Buniatishvili Liceu 

El piano se viste de Khatia

Barcelona. 25/05/2017, 20:00 horas. Gran Teatre del Liceu, ciclo Tchaikovsky piano. Khatia Buniatishvili, piano. Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu. Josep Pons, director.

Que Kathia Buniatishvili es un fenómeno de las teclas se puede percibir al segundo acorde. Su mera presencia, acorde con el canon estético de joven talento, moderna y atractiva, tampoco deja indiferente. Su vestido negro, ajustado y de encaje con una espalda desnuda y un cierre de botones que remarcaban su estilizada figura, se desvanecieron con su ígnea interpretación, sentida, fogosa y enérgica. Los famosísimos primeros acordes, intensos y románticos del concierto para piano número 1 de Chaikovsky, fueron una carta de presentación de una solista entregada y poseída por la música. ¿Qué pasó con la orquesta?, ese fue otro cantar.

Desde el principio la voz y personalidad de Khatia pareció arrastrar y arrasar con un acompañamiento que siempre fue a la zaga de su estela. ¿Falta de ensayos? quien sabe...a las cuerdas les faltó intensidad, fraseo, dinámicas…Buniatishvili, en su mundo, se recreó en el sonido hedónico y arrebatar de la partitura, y el tejido orquestal, la simbiosis que debe existir entre solista y orquesta, simplemente se eclipsó. No se puede negar el espíritu y trabajo de Josep Pons desde el podio para estar a la altura del ritmo y entrega de la pianista georgiana, pero la brillantez de su digitación, los colores e intensidades de su articulación, su profundo lirismo, y una exigente técnica pulida y perfecta solo hizo que ensombrecer una orquesta pálida y perdida en la estela de la estrella. Fue un Allegro non troppo e molto maestoso digno de una solista ambiciosa y dotada, pero ella empezó y acabó sola con el movimiento. 

Ese sonido de la orquesta, fragmentada, con falta de homogeneidad, se corrigió algo en el Andantino semplice, un segundo movimiento donde el carácter casi de nana con que se enfocó, mejoró un sonido orgánico y mucho más equilibrado entre la solista y la formación. Kathia acarició la partitura sin efectismos, con una elegancia en las respiraciones propia de una solista madura, a pesar de no tener todavía los treinta años que cumplirá el próximo 21 de junio. 

En el Allegro con fuoco final volvieron a aparecer los dos discursos, el del piano y el de la orquesta, como si de dos voces distintas se tratara. Buniatishvili pareció de nuevo desbocada en su lectura solista y la orquesta en manos de un Pons inquieto, intentando conjugar el discurso, volvió a perder el equilibrio deseado. No es que no hubieran buenas intenciones y resultados desde las cuerdas, los pizzicatti, el fraseo, pero Khatia tocó a su antojo, fresca y libérrima, iluminando con su fuerza la partitura y acercándola en un tempi implacable a la futura modernidad de un Gershwin, con sus dinámicas casi jazzísticas y unos arpegios como rayos de sol. Buena respuesta de vientos y chelos, con unos contrabajos siempre presentes, pero el resultado fue de nuevo dispar. La orquesta tocó por un camino y la genialidad salvaje de Khatia se fue por otros derroteros. 

¿Poco entendimiento con Pons? ¿Libertades de artista? Un final endemoniado casi levantó a la pianista del asiento, y el público estalló en ovación. Los aplausos consiguieron arrancar el bis desado y deseante, una alocada versión acelerada y artificiosa de la Rapsodia húngara número 2 de Liszt/Horowitz.

A estas alturas Josep Pons, después de memorables interpretaciones y versiones de óperas como fueron, Götterdämmerung, Benvenuto Cellini o Elektra de Strauss, poco ha de demostrar más sobre como ha sabido mejorar el rendimiento de la formación orquestal de la casa. Aún así, y sabiendo que es un trabajo en progreso y sin descanso, ha justificado y justifica estos ciclos y series de conciertos sinfónicos para seguir con la mejora y el rendimiento de una formación que en los últimos años siempre se le ha criticado una carencia de personalidad en el sonido y carácter propio. Así pues, si bien con el concierto número 1 de piano de Chaikovsky el logro y comunión no se acabo de conseguir a pesar de la baza mediática y genial de La Buniatishvili, gracias a una lectura atractiva de la quinta sinfonía del mismo compositor, el sabor de boca fue más de miel que de hiel. 

El inicio del Andante - Allegro con anima, marcado por la voz solista de un fagot inspirado y sentido, marcó una segunda parte donde, ¡por fin!, se pudo reconocer de nuevo, el trabajo y logros de la orquesta y su director titular. Pons, ahora sin necesidad de cuadrar un solista con la formación, se pudo explayar en el discurso, narrativo, expresivo y profundo de una obra de madurez del compositor de la Dama de Picas. El sonido de las cuerdas, empastadas, vientos y metales, entrelazados en un discurso orgánico y atentos al tempo exacto y minucioso de Pons, dio como resultado un sonido atractivo y meloso, con la dosis justa de grandilocuencia romántica, con un destacado trabajo de las acuerdas graves, chelos y contrabajos. Solo se pudo echar en falta mayor búsqueda de los acentos, una mordacidad más profunda en el discurso expresivo, más frescura y riesgo. Resplandecieron las fanfarrias de los metales, la melodía irresistible de Tchaikovsky sono reconocible y el aliento romántico se apoderó de la formación.

Lástima de los errores de la trompa solista, inexacta y titubeante en su solos en el Andante Cantabile, donde con alcuna licenza pareció tomarse al pie de la letra la indicación de la partitura. Suerte de los buenos testigos de clarinete y oboe que enderezaron la melodía. Destacaron pues en sus cometidos los vientos, leve mejoría de la trompa y además de los mencionados oboes y clarinetes, también el fagot en sus trinos. La necesaria y profunda lectura de la melodía se apareció majestuosa, Pons acentuó y marcó el discurso con la limpieza de un cirujano, los metales sonaron con fulgor, y el final, sereno y solemne, se desvaneció con efectivo y teatral resultado.

En el Valse. Allegro moderato, la batuta supo equilibrar el ritmo del movimiento, clave para que brillara el espíritu de ballet intrínseco en la obra chaikovskiana. Las ráfagas de las melodías que atravesaron las diferentes secciones de viento, sonaron juguetonas y transparentes y dieron paso al leitmotiv velado al final que dio paso al último movimiento.

Casi no hubo solución de continuidad entre el tercer y cuarto movimiento, fue casi un attaca, reincidiendo en el tema central que suena desde el inicio con insistente voz. La construcción sonora del movimiento final, Andante maestoso - Allegro vivace, mostró a la orquesta en una sola voz, con un solo discurso, donde el sonido homogéneo, las dinámicas bien contrastadas y el fluir natural de la partitura, cerraron de manera brillante una quinta sinfonía escanciada con efectiva teatralidad musical.