Harteros PictureAlliance

Y la sencillez volvió a emocionar

París, 18/06/2017. Palais Garnier. Recital de Lied. Obras de Schubert, Schumann, Berg y Strauss. Anja Harteros(soprano), Wolfram Rieger (Piano).

Nada más alejado del artificio, del divismo, del aspaviento, que una actuación de Anja Harteros. Da igual que sea Isabel de Valois, Arabella o Maddalena de Coigny, la cantante alemana asume el papel como suyo y se convierte en el personaje de turno pero siempre cubriéndolo de una humanidad y de una sensibilidad ejemplares, casi excepcionales en los tiempos de elogio del marketing y la imagen en que vivimos. De hecho no creo que apareciera entre las sopranos más destacadas de la actualidad si se hiciera una encuesta a la salida de un teatro de ópera que no fuera alemán. Harteros se prodiga poco, tiene fama de canceladora y escasamente graba. Lo tiene todo para pasar bastante desapercibida en los grandes titulares. Pero cualquiera que la haya oído no la podrá olvidar nunca, es excepcional.

Sabía de su grandeza en la ópera pero nunca la había escuchado en un recital de lied y las sensaciones transmitidas son las mismas o mejores. El “cualquier tiempo pasado fue mejor” es un craso error en el mundo del lied actual. Pocas épocas han tenido un plantel de cantantes que hayan aportado tanto a este género nacido en Alemania pero con alma europea. Ahí tenemos, sin querer ser exhaustivos, un Goerne, un Bostridge, un Keenlyside, una Fink, una Connolly o una Harteros. Oro puro.

Para este concierto parisino la soprano eligió cuatro compositores en lengua germana, dos austriacos y dos alemanes, tres grandes espadas del lied y un gran compositor pero menos famoso en este campo. Schubert es el amo del lied, si se me permite la expresión. El compositor austriaco no creó el género (aunque su Margarita y la rueca se considera el primer lied romántico), que tiene sus orígenes en la canción profana alemana del s. XVIII, pero sí que llevó al lied a sus cotas más altas, tanto por la calidad como por la cantidad de su producción. Comenzó pues Harteros con dos lieder de temática fluvial, de alegre musicalidad como son, Fischerweise y Die Forelle, canciones que parecían servir para calentar pero que presentaron varias de las cartas que serían la bandera del concierto: la aparente ligereza, el cantar fluido y sin esfuerzo, el recorrido hábil y fácil por toda la tesitura, la dramaturgia hecha canto, la intencionalidad en cada frase, en cada acento, en cada pausa. Tres lieder más de Schubert completaron este primer bloque, uno ya con más trasfondo dramático, como Schwanengesang), y otros dos que tocaban temas tan del gusto romántico como el amor y el mundo natural, An die Laute y Im Haine. Schubert estaba servido, y de qué manera, y el público ya entregado. Y llegó Schumann. Comenzó esta parte con dos cancioncillas venecianas llenas de gracia y encanto para pasar después a unos pesos pesados como son Ich wandelte unter den Bäumen y sobre todo un soberbio, magnífico, desgarrador Stille Tränen . Hasta entonces el respetuoso público parisino había aplaudido al final de cada grupo de lieder, pero al acabar esta joya schumanniana un espontáneo (no sería la última vez) rompió el silencio para gritar un “bravo” seguido de un conato de aplauso. Y es que era difícil sobreponerse a la emoción transmitida por la artista (y por el pianista Wolfram Riegel, luego hablaremos de él) que siguió en la misma línea con Was will die einsame Träne otro hito romántico. Para relajar un poco el ambiente y como colofón a la primera parte un alegre, desenfadado e hispánico  Der Hidalgo, perfectamente interpretado.

Alban Berg no es conocido por su vertiente liederística pero tiene un grupo de joyas de las que Harteros eligió para comenzar la segunda parte del programa las Siete canciones de juventud, compuestas al principio de su relación con su esposa Helene, entre 1905 y 1908 y que más tarde orquestaría en 1928. Son poemas que repasan todos los temas del romanticismo alemán: la noche, el canto del ruiseñor, el sueño, el bosque, la naturaleza… Un, podríamos llamar, ciclo que tiene una entidad propia, con una musicalidad que entronca más con el modernismo francés que con Mahler, gran admirado por el vienés. Harteros, una vez más, se transformó, camaleónica, para transmitir esa gracia juvenil pero esa profundidad de sentimientos que transmiten los poemas, especialmente Traumgekrönt . Unos lieder poco conocidos pero que volvieron a encandilar a unos oyentes ya completamente entregados.

Y llegó Strauss. Y llegó la conjunción perfecta entre voz, texto y música. Harteros es, con permiso de la ya en periodo de retirada Renée Fleming, la cantante straussiana por excelencia de la actualidad. No se puede cantar mejor, no se puede volver a un auditorio del revés como volvió Anja al público de la Garnier. ¿Cúal de los cinco poemas del programa destacar? ¿La belleza absoluta de Allerseelen? ¿La ternura de Meinen Kinde? ¿el sobrecogedor Waldseligkeit -¡qué fiato, que filados, que fuerza expresiva!? ¿el pasional Seitdem dein Aug’ in meines schaute? o ¿el archiconocido Cäcilie?.  Excepcional Harteros. Y excepcional Wolfram Riegel dando una magistral lección de lo que significa ser pianista acompañante: el piano no es un complemento en el lied, es una parte fundamental, básica, para que la canción fluya, cobre todo su sentido. La voz es protegida y ensalzada por el sonido del piano y en esa conjunción el compositor es reconocido en toda su valía. Riegel fue delicado, atento, preciso, maravilloso, calificativos que definen una intervención que tampoco se podrá olvidar.

Delirio, aplausos, palmas a lo Comité Central, tres propinas y un público de rodillas ante la belleza y la sencillez hecha cantante.