Chenier Kaufmann Harteros Bayerische

Harteros y los efectos secundarios

Múnich. 30/03/2017. Bayerische Staatsoper. Giordano: Andrea Chénier. Jonas Kaufmann (Andrea Chénier), Luca Salsi (Carlo Gérard), Anja Harteros (Maddalena di Coigny), J’Nai Bridges (La mulata Bersi), Doris Soffel (contessa di Coigny), Elena Zilio (Madelon), Andrea Borghini (Roucher), Dir. escena: Philipp Stölzl. Dir. musical: Omer Meir Wellber

La primera representación en absoluto en la Staatsoper bávara del dramma di ambiente storico de Umberto Giordano no podía presentar mejor cartel, ni por otra parte tan obvio, al menos en lo que a los dos roles principales concierne. La combinación Kaufmann/Harteros goza de cierta asiduidad en la escena muniquesa, a tenor de los numerosos títulos que atesoran –y los consabidos venideros–, y una autentica première (tras 121 años de su prima en La Scala) merecía volver a dedicar todos los esfuerzos posibles.

Si bien el festejo hubiese justificado una suerte bien diversa, Philipp Stölzl no apuesta por nada. El escenógrafo, local como Kaufmann, se decanta por un caballo que reconoce como ganador, aunque sepa que habrá quien presencie su propuesta con cierta amargura. No hace sino perpetrar una copia de sí mismo, una puesta en escena con notables semejanzas a su reciente Cavalleria rusticana & Pagliacci del festival de Salzburgo (2015), aplaudida entonces, a la que suma todos los componentes de la Révolution Française, sin ahorrar un ápice de truculencia. Presenta así planos compartimentados (de contenido clásico, como el vestuario de Anke Winckler), cual casa de muñecas, que nos proporcionará tantos momentos virtuosos como dignos de ser relegados. Su desmesurada intención de resumir “todos” los acontecimientos que llevan a la decapitación de los protagonistas, le conducen a mostrar una desencajada viñeta, en la que la acumulación de información termina por tentar al público a desconectar y focalizar la atención allá donde las voces provienen.

Su más airada contra es que el espectador nunca logrará tener una visión global de aquello que acontece, porque no hay una única escena, sino hasta seis de manera simultanea, provocando la desagradable sensación de que uno se está perdiendo siempre algo. Además, por perogrullesco que suene, el hecho de limitar el espacio escénico de los cantantes no solo no será nunca una virtud, sino que su encajonamiento afecta, sin la menor duda, a la proyección de cualquier instrumento. El aria de Gérard Nemico della patria es un perfecto ejemplo de como Stölzl no duda además a la hora sacrificar la música en aras de resaltar su propuesta, colocando a Carlo Gérard (Luca Salsi), auténtico baluarte del drama, en un plano absolutamente secundario, tornándolo en un elemento más de lo que acontece en los diferentes cuadros. Falta de sensibilidad, exceso de protagonismo o descarada ignominia: escojan ustedes mismos. Por cuestiones del “caprichoso destino”, el cuadro siguiente, con Maddalena di Cogni (Anja Harteros), la misma estancia encuentra una posición central. Chapó, eso sí, para los tramoyistas de la Staatsoper, quienes perpetraban mudos cambios a medio telón que dejaron a más de uno con la boca abierta. 

Como casi todo en la vida, la moneda nos muestra también su otra cara, pues si hay alguien a quien sin duda favorecen las dinámicas que crea Stölzt es a Jonnas Kaufmann (también presente en la citada escena salzburgesa). Su mayor experiencia en el rol le otorga una libertad en sintonía con el movimiento al que constantemente se le somete, y con el que el tenor muniqués se encuentra en su salsa.

Kaufmann no es sicuramente –en su acepción italiana– el mejor tenor de la escena actual por sus virtudes vocales (sus últimos reposos denotan un, no casual, cansancio extremo de la voz), sino por ser quien presenta un mejor equilibrio, en un excelso vértice, entre dichas prestaciones y su trabajo escénico. No es de hecho frecuente tener las mismas sensaciones cuando le escuchamos en un recital, pues ahí se le despoja de una de sus más notorias armas, amén de que el repertorio exija un control extremo de la respiración, otro de sus puntos fuertes. Pocos son los momentos en los que Chénier canta o recita para el público, no existe un atril (virtual) que le limite, y de esa libertad hace gala durante toda su prestación. Su voz no es protagonista de ninguno de los roles que atesora, sino un medio más para presentar su propia visión del personaje de turno, y el poeta francés, con quien ya ha lidiado en varias plazas, no podía ser menos.

