Dudamel Chavez

 

Dudamel, Venezuela y la sangre derramada 

Hubo un tiempo en el que Gustavo Dudamel rehusaba hablar sobre su país en cualquier entrevista. Venezuela era un tema tabú para él. Temía ser malinterpretado. Temía en el fondo morder la mano que le había dado de comer. Sin embargo eran muchos los que -dentro y fuera de Venezuela- reclamaban su voz clara y firme sobre la realidad de su país. Por desgracia los últimos acontecimientos han demostrado que no es posible nadar y guardar la ropa. Si ha tenido que fallecer un joven músico, Armando Cañizares, para que Dudamel se manifieste de forma pública, tajante e inequívoca, me temo que ha llegado tarde.

La agitación que Venezuela experimenta desde hace varias semanas es el último capítulo en una escalada de tensiones sociales y políticas ante las que Dudamel ha guardado un estricto silencio. Seguramente tenga sus motivos, en lo más hondo de su conciencia. Pero la imagen pública que proyecta su actitud es más bien la de una cobardía cómplice. 

Hace apenas unos meses pusimos la Carta Abierta de nuestra edición impresa a disposición de la pianista venezolana Gabriela Montero. Con un tono firme pero conciliador ponía allí negro sobre blanco la realidad, plagada de claroscuros, de El Sistema, una iniciativa sobresaliente que sin embargo se ha visto empañada conforme la política bolivariana hacía del mismo un estandarte de su régimen.

A menudo se reabre el debate sobre la posición pública que los artistas han de mantener con respecto a los temas políticos y sociales que sacuden a sus países de origen. El tema ha sido recurrente no hace tanto en torno a las políticas xenófobas y homófobas puestas en práctica por el régimen de Putin en Rusia. Artistas como Netrebko o Gergiev han sido por lo general tibios en torno a estas cuestiones.

Lo sucedido con Dudamel, la impresión generalizada de que su mensaje llega tarde, es quizá el mejor ejemplo de que ciertas realidades requieren un mayor coraje a tiempo. No soy quién para repartir consejos, a buen seguro será difícil posicionarse sin ser malinterpretado y prejuzgado por muchos. En el caso de Dudamel era tan evidente que se esperaba hace tiempo su manifestación pública sobre Venezuela que su mensaje ahora ha perdido el valor que hubiera tenido antaño, cuando sí hubiera sido oportuno. Bienvenido sea el mensaje de Dudamel, pero más bienvenido hubiera sido tiempo atrás, antes de que la sangre derramada de Armando Cañizares hubiese forzado su postura.

 

* Reproducimos a continuación el texto de Gustavo Dudamel, hecho público el pasado jueves 4 de mayo: 

Mi vida entera la he dedicado a la música y al arte como forma de transformar las sociedades. Levanto mi voz en contra de la violencia y la represión. Nada puede justificar el derramamiento de sangre. Ya basta de desatender el justo clamor de un pueblo sofocado por una intolerable crisis. Históricamente el pueblo venezolano ha sido un pueblo luchador pero jamás violento.

Para que la democracia sea sana debe haber respeto y entendimiento verdadero. La democracia no puede estar construida a la medida de un gobierno particular porque dejaría de ser democracia. El ejercicio democrático implica escuchar la voz de la mayoría, como baluarte último de la verdad social. Ninguna ideología puede ir más allá del bien común. La política se debe hacer desde la consciencia y en el más absoluto respeto a la constitucionalidad, adaptándose a una sociedad joven que, como la venezolana, tiene el derecho a reinventarse y rehacerse en el sano e inobjetable contrapeso democrático.

Los venezolanos están desesperados por su derecho inalienable al bienestar y a la satisfacción de sus más básicas necesidades. Las únicas armas que se le puede entregar a un pueblo son las herramientas para forjar su porvenir: instrumentos musicales, pinceles, libros; en fin, los más altos valores del espíritu humano: el bien, la verdad y la belleza.

Hago un llamado urgente al Presidente de la República y al gobierno nacional a que se rectifique y escuche la voz del pueblo venezolano. Los tiempos no pueden estar marcados por la sangre de nuestra gente. Debemos a nuestros jóvenes un mundo esperanzador, un país en el que se pueda caminar libremente en el disentimiento, en el respeto, en la tolerancia, en el diálogo y en el que los sueños tengan cabida para construir la Venezuela que todos anhelamos.

Es el momento de escuchar a la gente: Ya basta.

Gustavo Dudamel