Chenier ABAO E.Moreno Esquibe

Apostar sobre seguro

Bilbao. 20/05/2017. Palacio Euskalduna. Giordano. Andrea Chénier. Gregory Kunde (Chénier), Anna Pirozzi (Maddalena), Ambrogio Maestri (Gérard), Elena Zilio (Condesa Coigny/Madelon), Manel Esteve (Roucher), Francisco Vas (Incredibilie/abate), Mireia Pintó (Bersi), Fernando Latorre (Matthieu), José Manuel Díaz, Gexan Extabe. Coro de Ópera de Bilbao. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Dirección de escena: Alfonso Romero Mora. Dirección Musical: Stefano Ranzani.

No siempre se pueden atar todos los cabos que concurren en una función operística para buscar los mejores resultados; representaciones que a priori todos piensan que serán un éxito se malogran por fallar uno u otro de los muchos pilares sobre los que se sustenta la excelencia en ópera. Pero, cuando “se apuesta sobre seguro”, siempre esos riesgos se minimizan y el triunfo para todos está más cerca. Esto es lo que pasó el pasado sábado, 20 de mayo, en Bilbao.

 Para cerrar la temporada 2016/17  la ABAO (Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera) presentaba una obra que aunque no cuenta con todos los parabienes de la crítica sí que tiene un conocido atractivo para el público: Andrea Chénier de Umberto Giordano. Y lo hacía con uno de los mejores carteles del año, el que encabezaban tres nombres de reconocido prestigio: Gregory Kunde, Anna Pirozzi y Ambrogio Maestri.

Hablar a estas alturas de lo que se ha llegado a llamar “el milagro Kunde” resulta un poco banal y reiterativo. No se consiguen milagros sin trabajo ni esfuerzo y el tenor norteamericano ha demostrado tener mucho de ambos, pero sí que sigue admirando la aparente facilidad con que aborda nuevos retos “tenoriles” y añade a su ya prolongada nómina de personajes uno de tanto gancho como Chénier. Oyéndolo en la representación que comento se diría que llevara años representando el papel, al que habría dado, después de ese tiempo e innumerables representaciones, su sello personal. Pues no. Kunde debutó este rol esta misma temporada. Asombroso. Aborda Chénier de una manera clásica, canónica y comprometida, con arrojo. Ningún agudo, piedra de toque del papel, queda sin colocarse perfectamente, con exacta proyección y elegancia, sonando todos siempre claros y límpidos. Tampoco defrauda en el resto de los registros aunque sea justo también anotar alguna nota más fatigada en los pasajes más apianados. Pero desde un espléndido "Un dì all'azzuro spazio", pasando por el gran dúo del segundo acto y "Come un bel dì di Maggio" hasta el apoteósico final, su trabajo fue impecable. Bravo, maestro.

También cantó a un gran nivel Anna Pirozzi. Su Maddalena, aunque pareció más dubitativa en el primer acto, pronto demostró estar sustentada en una voz de una excelente proyección, bien timbrada y con un legato impecable. Enfrentarse a un aria tan conocida como “La mamma morta” no es fácil y ella la resolvió de una manera maravillosa, elegante, con un clase y un canto de gran belleza, de lo mejor de la noche. Ya se ha hecho referencia a la excelente resolución de los dúos con el tenor y en los que ninguno de los dos tembló en los temidos agudos que los rematan, sobre todo en esa sobrecogedora frase con la que acaba la ópera: Viva la morte insiem!

Ambrogio Maestri es uno de esos barítonos que bebe de la vieja escuela italiana y nunca decepciona. En esta ocasión debutaba como Carlo Gérard. Habrá papeles con los que se sienta más cómodo (estoy pensando en su memorable Falstaff o su estupendo Scarpia) pero siempre transmite una seguridad y una maestría fuera de cualquier duda. Quizá falte actoralmente a su Gérard una bravura y un punto revolucionario, pero hay momentos en los que dramáticamente está impecable, como el del acoso a Maddalena en el tercer acto. Como cantante ningún pero que ponerle, excelente en sus intervenciones, sobre todo "Nemico della patria?", una lección de como cantar con “italianidad”. Aunque su voz se oye en cualquier rincón del teatro por su proyección y potencia, supo matizar de manera muy bella en el pequeño dúo que tiene con la soprano en el primer acto, elegantísimo.

Elena Zilio es una gran cantante con un indudable bagaje a sus espaldas. Se mostró estupenda en su breve aria de Madelon, toda una lección de canto, pero su papel como la condesa de Coigny, madre de la protagonista, tuvo más altibajos. El barítono Manel Esteve como Roucher, el amigo de Chénier, estuvo, como siempre, a un gran nivel interpretativo y vocal. Es una gran noticia que la temporada próxima asuma en este mismo teatro un papel de más enjundia como es el de Lescaut en la Manon de Massenet. También gran trabajo el de Francisco Vas en el su doble papel de L’abate y el espía “Incredibile”. Mireia Pintó también dibujó una buena Bersi pero a veces fue poco audible en el siempre temible Euskalduna. Estupendo Fernando Latorre como Matthieu y bien José Manuel Díaz y Gexan Etxabe en sus cortos papeles.

Una vez más el Coro de Ópera de Bilbao demostró su valía bajo la dirección de Boris Dujin. Bien compactado en todo momento fue sobre todo en los momentos “revolucionarios” donde destacó más aunque hay que señalar el bello pasaje que nos brindó la parte femenina en la pastoral del primer acto. El maestro italiano Stefano Ranzani era la primera vez que dirigía desde el foso de ABAO y demostró que es perfecto conocedor de este repertorio italiano, inclinándose por una lectura más romántica en las formas y los modos que por una con tintes veristas como muchas veces suele oírse. Atento a los músicos y al escenario quizá debió en algún momento moderar la fuerza del coro y el volumen de la orquesta, ya que ambos taparon, puntualmente, a algún cantante. Excelente la Orquesta Sinfónica de Bilbao sobre todo en su sección de madera, sonando bien conjuntada y con personalidad en sus solistas (sobre todo el de violonchelo). 

Alfonso Romero Mora plantea en esta producción, que ABAO comparte con el Festival de Perelada, un Chénier con pocas novedades escénicas, pero con soltura en el movimiento de los personajes y en la resolución de la trama aunque chirríen algunos detalles. Basándose en un decorado único, de Ricardo Sánchez Cuerda, con un gran plano inclinado como elemento central y  que va cambiando (y deteriorándose) según se va desarrollando la acción, nos muestra una sociedad que se descompone sin que la que la sustituye inmediatamente después parezca, a priori, resolver ninguno de los problemas que el pueblo tiene. Adecuada la iluminación de Félix Garma, el vestuario de Gabriela Salaverry y la coreografía de Sergio Paladino.

Foto: E. Moreno Esquibel