la orquesta de preciosas sonoridades a su servicio, destacó sobre todo en Sur les lagunes, la más conseguida de sus intervenciones.

Mucho más interés tuvo la excelente versión de la 5ª Sinfonía de Anton Bruckner que brindó el británico Daniel Harding. Es Bruckner uno de los más destacados sinfonistas de todos los tiempos aunque no sea tan conocido por el gran público como otros compositores del XIX. Pero el que fuera destacadísimo organista supo crear verdaderos monumentos orquestales que consiguen emocionar al oyente. Fue la de Harding una versión limpia, clara, con planos bien definidos y pausas marcadas que mostraron los contrastes que la obra encierra. Elegantísimo en los tiempos lentos (maravilloso el segundo movimiento Adagio. Sehr langsam) y vibrante en los más rápidos, supo entender el espíritu bruckneriano y construir la catedral sonora que es la quinta sinfonía del austriaco. Quizá el único pero que se le pueda achacar a su dirección es un excesivo volumen sonoro en algunos pasajes que resultan muy espectaculares pero restan equilibrio al conjunto. Estupenda la Joven Orquesta Gustav Mahler que fundara el gran Claudio Abbado. Todas sus secciones estuvieron a la altura del reto exigido y atentos a las indicaciones del director con el que se notaba había completa sintonía. Destacar unas cuerdas excelentes, aterciopeladas y bien conjuntadas aún teniendo en cuenta el gran número de atriles. Un concierto, en fin, que unió a dos grandes: uno del romanticismo y otro del postromanticismo, ambos mucho más cerca uno del otro de lo que se pudiera pensar.