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Cuadros e impresiones

Peralada. 08/7/2017. Auditori del Parc del Castell. Festival Castell de Peralada. Obras de Debussy, Mussorgsky y Tchaikovsky. Orchestra National du Capitole de Toulouse. Tugan Sokhiev, dirección.

Hubo cierto desengaño y decepción cuando se anunció la caída de cartel de la soprano sueca, Irene Theorin, estrella invitada en el concierto inaugural sinfónico-lírico de la 31ª edición del Festival Castell de Peralada. Y no es por desmerecer la clase y calidad presupuestas a la flamante Orchestre National du Capitole de Toulouse, una de las más importantes de Francia, ni tampoco a su reconocido director titular, el siempre interesante Tugan Sokhiev, a la par director musical del Teatro Bolshoi de Moscú. La cuestión era que del programa además de la ausencia de Theorin, caían los Vier Letzte Lieder de Richard Strauss, una obra de grandeza orquestal de carácter finisecular y  testamentario, pieza de gran repertorio para cualquier soprano lírico-dramática que se precie, que era de alguna manera el corazón de un programa con Debussy de entremés y Mussorgsky como segunda e intensa parte. La actual madurez vocal de Theorin y su probada sensibilidad en el repertorio wagneriano, antojaban unos últimos Cuatro últimos lieder de Strauss muy apetecibles, además en su versión orquestal, con la siempre subyugante y sofisticada orquestación straussiana.

Así las cosas, la indisposición final de Theorin, debido a una infección vírica, hizo que se cambiara Strauss por la Suite, arreglada por el mismo Sokhiev, del segundo acto de ‘El cascanueces’ de Chaikovsky, una obra igualmente de gran repertorio, lucida y brillante, pero también mucho menos original. Con todo, el debut de esta gran orquesta y las virtudes mostradas por la fineza de la batuta de Sokhiev, levantaron un Auditorio del Castell, mucho más vacío y desangelado de lo normal.

Con la atmosférica riqueza tímbrica y colores característicos de la orquestación de Claude Debussy y su Preludio a la siesta de un fauno, la Orquesta del Capitole, deslumbró a propios y extraños. Sonido equilibrado, sutileza en los ataques, transparencia y sonido homogéneo en los vientos y metales, cuerdas empastadas y de sonido rico y bien administrado. De repente, el carácter impresionista de la obra sobrevoló Peralada, y sumió al espectador en el cuadro narcótico de una naturaleza insinuada y vaporosa, creando la hipnótica ilusión de un verdadero fauno sinfónico, donde el cromatismo de la partitura se desgajó sedoso y rico gracias a unos contingentes de calidad incuestionable. La batuta tímida pero certera de Sokhiev, fue una baza de valor irrefutable, limpieza en la indicaciones, detallismo en una lectura más insinuante que evidente, ideal para esta obra. Mención de honor para las flautas y oboes, en unos diez minutos que desvelaron porqué esta orquesta es una de las mejores de Francia y de Europa.

El carácter irreal y onírico de Debussy no era, a priori, muy afín a la fantasía siempre desbordante del Chaikovsky de El cascanueces, una suite de una obra que demanda brillantez, imaginación y desenvoltura, pero también exigencia técnica, colores y brío interpretativo. El cambio de chip y de atmósfera no desentonó en absoluto y la espontaneidad con la que la orquesta mutó del impresionismo francés a la fantasía romántica rusa fue orgánico y natural, descollando de nuevo en un sonido rico, generoso y de gran calidad en todas las secciones. Flauta y fagotes en una danza china llena de colorido y humor, un vals de las flores donde la maravillosa introducción del arpa y los instrumentos de madera y metal confeccionaron un sonido que fue in crescendo, dando ampulosidad y majestuosidad al carácter ruso siguiendo la estela de la tradición de los grandes directores, como el propio Temirkanov, de quien Sokhiev es digno alumno. Y como no con una contagiosa y rítmica danza Trepak llena de brío y desenvoltura, una suite que cerró de manera espectacular la Orquesta de Toulouse una primera parte inolvidable.

El programa se completó con una segunda parte, donde una obra de referencia del repertorio ruso, afilada por la orquestación de Maurice Ravel, los Cuadros de una exposición de Mussorksy, dieron en la diana de nuevo con una orquesta en estado de gracia. El paso del impresionismo francés, al romanticismo ruso y esta música programática, dieron el toque definitivo de calidad para este feliz debut de orquesta y batuta en el Festival de Peralada.

Sokhiev y los tolosinos acertaron mostrando una lectura teatral y colorista, de la impactante imaginación de Mussorksy, quien supo extraer en su febril imaginación, algo rústica, unas escenas que sumergen al oyente en un mundo decadente pero lleno de vida y emoción. La nostalgia del cuadro del Viejo castillo, en una lectura sigilosa y muy cuidada en su diferentes planos, con un control del sonido solo al alcance de una formación madura, de técnica impecable, la pesadez cinematográfica del ‘Bydlo’, ese carro polaco de enormes ruedas que pareció pasearse frente al Auditorio, con unos metales fulgurantes y soberbios, de dinámicas filigranescas. Y por supuesto, esa danza macabra de la Baba-Yaga, entre caricaturesca y lúgubre, que parece un episodio fantasmagórico de un ballet de Chaikovsky, donde Sokhiev controló con teatral efectismo sin caer ni en lo banal ni el trazo grueso, demostrando su alma de gran director operístico. ¿Para cúando una ópera dirigida por el en Peralada, ya que en el Liceu no parece darse?.

El final mayestático de La gran puerta de Kiev fue todo lo brillante y de sonido arquitectónico que se espera de una gran formación. La orquestra expiró con las indicaciones de Sokhiev, triunfando con un sonido redondo y pletórico que arrancó dos bises entre el fervor de aplausos, y patadas sobre la tarima del Auditorio (señal significativa del éxito total de un concierto en Peralada). Bizet con su preludio de la ópera Carmen, y una efervescente Farandole de la Suite L’Arlesienne, cerraron una gran noche para una orquesta y un director que merecen repetir actuación en futuras ediciones.

Foto: Toti Ferrer