damrau warner

Brillante demodé

27/05/17 Madrid. Teatro Real. Obras de Meyerbeer, Rossini, Wagner y Hérold. Diana Damrau, soprano. Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica de Madrid. Francesco Ivan Ciampa, director.

Giacomo o Jakob, siempre Meyerbeer (Meyer Beer), fue víctima de la época y gustos que le encumbraron. Colgado por su propia soga. Encorsetado en la Francia de la Grand opéra, sus éxitos llegaron a través de la opulencia de las medidas y los todos. Grandes escenografías, espectaculares efectos sobre escena, gran número de personajes, relevantes hechos históricos, portentosas orquestas… todo era tan grande que en el momento en que cayó en la desgracia de la memoria, nadie ha sido capaz de recuperarlo en su plenitud. Colosales obras que muy pronto se vieron superadas por nuevas formas y el arrollador impulso wagneriano, que en sus principios se vio ayudado por el propio Meyerbeer, dando con unas formas que sin duda no eran las suyas. Desengañémonos, a Wagner y a todos sus contemporáneos pronto Meyerbeer les sonó demodé.

Por el despliegue técnico y económico y el acartonamiento de sus tramas y formas, Meyerbeer parece no salir rentable al bolsillo. Puntualmente podemos disfrutar de alguna función dedicada a su nombre, sobre todo en Francia, un tanto en Alemania y prácticamente nada fuera de ellas. Una versión de concierto de Les Huguenots pudo escucharse en el Teatro Real, en 2011. Y hasta aquí. Ya no son tiempos de encerrar las esencias meyerberianas, las óperas completas quiero decir, en frasquitos llamados discos; único modo de seguir perpetuando su música: Dinorah, Margerita d’Anjou o Il crociato in Egitto han sido llevadas a estudio no hace tanto en realidad… lejos quedan ya Les Huguenots con Joan Sutherland o invertir los dineros en un Prophète con Renata Scotto y Marilyn Horne mano a mano.
    Por ello, ahora hemos de contentarnos con recitales, en vivo o en estudio, que recuperen sus pentagramas. Y este ha sido el caso de la soprano alemana Diana Damrau, quien se acercaba al Teatro Real a presentar su última grabación: Grand Opéra. Un estudio donde recupera obras del siempre demasiado olvidado Meyerbeer. Incluso algunas, si la discoteca no me falla, grabadas por primera vez, como Emma di Resburgo o Ein Feldlager in Schlesien, pertenecientes a una época más temprana del compositor.

El Meyerbeer de la Damrau, en vivo, difiere mucho del grabado. A todas luces el disco no le hace justicia. El disco no hace justicia a nadie, de hecho, pero en este caso no le conviene. La Damrau necesita del escenario para desplegarse, para convencer y para disfrutarse. Comenzó teatralísima, vibrante, pletórica en un Nobles seigneurs, salut! de Les Huguenots, que no encerraba demasiada complicación, con melindrosos procedimientos que recuerdan a la Gruberova y que le acompañarían durante todo el recital.
    En la misma línea emprendió la intricada Ombre légère de Dinorah. Dado que sus agilidades no son tan precisas, que las fioriture por medios acaban resultando más difusas y sus sobreagudos no tan brillantes como los de algunas de sus colegas en estas lides, hizo su apuesta por el camino de la expresividad, que compramos todos de calle en un juego de contrastes en la conversación con la sombra del personaje. Delicada línea de canto, soberbios filados y pianissimi en un timbre, el suyo, más carnoso, un tanto más ancho que las sopranos ligeras a las que acostumbramos a oír en estos personajes y que otorga una mayor redondez al sonido, a la expresividad. Los trinos, por otro lado, fueron resueltos con mayor acierto, con mucha diferencia de los escuchados en sus grabaciones, cuasi oscilantes, abiertos en demasía. Damrau no te aguantará un agudo, pero dotará de mayor realidad a sus frases.

De patetismo convincente tanto en Robert, toi que j’aime de Robert le Diable como en Lebewohl, geliebte Schwester, de Ein Feldlager in Schlesien, una página tan bella como contradictoria entre el texto que se canta con el tempo de vals (¿quizá reminiscencia de otros momentos de la ópera, de felices recuerdos?) que le da forma y el acompañamiento del clarinete; y donde la Damrau resuelve acertadamente las incursiones en la zona grave y brilla en el contraste entre pianos y autoritarios forte, consiguiendo controlar un vibrato que no se le abre aquí en las notas mantenidas.  
    En italiano escuchamos Sulla rupe triste e sola, de Emma di Resburgo, de similar concepción meyerberiana que las anteriores, aquí con introducción del arpa, y similar resolución por parte de Damrau, con una segunda parte a modo de cabaletta excelentemente bien resuelta en sus agilidades.

Cerró la noche la pieza seguramente más conocida de todas: Au beau pays de la Touraine, que han cantado nombres como Joan Sutherland, Beverly Sills o Montserrat Caballé y que Damrau interpretó de forma excelsa, de nuevo en su expresividad como mejor baza. Lumínica y ágil, buscando el ascenso al agudo a su modo, entregada y generosa. No se le pudo pedir más a Damrau.

Le acompañaron un rutilante Francesco Ivan Ciampa al frente de la Orquesta Sinfónica de Madrid, que sonó siempre adecuada y acertada, destacando en la Obertura de Zampa, de Hérold y en el Rienzi wagneriano. Por su parte, la utilización del Coro, sólo en la última pieza comentada de Les Huguenots, no se entendió demasiado, pues se suprimió su participación en otras piezas donde podría haber intervenido. Si es por una cuestión de tiempo… ya que vamos a intercalar sinfonías y oberturas de larga duración, qué más dará escuchar cuatro minutos más para que el coro realice su función… Por cierto, hablando de tiempos, últimamente las duraciones aproximadas que marca el programa de mano siempre se quedan como media hora cortas. ¿Miedo a que la gente se vaya en el descanso? Y ya que estamos, últimamente no hay función a la que asista en el Real en la que no haya problemas con los sobretítulos… a 60 céntimos o a 300€, me da igual, estos problemas del primer mundo deberían cuidarse más. Sobre el escenario, noche perfecta.

Foto: Warner.