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In Medium Virtus Est

Madrid. 12/05/17. Auditorio Nacional. Obras de Brahms y Bartók. Nicola Benedetti, violín. Orquesta Nacional de España. Christoph Eschenbach, dirección.

Para este concierto número 19 de la Orquesta Nacional de España por fin el programa equilibra sus dos partes con solo dos obras, más que suficientes, como son el Concierto para violín en re mayor, opus 77 de Brahms y el singular Concierto para orquesta, BB 123 de Béla Bartók. Christoph Eschenbach, el principal director invitado de OCNE, fue el encargado de dar forma a estas obras.

El Concierto de Brahms es uno de los imprescindibles para el violín, por su parentesco al de Beethoven, su lirismo y sus requerimientos técnicos. Para esta velada Nicola Benedetti, en sustitución de Leonidas Kavakos, fue la encargada de interpretarlo. El primer movimiento Allegro non troppo dio comienzo, faltando un poco de cohesión entre las partes de la introducción de la orquesta. Tras ésta, la intérprete tocó con gran precisión, temperamento y afinación sus primeros y rotundos compases.  Si bien las cuerdas la taparon un poco en el principio, orquesta, director y violinista se entendieron rápidamente, dada la integridad del discurso de la solista.
   Se fueron desarrollando pasajes de flauta y oboe magníficamente empastados; el canto de los violonchelos al unísono; y para finalizar la soberbia cadencia, donde mostró un despliegue técnico y sonoro, de continuidad y emoción narrativa que se fundió con a la orquesta tras un contenido trino. Un solo de oboe presentó el tema del Adagio  que recogió después Benedetti delicada e intensa por momentos. No sacrificó nunca su línea, ni su gusto, de manera que se pusieron todos al servicio de la música hasta el fa pianissimo del final.
   Rápidamente se inició el Allegro giocoso; ma non troppo vivace, probablemente el movimiento más popular, con capacidad de conmover y alegrar el espíritu a la vez. Inspirador y luminoso, se combinó la energía de origen húngaro y el virtuosismo en el violín. Una pequeña cadencia, nos condujo hasta final del concierto constatando el pleno entendimiento entre solista y director.

Tras el descanso, nos encontramos con una orquesta ampliada en todas sus secciones y añadiendo dos arpas para la interpretación del Concierto para Orquesta de B.Bartok, escrito por encargo de Serge Koussevizky. El comienzo, Introduzione: Andante non troppo-Allegro vivace, con un canto de los contrabajos y los violonchelos, fue lúgubre, contrastando con el dibujo de las flautas. En su evolución  fue aumentando la densidad de la orquesta, y alternando secciones de la misma, no destacando ninguna en especial en un deambular sonoro constante que condujo al Giuoco delle coppi: Allegrettto Scherzando. Una caja tocando un tempo ternario precedió el tema, bellísimamente ejecutado por el oboe, clarinete y flauta. Los metales tomaron mayor importancia en la parte central del movimiento otorgándole dinamismo, y regresando al tema del comienzo y al ritmo de la caja, con la que se cerraba el círculo. Un movimiento intrigante, de juego, sí, pero un juego inquietante.
   Con el tercer movimiento, Elegia: Andante non troppo, volvió la oscuridad del primer Andante, en contrabajos y violonchelos. Una lentitud que se transformaba y parecía deslizarse por un embudo hasta volver al juego de las maderas y del flautín. En el Intermezzo Interrotto destacaron la melodía del conjunto de las violas; los glissandos de los metales, muchas veces con sordina; el tempo, que se iba animando; un canto  delicioso en los violines y un tema que se mudaba de una madera a otra.
    Para concluir el Finale: Pesante- Presto, donde reinó el metal, -las trompetas algo imprecisas- acompañado por las cuerdas en pizzicato; las maderas de nuevo retozando entre la armonía orquestal; inestabilidad tonal; sordinas; velocidad de vértigo en los violines y colorido húngaro sabiamente guiado por Eschenbach. El perfecto epílogo para un concierto que requiere de un alto nivel por parte de todos los miembros de la orquesta.

Cinco movimientos que recorren el pulso de la vida, que rompen con la idea del solista en el concierto, o de los tres movimientos habituales. Un paseo por el folklore húngaro mezclado sabiamente con la urdimbre clásica, y una batuta mesurada, respetuosa y en pro del arte.  

Foto: Ronald Knapp