• Foto: Tato Baeza
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De mensajero filisteo a caudillo hebreo

Valencia. 23/01/2016. Palau de Les Arts. Saint-Säens: Samson et Dalila. Varduhi Abrahamyan (Dalila), Gregory Kunde (Samson), André Heyboer (Sumo Sacerdote),  Jihoon Kim (Viejo hebreo), Alejandro López (Abimélech). Dirección de escena: Carlus Padrissa (La Fura dels Baus). Dirección musical: Roberto Abbado.

Hace unas semanas el propio Gregory Kunde me contaba cómo hace treinta y cinco años había participado dando voz a la breve parte del mensajero filisteo en un Samson en Chicago protagonizado por Plácido Domingo. Aquel mensajero filisteo se ha convertido hoy en un caudillo hebreo, rematando Kunde con ello su increíble transformación vocal durante el último lustro, atesorando ya en su haber papeles como el Rodolfo de Luisa Miller, el Radames de Aida o por su puesto el Otello verdiano, amén del catálogo belcantista que todavía lleva consigo, de Rossini a Bellini pasando por Donizetti. Siempre se ha reivindicado Kunde como una voz genuina para el repertorio francés y ahi están sus espléndidos Berlioz (Les troyens y Benvenuto Cellini) para confirmarlo. Ansía cantar el Werther si bien ningún teatro hasta la fecha parece convencido para proponérselo. Fue no obstante Helga Schmidt, de cuyo registro policial se cumple ahora por cierto un año -y todavía sin salida judicial a su situación penal-, quien le ofreció a Kunde cantar la parte de Samson tras el éxito indudable de su Otello en Les Arts junto a Zubin Mehta, Carlos Álvarez y Maria Agresta. Los avatares de los ensayos para esta producción estuvieron a punto de llevar al traste este afán del tenor norteamericano, ya que se lesionó en un pie cuando faltaban apenas un par de semanas para el estreno. Lo cierto es que sin alguien de su empeño y sin un equipo técnico como del que ha hecho gala el Palau de Les Arts, se hubiera visto obligado a cancelar su debut. Tampoco hubiera sido posible en una producción clásica, sin ese código tan propio de La Fura, apoteosis constante del artefacto. 

Así las cosas, Gregory Kunde ha debutado como Samson en Valencia y de nuevo lo ha hecho con nota alta, bordando el sobresaliente y a pesar de las incomodidades que seguramente le supuso el aparecer en escena ligado a un arnés o bien a una pasarela, con un repertorio forzosamente limitado de recursos en su expresión física. Lo más relevante es que su adecuación vocal con la parte es indudable. Durante las décadas centrales del pasado siglo XX se adjudicó progresivamente la parte de Samson a voces con un tinte dramático, como Del Monaco en los cincuenta, Vickers y Domingo desde los setenta o ya Heppner en los noventa. Lo cierto es que la parte casa más bien con los mimbres de una voz de tenor lírico con arrojo y  empuje, lo que conocemos en realidad como lírico spinto, que es en lo que a la postre se ha convertido hoy Gregory Kunde. No perdamos de vista que un tenor como Georges Thill, un lírico pleno sin mayores ínfulas, fue un sobresaliente Samson, en una línea en la que parece encaminado a abundar Roberto Alagna, que debutará la parte la próxima temporada en el Met junto a la Dalila, también debutante, de Elina Garanca. Sea como fuere, Kunde se incordian pues en ese punto exacto en el que presta a Samson una voz lírica pero con pegada, intachable en su conocimiento del estilo y su trabajo con el texto. Al centro le falta tersura, pero la facilidad de la emisión no deja de sorprender en alguien de su edad y con una agenda tan imposible, en la que le esperan ya en febrero dos representaciones en concierto del Otello de Rossini en el Liceo y su debut como Des Grieux en la Manon Lescaut de ABAO junto a Ainhoa Arteta.

Varduhi Abrahamyan es una mezzosoprano armenia que ha crecido como artista en buena medida, aunque no sólo, al calor de las oportunidades que el Palau de Les Arts le ha brindado para consolidarse, las últimas ocasiones como Fenena en Nabucco o como Adalgisa junto a la Norma de Mariella Devia. Por su naturaleza tímbrica la parte de Dalila, con la que debutaba, se le ajusta como un guante. Le falta a su fraseo una mayor hondura y por lo general una dosis más vívida de sensualidad en su interpretación del personaje. Pero resuelve con indudable y convincente prestancia tanto el “Printems qui commence” como el “Amour! viens aider ma faiblesse”, amen por su puesto de un bien medido “Mon coeur s´ouvre à ta voix”, con un Kunde brillante dándole la réplica. Del resto del reparto, muy poco destacable, ni siquiera el rudo y tosco Sumo Sacerdote de André Heyboer.

La dirección musical de Roberto Abbado fue por lo general más expositiva que dramática, elegante las más de las veces, muy atento al tejido melódico, aunque con una cierta tendencia a abusar de decibelio. En todo caso, una espléndida versión musical habida cuenta de la sobresaliente respuesta de orquesta y coro, que se siguen confirmando como los mejores cuerpos estables de un teatro en nuestro país. Sólo con una entrega como la suya cabe obviar el tedio de algunos de los pasajes más oratoriales de esta partitura.

Tuve ocasión de conocer ya esta producción de La Fura dels Baus cuando se estrenó en Roma en abril de 2013, con Charles Dutoit a la batuta y con las voces de Antonenko y Borodina. En aquella ocasión me dejó un regusto desigual, que con el paso del tiempo y tras esta segunda visualización en Valencia se ha vuelto definitivamente amargo. Es sin duda una producción fallida por parte de La Fura, que a pesar de algunas puntuales sugerencias, como el artefacto explosivo que porta en ofrenda el viejo hebreo (aquí Jihoon Kim) en su intervención, renuncia por lo general a una elaboración madura y convincente del nexo entre violencia y religión, que no deja de ser el hilo conductor que atraviesa la obra al margen del engarce amoroso entre los protagonistas. A la producción por descontado lee falta poesía (más allá de ese atinado recurso visual a las flores y a las espigas de trigo que salpican el texto “Mon coeur s´ouvre à ta voix”) y le sobran como poco tres o cuatro escenas de efectismo vano y trasnochado que son poco más que un inapetente déjà vu. 

No era esta, por cierto, la producción prevista en origen cuando Helga Schdmit armó los mimbres de este título. Schmidt había apalabrado una costosa coproducción con Jean-Louis Grinda, el intendente de la Ópera de Monaco, con decorados pintados a mano con la firma del pintor surrealista Agostino Arrivabene. El actual intendente de Les Arts, Davide Livermore, entendió que los costes de la misma superaban con mucho sus perspectivas de amortización y decidió recurrir al alquiler de esta producción de la Ópera de Roma, dentro de un acuerdo más amplio de intercambios con el coliseo de la capital italiana, de donde procedía también el Macbeth de Peter Stein que vimos el mes pasado.