leticia moreno Omar Ayyashi 

Pentagramas rusos

Barcelona. 23/05/2017, 20:30 horas. Palau de la Música Catalana, ciclo Palau 100. D. Shostakovich: Concierto para violín núm. 1, en La menor, op. 99. P. I. Tchaikovsky: Sinfonía núm. 6, "Patética". Filarmónica de San Petersburgo. Leticia Moreno, violín. Yuri Temirkanov, director.

“Semana rusa” en Barcelona, con el protagonismo de dos solistas de excepción, la violinista española Leticia Moreno con el concierto de Shostakovich en el Palau de la Música, y la pianista Katia Buniatishvili con el concierto número uno de Chaikovsky en el Liceu. Ambas solistas acompañadas en el programa por la sexta y la quinta sinfonía de Chaikovsky respectivamente. Una bonita coincidencia que ha sumergido al afortunado espectador que haya podido disfrutar de ambos conciertos de una semana romántica rusa con el contrapunto del siempre estimulante Dmitri Shostakovich.

Leticia Moreno, que protagonizó la primera entrevista a una joven promesa realizada por Diego Civilotti, en nuestro primer ejemplar impreso de Platea Magazine, ya lo expuso en esa interesante charla, ella en el repertorio ruso, se siente como pez en el agua. Es más, precisamente con la Filarmónica de San Petersburgo y su director vitalicio, Yuri Temirkanov, con quienes ha grabado el concierto de Shotakovih para el sello DG, tiene una conexión y complicidad especial que saltó a la vista.

No es un concierto fácil, ¿cúal lo es?, pero con ese inicio misterioso y tan característico de la producción musical de Shostakovich, un gran creador de atmósferas y un mago de la orquestación, y el sonido pastoso, magnético y cálido de la Filarmónica de San Petersburgo, la simbiosis encandiló la sala desde los primeros compases de la partitura. 

Tener a un mito viviente, como es ya un reconocido y admirado Yuri Temirkanov, en el podio, fue un regalo mayúsculo para todos. La palabra Maestro remite una y otra vez en la memoria del embelesado espectador, pues el decano director ruso, dueño y testigo de una tradición musical característica y legendaria, ofreció el mejor de sus dones desde el podio, sabiduría y profundidad.  No en vano la orquesta que acompañó a Moreno es la formación que en su día estrenó el concierto, con el legendario David Oistrak al arco y la batuta del no menos mítico Mavrisnky. La casta musical y el poso de la historia ahí están y estuvieron.

Moreno apareció algo nerviosa, con algún titubeo en ese inicio en susurro al arco, con los contrabajos de la orquesta construyendo un denso fondo de cuerdas, quejumbroso y oscuro. Pero enseguida encauzó un fraseo cuidado y buscó la construcción de un sonido recogido y expresivo. El nombre del movimiento lo dice claro: Nocturno: moderato. La expresión de Moreno fue in crescendo, siempre con una Filarmónica de sonoridad rica y homogénea, pero sobretodo con un control del sonido respetuoso y casi mimando la voz solista del violí, que parece vaya argumentando los ideales y sentimientos de un compositor que parece amar una Rusia extinta y que debe ‘someterse’ a un régimen, el estalinista, que pretende moldear el arte ruso a su antojo. Leticia dibujó buenos sonidos filados, una respiración dramática desde el arco, balanceada con extrema delicadeza por la orquesta, casi susurrada, el final, de una fragilidad turbadora flotó como desgarro, como un grito sin aire. 

El Scherzo implosinó con ardiente energía, un burbujeante espíritu que contrastó con los casi doce minutos del primer y magnético movimiento. Aquí la voz del violín de Moreno sonó agitada y con búsqueda de carácter, aunque pareció faltar cierta morbidez en los acordes y una mayor profundidad en la mordacidad de las notas desde el instrumento solista. Más que una danza demoníaca sonó a obstinada queja, cuestiones de estilo que no de calidad, siempre contrastada.

Con el tercer movimiento, el más largo y original, la Passacaglia: Andante - Cadenza (attaca), la orquesta cobró el protagonismo en el inicio, que sonó casi barroco, como una especie de largo trayecto por un canal veneciano, decadente y mortuorio, hasta la entrada certera y protagonista del violín. Aquí la comunión de la orquesta y el solista fue evidente e hipnótica, Moreno deslizó sus dedos por el violín con la naturalidad de una voz solista decidida y jalonada por una formación en estado de gracias, donde el carácter ruso de Shostakovich se hizo presente de manera magistral. Los trombones marcaron el tempo como si de un cortejo fúnebre se tratara. El diálogo del violín con la orquesta fue un tuteo entre acaramelado y confesional, que coronó Moreno con una cadenza espectacular, cual solo de rock’roll, un logro solo al alcance de una instrumentista consumada.

