Holandes Liceu general

Fruslerías y fantasmas

Barcelona. 26/05/17. Gran Teatre del Liceu. Egils Siliņš (Holandés), Anja Kampe (Senta), Attila Jun (Daland), Daniel Kirch (Erik), Itxaro Mentxaca (Mary), Mikeldi Atxalandabaso (Timonel). Dir. de escena: Philip Stölzl. Dir. Mus.: Oksana Liniv.

Senta como epicentro de toda la ópera, una lectura que parte de la imaginación alucinada de la protagonista, quien construye una realidad alternativa, para escapar de una sociedad donde no encuentra su lugar. No es un punto de partida original, ni novedoso, pero en esta puesta en escena firmada por el cineasta y director teatral Philip Stölzl, aquí en Barcelona montada en su reposición por Mara Kurotschka, la historia funciona, se puede seguir con cierta claridad y con un resultado teatral vistoso y convincente. 

La estética sombría y decimonónica funcionó como un buen abanico teatral para la atmósfera musical, pero hay que destacar en su parte negativa, los vestidos y maquillaje a lo cartón piedra de una escenografía, sobretodo la remitida en el gran cuadro de fondo, donde pasa la realidad alternativa de la imaginación de Senta. En este plano, donde la aparece la tripulación fantasma del Holandés errante, raya lo paródico con una estética que recuerda en demasía la de los Piratas del Caribe, pero en sentido peyorativo, pues la tripulación en vez de crear temor o impresión, causó verguenza ajena por una caracterización banal y risible. A pesar de este contrapunto, el movimiento orgánico y vivo del coro, de nuevo destacable en sus prestaciones, sobretodo la sección masculina, con la dirección de Conxita García, el dibujo de una Senta quijotesca, con su misión para redimir a un Holandés mítico, una lucha contra sus propios ‘molinos de viento’ personales, y un protagonista que juega en otro plano de una realidad inventada, hacen funcionar la producción que se resuelve con eficacia y sin discursos metafísicos retóricos.

El punto de atención mediático se centró en el debut en el foso de la directora musical, Oksana Lyniv, quien pasará a la historiografía musical española, por haber sido la primera mujer en dirigir una ópera de Wagner escenificada en la historia de la ópera española. Que estas cosas todavía sean noticia en pleno s.XXI da a entender todavía del camino a recorrer en este aspecto, pero si bien nunca es tarde, poco a poco la presencia de batutas femeninas en los fosos operísticos mundiales dejará de ser noticia.

La directora ucraniana, asistente de Kiril Petrenko en la Ópera de Munich estos años, y actual nueva directora musical de la ópera de Graz, con toma de posesión esta temporada 2017/18, dio buenas muestras de sus cualidades y estilo. Si bien es también cierto que ni en una obertura demasiado conservadora, de lectura impecable, pero con evidente falta de nervio y colores, ni en el gran dúo Senta/Holandés, donde faltó pasión y dramatismo, o en ese final mítico de la ópera, donde un mar enfurecido se traga a la pareja protagonista, se pudo percibir la potencia musical y dramática de esta partitura telúrica e impactante. Si hubo cierta atención a los momentos más intimistas, tanto en el aria del Holandés, como en la balada de Senta, o en el aria de Erik, donde Lyniv supo crear atmósferas con las cuerdas y dinámicas de hermosos acabados, pero en general, mostró más ideas que resultados. Su labor al frente de una orquesta que en el repertorio wagneriano ha demostrado en manos de Josep Pons, una calidad y carisma interpretativo, se quedó aquí lejos de ese Götterdämmerung ígneo todavía en la memoria de los liceístas, un final de la Tetralogía que dejó un listón todavía no superado.

El bajo-barítono letón Egils Siliņš demostró su actual madurez vocal y seguridad en un rol dificilísimo, donde se complementó en el doble cast con el veterano wagneriano Alfred Dohmen. No tiene la voz de Siliņš un timbre con el carisma del gran bajo-barítono alemán, ni tampoco posee un color característico que lo haga destacar entre el plantel de los grandes intérpretes wagnerianos de este rol. Su instrumento más bien claro para el papel, bien resuelto en el tercio superior, con una proyección notable, un centro bien proyectado y unos graves algo sordos, se adapta a la vocalidad del Holandés con profesionalidad intachable. Cantó su monólogo inicial con soltura y seguridad, pero ya mostró las carencias en los graves y también cierto vibrato en su emisión que no ayudó a hacer lucir su impactante intervención inicial. Buen actor, implicado siempre escénicamente, supo suplir con expresividad su timbre más bien genérico, sobretodo en su dúo con Senta, despidiéndose con notoria autoridad en su última escena, haciendo lucir sus agudos con resolutiva brillantez.

Siempre es un placer encontrarse en escena con la veterana soprano alemana Anja Kampe, para quien los roles con los que ha triunfado en el siempre exigente repertorio germánico, no tienen secretos. Es una artista de raza, que sabe escanciar con maestría el fraseo, la articulación y sus fuerzas, ciertamente ya mermadas, pues su instrumento ha perdido luz y color, aunque mantiene personalidad lírica. Su balada de Senta no fue memorable, pues la ascensión final al agudo fue trabajada y trabajosa, pero supo mostrar madurez interpretativa con frases incandescentes en su dúo con Erik y en su despedida final. La emisión es todavía segura y bien proyectada, y si bien la potencia y brillantez son más bien opacas, como las grandes expertas en estos roles, es en su asimilación del personaje, su control de la respiración y colores del texto, donde demostró porqué es una de las sopranos wagnerianas más estimadas de los últimos años. Wagner no se grita, a pesar de la perogrullada de la frase, Wagner se canta, se frasea, se articula y se transmite con un lirismo al alcance de pocas intérpretes, Kampe, todavía es una de ellas. 

En contraste, y siguiendo el hilo del discurso, el Daland sonoro y sin problemas de potencia vocal del bajo coreano Attila Jun, fue tosco, bruto y contundente. La voz es recia, el color idóneo, y si bien es cierto que el carácter primario del personaje, un comerciante banal e interesado, quien no duda en usar a su propia hija como moneda de cambio en forma de tesoros para darla en matrimonio, Jun tampoco buscó expresividad y contrastes. Quizás cierto tono jocoso, pero monocromo, lo convirtieron en un Daland, resolutivo y poco más. Su escena con el Holandés de Siliņš, pasó con discreción donde otros saben destacar con personalidad la esencia del rol.

El siempre complicado personaje de Erik, aquí un patético burgués deslavazado, lo defendió con suficiencia el tenor Daniel Kirch, quien mostró mayor adecuación vocal que su compañero de reparto, Timothy Richards. Con meloso color, cantó su bonita cavatina, Willst jenes Tags du nicht dich mehr entsinnen, no sin cierta dificultad por una emisión irregular con problemas evidentes de apoyo. Correcta la Mary de Itxaro Mentxaca y destacado el timonel del tenor vasco Mikeldi Atxalandabaso, debutante en el Liceu, con notoria facilidad de emisión y llamativo color en los agudos. 

Agradable travesía, en suma, por una de las partituras wagnerianas más atractivas pero también más complejas de llevar a buen puerto. Aquí comandada por una batuta femenina para una lectura donde la visión de una mujer anulada por una sociedad machista, destacó con cinematográfico resultado.