Hay veladas en las que sin embargo sus anfitriones deberían advertir de las posibles alteraciones que ocasionan. No está aún aceptada como patología, pero tiempo al tiempo, cualquier cobaya de laboratorio, incluso no ducha en estos menesteres –que las hay–, señalaría sin titubeos que Anja Harteros provoca insomnio. La mamma morta se me antoja como un buen ejemplo para resumir las inenarrables prestaciones de su Maddalena, a nivel vocal y nivel emocional, logrando transmitir esa desesperación tan íntima que envuelven los compases de Giordano. Su voz bajaba del Olimpo. Cuando lo que acontece en escena es tan sublime no hay un modo justo de describirlo, cualquier intento se me antoja fallido desde su capital de arranque. Al máximo, se me ocurre augurar a quien goce de este arte que, si tienen la más mínima oportunidad de disfrutarla en directo, no se la pierdan, eso sí, no digan que no les advertí, después les será difícil conciliar el sueño. Su papel puede que tenga aún algún cabo suelto, quizás la fascinación por lo que aconteció me obnubile, pero en cualquier caso encontraría justificación por ser su debut en el rol, un debut que por otra parte se me antoja proyectado con cierto retraso a tenor de sus 45 primaveras, pero del que sin duda tienen más culpa la ceguera de los programadores para con el título, que la falta de previsión los artistas o sus agentes. Cualquier vinicultor descartaría presagiar buenas añadas con lustros de antelación, pero en lo que a mí concierne espero no perderme ninguna botella de esta recién estrenada vid.

Harteros comparte con Kaufmann no solo una patente sintonía personal, sino un sentido teatral que sabe emborrachar en sentido culinario, pero con efectos parejos con su técnica vocal. El duetto Vicino a te, con el que Giordano prepara a sus protagonistas para el cadalso, expone sin duda las mejores cualidades de ambos –con Harteros algún peldaño por encima–, alcanzando, con excelso control de la emisión un climax que, como reconoce el propio Kaufmann, encuentra pocos parangones no solo en el verismo, sino en la entera literatura operística.

Para Luca Salsi la serie de veladas de este Chénier (incluyendo su incursión parisina este pasado martes) supuso, como para Harteros, su debut en el rol. Que dos de los tres protagonistas fuesen bisoños no supuso inconveniente alguno, sino todo lo contrario, pues ambos aportaron una frescura de la que Kaufmann no supo, al menos hoy, alardear. No me cabe la menor duda que el bagaje verdiano que atesora tiene parte de culpa del éxito de su Gérard, de una expresividad apabullante, combinando sensibilidad y contundencia, para quien contrariamente, como sucede con Kaufmann, la escena se convirtió en ocasiones en su talón de Aquiles, restándole un protagonismo que en lo que a él concierne se tenía ganado a pulso. Su personaje se convertirá sin duda en un revolucionario de referencia para la escena venidera.

Más allá de los roles principales, mención especial merece la Madelon de Elena Zilio, un papel que parece confeccionado a medida tanto para la edad como para las buenas condiciones que aun mantiene la mezzo italiana, a quien el público supo reconocer su trabajo.

La dirección de Omer Meir Wellber encontró la homogeneidad que la partitura de Giordano parece que por momentos pierde, guiado por una Bayerisches Staatsorchester cuya calidad y respuesta siguen regalándonos momentos también inenarrables (una cuerda particularmente inspirada en esta penúltima serata), parejos a los que va consiguiendo el Chor der Bayerischen Staatsorchester dirigido por Stellario Fagone, al que solo resta adquirir la regularidad en las prestaciones de sus compañeros de armas.

Una velada inolvidable, imagino que como las anteriores y espero que como las venideras, en la que solo cabe lamentar la ausencia de un prospecto que nos advierta de sus efectos secundarios.