Favorite Garanca BayerischeStaatsoper W.Hosl

Lugares comunes

Múnich. 29/07/2017. Bayerische Staatsoper. Donizetti: La Favorite. Elina Garanca, Matthew Polenzani, Mariusz Kwiecien, Mika Kares, Joshua Owen Mills, Elsa Benoit. Dir. de escena: Amélie Niermeyer. Dir. musical: Karel Mark Chichon.

En el tramo final de su Festival de julio, la Bayerische Staatsoper de Múnich reponía su nueva producción de La favorite. Más allá del aliciente de Elina Garanca en el rol titular, a decir verdad el estreno de esta producción en el mes de octubre pasó sin pena ni gloria. E incluso la actuación misma de Garanca dejó un tanto frío al respetable. A decir verdad la producción firmada por Amélie Niermeyer no tiene el más mínimo aliciente. La dramaturgia camina sin rumbo, hacia ninguna parte, en un alboroto tedioso de lugares comunes e ideas prestadas. Niermeyer busca un código psicológico que en ningún momento encuentra, entre decorados grisáceos y planos. La pantomima durante el ballet -felación incluida, ¡oh que escándalo!- es bochornosa por infantil, por ridícula y por estar absolutamente fuera de contexto. No hay nada peor que una dirección de escena pretenciosa que busca recubrir de intelecto precisamente la total ausencia del mismo. Esta Favorite de Niermeyer es un ejemplo de libro.

Elina Garanca sigue teniendo una de las voces más bellas del panorama lírico actual. Además, pocas intérpretes recuerdo que manejen su instrumento de un modo tan preciso, dando la sensación de emitir exactamente el sonido pretendido en cada momento, sin el más mínimo titubeo. El respaldo técnico es ciertamente intachable y es ya un lugar común atribuir a Garanca cierta frialdad, a veces escénica, a veces en su fraseo. Esta Favorite tuvo algo de esto, es innegable, pero viendo el vaso medio lleno es un lujo escuchar un Donizetti cantado con esa elegancia, con ese equilibrio tan exquisito entre dicción, color y fraseo. Aunque no cabe dudar de su implicación escénica, Garanca parece cantar siempre con una cierta distancia, como si fuese incapaz de dejarse ir por completo, tal es la seguridad técnica con la que emite su voz. Y no es, precisamente por ello, una intérprete carismática, tampoco una actriz de rompe y rasga. Pero su canto se impone, en todo caso, por la naturaleza de sus medios y la inteligencia con la que los administra. Garanca es la máxima expresión de un canto apolíneo, para bien y para mal. El único límite que quedó en evidencia fue su registro grave, a priori insuficiente para los derroteros por los que va a caminar su repertorio próximamente, incluyendo la Eboli de Don Carlos y Dalila.

Demasiado vigoroso, exhibiendo una virilidad a veces afectada, el Alphonse de Mariusz Kwiecien convenció sobre todo por una línea de canto cuidada, buscando la línea belcantista en todo momento. La voz a veces suena demasiado gruesa y de tintes veristas para estas lides. El suyo no es un instrumento noble, más bien sonoro que atractivo, más bien imponente que seductor. En todo caso, la conjunción entre su entrega escénica, su seguridad vocal y sus buenas dotes interpretativas, al servicio de un Alphonse chulesco, terminó por convencer.

Es una lástima que el timbre de Matthew Polenzani sea tan ingrato porque la línea de canto es ciertamente apreciable, cantando con cierta facilidad un papel tan exigente como el de Fernando. Y es que el material suena leñoso, algo nasal y blanquecino, afalsetado por momentos, gutural otros y con un extremo agudo irregular, aunque muy firme y resuelto en ocasiones. Así las cosas, su interpretación tuvo un sabor sumamente agridulce: bien cantado, en estilo, con detalles de bella factura en el fraseo, amén de una encomiable entrega escénica, la naturaleza del instrumento afea ciertamente una labor que, en realidad, no debería desmerecerse. Del resto del reparto convencieron el bajo Mika Kares en la parte de Balthazar, dueño de una voz grande, sonora y firme; y la Inès de Elsa Benoit, de voz brillante y con buena proyección.

Karl Mark Chichón dirge con pulso, a veces con más empuje que ímpetu, en una versión que convence pero no entusiasma, sostenida más en la excelente prestación de los cuerpos estables de la Bayerische Staatsoper que en la presencia genuina de unas ideas propias. Lo mejor vino en aquellos momentos en los que buscó poner de relieve el mimado equilibrio que Donizetti pinta entre cuerdas y maderas, poniendo en valor el bello tejido melódico de la partitura. Por lo demás, hubo no pocos momentos de volumen excesivo, cargando las tintas en demasía sobre metales y percusión.