Con el Burlesque: Allegro con brio- Presto, final, la comunión solista orquesta brilló con fluidez y fervor. La voz sofisticada y abstracta de Shostakovich eclosionó con el brío expresivo de un compositor que siempre tiene en el ritmo y su uso magistral un extra de frenesí y adicción. Final pletórico de fuerzas y aplausos enerdecidos. A pesar de la calidez de la audiencia, la solista no quiso ofrecer el siempre deseado bis. 

La unión de carácter de la primera parte con la segunda, se pudo encontrar en el inicio de la sexta sinfonía de Chaikovsky, también sombría, extraña y misteriosa. Si el nocturno del primer movimiento del concierto para violín de Shostakovich pide una extrema concentración por parte del solista, con una entrada difícil que requiere de una atmósfera especial, aquí, el Adagio inicial de la sexta sinfonía suena ya a premonición. La profunda teatralidad de la música de Chaikovsky prepara el tema emotivo y incisivamente romántico que protagonizan las cuerdas, casi cinco minutos después del inicio del movimiento. El sonido oscuro y profundo de los contrabajos, el rumor de los violines como si de una ventisca siberiana se tratara, los lejanos sonidos de unas trompetas en fanfarria, todo converge en esa frase profunda y romántica de los violines que protagonizan con nostalgia y sin aspavientos. Así es la concepción que ofrece Temirkanov con su formación, nunca sobredimensionando el carácter dramático de la música, nunca buscando la obviedad del sentimiento romántico. El largo camino que inicia el Adagio transformado en Allegro non troppo-Andante- Moderato mosso- Andante-Moderado assai- Allegro vivo- Andante come prima y Andante mosso, son escanciados por Temirkanov con una delicadeza extrema, con un sentimiento crepuscular que recuerda y anuncia al Richard Strauss maduro y nostágico. La construcción del primer movimiento parece ser una suite teatral de uno de sus balllets, un eco del Lago de los cisnes, donde las trompetas y metales suenan mayestáticos y definitivos. La maravilla del sonido de la formación da justicia a su fama, profundidad expresiva, limpieza sonora en todas las secciones, calidez, sentimiento, ensoñación en las cuerdas, astillas sonoras en unos metales que anuncian al futuro Mahler…pero sobretodo la voz solista de un clarinete que se transforma en uno mismo, en la voz del compositor y en la respiración del maestro y del espectador.

El Allegro con grazia supuso un pequeño y distendido relax en el discurso, el ritmo casi de vals, aquí de cinco por cuatro, la voz cantabile de la melodía de la cuerdas y vientos, el obstinato sonido del timbal de fondo. La claridad expositiva parece recordar también el Scherezade de Rimsky-Korsakov, estrenada casi cinco años antes, por el carácter lumínico y extrovertido de la melodía, y por la seducción intrínseca del ritmo, en un discurso casi esperanzador. 

Temirkanov, sabio en la administración de su tempo interpretativo, descansa entre movimiento y no le importa seguir sin prisa alguna, así antes de volcarse en el tercer movimiento, el Allegro monto vivace, se relaja, respira, los músicos se acomodan y sin embargo nunca se rompe el espíritu y la concentración de la interpretación, tal es el grado de familiaridad con la formación y un repertorio que parece recorrer por la sangre de las venas de cada instrumentista de la orquesta rusa más antigua existente. 

La radiante orquestación chaikovskiana se muestra enérgica y vibrante en el tercer movimiento, donde parece eclosionar el espíritu más extrovertido y alegres de toda la sinfonía, con un viento expansivo, una cuerda juguetona y una melodía vibrante que recuerda en el espíritu a la espectacular Obertura 1812. Temirkanov y la Filarmónica ofrecieron un enfoque orgánico y fluido, donde lo grandilocuente no chocó con la frescura de una interpretación natural y espontánea, una bocanada de aire para preceder el contundente final.

Se podría resumir la interpretación del último movimiento: Finale. Adagio lamentoso-Andante, con los últimos latidos de las cuerdas graves y su efecto estremecedor…y sería además una retahíla y un panegírico de las virtudes de la formación y la sabiduría de la batuta del maestro al podio. Pero un silencio general después del último compas dice mucho más en estos casos. Esa respiración aguantaba por el público que precede a los enfervorecidos aplausos y vítores finales, esa emoción convertida en catarsis, ese sentimiento inefable pero veraz como pocos. Y si todavía alguien pensó que no podía haber un bis después de esta interpretación, de nuevo, el maestro ruso y su orquesta sorprendieron, sabios y generosos, con un Nimrod de las Variaciones Enigma de Elgar, cálido y crepuscular.