Literes Elementos Potsdam 

Extravaganza 

Potsdam. 17/6/17. Palacio de la Orangerie. Literes: Los elementos. María Hinojosa (el Agua/ la Aurora), Marta Valero (la Tierra), Luanda Siqueira (el Ayre), Marina Pardo (el Fuego), Hugo Oliveira (el Tiempo), Adrián Schvarzstein (barman). Dir. Escena: Adrián Schvarzstein. Le Tendre Amour, dirección musical: Esteban Mazer.

El Festival de Música de Potsdam-Sanssouci está llegando a su fin: será el 25 de junio en los jardines del Neue Palais con un programa presidido por la “Música para los reales fuegos artificiales” de Händel. Se trata de una cita que tiene en el barroco su centro de gravedad, pero que desde él irradia sin prejuicios hacia la diversificación de programas. Así ha sido también este año, por citar algunos ejemplos, un recital de piano dedicado al repertorio del XIX, un concierto centrado en Itaipú para coro y orquesta de Philip Glass o un programa a cargo del soberbio Ensemble Variances que proponía un poliédrico recorrido por Stockhausen, Pécou, Ravel y Crumb. Bajo la experimentada dirección artística de Andrea Palent, desde el corazón de este Versalles alemán se pretende integrar la música con la naturaleza, los palacios, la ciudad y el legado de Federico II, y para ello se teje un hilo conductor que este año giraba en torno a la potencia creativa de los cuatro elementos de la naturaleza, que como decía Schiller “bilden das Leben, bauen die Welt” (modelan la vida, construyen el mundo).  

En ese contexto se interpretó la “Opera armonica al estilo ytaliano” Los elementos de Antonio de Literes, uno de los frutos capitales de principios del XVIII, junto a zarzuelas como Acis y Galatea o Jupiter y Danae, de este brillante compositor del barroco español y destacado intérprete de violón en la Capilla Real de Felipe V. Pese al calificativo de “ópera” la obra carece de acción dramática aunque existan contados elementos narrativos, y se encuentra más cercana a una cantata, o como bien ha señalado Juan José Carreras comparable en su argumento a la serenata La contessa delle stagioni de Domenico Scarlatti. La dirección escénica y musical, de Adrián Schvarzstein y Esteban Mazer respectivamente, estaba en manos de dos nombres con actividad dentro de nuestras fronteras y trayectoria internacional. El clavecinista Mazer que fundara en Barcelona Le Tendre Amour y que ha recorrido varios países desde hace años con esta obra, y el polifacético actor y director escénico Schvarzstein, que además de la ópera barroca, ha transitado ampliamente el ámbito del teatro, el circo y el teatro callejero. La puesta en escena basada en una libre lectura de la obra merece un capítulo aparte, y no ha gustado a quienes consideran que no se adapta al espíritu de la obra de Literes, en la que los cuatro elementos esperan la llegada de la Aurora. Jugando -quizás- con la polisemia de la palabra “elemento” en español, la escena se aleja de lo simbólico que pueda haber y en ella se reúnen una serie de “elementos” variopintos en lo que pretende ser un peculiar bar español de los años 50. La atmósfera está impregnada de lo cómico y lo grotesco, en una acumulación -en alguna ocasión agotadora- de clichés de lo español (desde los trajes de flamenca de las cuatro cantantes a los afiches anunciando corridas de toros en (!) la Monumental de Barcelona), sujeta a la discusión pero fruto de una búsqueda consciente. Así lo reconocen desde antes de comenzar, en el mismo programa de mano que firma la oboísta -y codirectora junto a Mazer- Katy Elkin, cuando afirma que es una colección de todos los clichés imaginables de esa “tierra apasionada”. Tal vez para algunos se recaiga en el reduccionismo de lo meridional. Pero guste o no, por una parte es un espejo que bebe -por parcial que sea- de una realidad y por otra el conjunto termina por funcionar, además de lograr con mérito que en ningún momento decaiga la tensión. A ello se añade que entre las arias da capo y recitativos se incluyen números de baile -muy celebrados por el público- a cargo aquí de Carolina Pozuelo y Miguel Lara, que no obstante no nacen de la arbitrariedad, sino de la importancia de la danza así como de la fuente popular de esta música, con una selección del repertorio de Antonio de Santa Cruz y especialmente de Santiago de Murcia.

En manos de Schvarzstein Los elementos se convierte pues, casi en un punto de partida del trabajo dramático que se propone hacer frente a la ausencia de acción, en el que desde el propio Schvarztein como barman hasta los propios intérpretes de Le Tendre Amour participan. De hecho, la propuesta está muy influida por la concepción invasora de la performance y pretende sumergir al espectador en un peculiar bar hasta que deje de comportarse como tal. Como sucede en el teatro de calle, se apunta a interrumpir los hábitos establecidos, en este caso de un público-espectador pasivo. Un espectáculo que al mismo tiempo define el carácter abierto del festival. 

El aspecto musical, en este caso fue de factura rotunda y acepta poco o ningún debate. En primer lugar, Le Tendre Amour ofreció una lectura fresca y cuidada, con un clarividente Mazer dirigiendo desde el clave, y unas cuerdas que desplegaron brío sin descuidar el empaste así como la imbricación con el oboe, con mención especial a la fluidez y sutilidad de viola da gamba, tiorba y arpa. En los bailes intercalados (y bisados) destacó también, junto al talento de Pozuelo y Lara, el desempeño de percusión y guitarra.    

En la faceta vocal, las secciones corales fueron quizás, alguno de los contados momentos en los que primó la nitidez sobre la vivacidad y la vehemencia, y el resultado vocal fue equilibrado y elegante. Individualmente, María Hinojosa hizo gala de un instrumento de espléndida emisión y bello timbre, con magnífico dominio de la coloratura y brillando como solista en el encantador pasaje “Ay amor!” en el que obtuvo un estado de recogimiento. Por su parte el desparpajo de Luanda Siqueira compensó una dicción que jugó en su contra, como también lo hizo con Hugo Oliveira. Apoteósica estuvo Marina Pardo en su rol dramático, y Marta Valero más discreta en la primera parte, valiéndose de agudos medidos en la segunda derrochó expresividad natural. Una lectura pues, de altura musical, que desde la escena huyó de lo pretencioso dando entrada a lo cómico hasta repartir vino español entre el público o hacer subir a algunos al escenario, sin olvidarse de cuidar la partitura de Literes. Un delicado equilibrio que a algunos marea, pero que ha cosechado en Potsdam un éxito más.