Lezhneva Peralada 2017

Agitata ma non troppo

Peralada. 05/08/17. Festival Castell de Peralada. Obras de Vivaldi, Händel, Porpora, Mozart, Rossini y Schubert.  Julia Lezhneva, soprano. Mikhail Antonenko, piano.

Hay que felicitar al Festival Castell de Peralada por convertirse cada verano en el verdadero oasis de las voces en Catalunya. Su tradicional muestrario de recitales, con grandes nombres como han sido en ediciones anteriores, Peretyatko, Beczala, Flórez, Rachvelishvili o Hymel, casi siempre en la Iglesia del Carmen, sede de los recitales solistas, se volvió a repetir este verano con las visitas de Arteta, Yende, Kunde o la protagonista de esta crítica, la joven soprano rusa Julia Lezhneva (5/12/89). 

Lezhneva se presentó acompañada de su actual pareja sentimental, el pianista y director Mikhail Antonenko, quien no pasó de una actuación discreta, con un programa basado en su actual discografía, que cuenta con tres CD como solista para DECCA y el que fue su primer CD en solitario para el sello Naïve, grabado en el año 2011. La precocidad y el talento de Julia Lezhneva están fuera de toda duda, su ascendente carrera meteórica, con el nombre de la Bartoli como figura inspiradora, la han situado en el estrellato de las voces provenientes del barroco, estilo con el que se la identifica sobretodo, además de sus incursiones en el repertorio mozartiano y rossiniano. 

Buena cantante y también mediático producto discográfico, su voz y estilo son de sobras conocidos por los melómanos, pero una cosa es el estudio de grabación y otra es el directo, donde muchas veces la realidad contrasta. Así pasó con este debut de presentación en el Festival de Peralada, donde Lezhneva mostró su armamento vocal, con trinos colotaruras de vértigo y esa facilidad pasmosa técnica que parece nutrida de un don natural de nacimiento. 

Comenzar con la famosísima aria ‘Agitata da due venti' vivaldiana, aria que popularizó como ninguna otra antes la estelar Cecilia Bartoli, fue toda una declaración de intenciones, pues es uno de lo bises más conocidos de la diva romana, y aquí la rusa la colocó como tarjeta de presentación. Fue seguramente lo mejor del recital, pues la claridad general de la emisión, la limpieza de las coloraturas y un instrumento maleable que usa a voluntad, mostraron a una cantante segura y generosa, dando sensación de naturalidad en una pieza que es puro artificio vocal. Pero no todo fueron albricias, ya se pudo percibir en los saltos de octava y sobretodo en puntuales agudos, que Lezhneva emitió con cierto sonido agrio, como la emisión tendió a estrangular las notas altas que sonaron caladas y fijas, una tendencia que marcó su actuación durante todo el recital. El volumen, más que sobrado para un recinto como el de la Iglesia del Carmen, el timbre con suficiente esmalte, una articulación bien administrada y un fraseo medido, dieron la impresión de estar ante la voz que ha enamorado a tantos fans desde sus estelares grabaciones discográficas. Pero la belleza de su canto pierde en directo, ya sea por los sonidos fijos, la falta de homogeneidad entre agudos y graves o una tendente y fría interpretación general del repertorio, donde la pulcritud ganó la partida a una expresión demasiado igual, ya sea cantando Händel o Rossini.

No se le podrá negar a la rusa, un canto angelical en piezas como el “Carmelitarum…O nos dulcim”, parte del motete Saeviat telas inter rigores, de Händel, segunda pieza del recital. Aquí brilló la sencillez de la declamación, el uso inteligente y virtuoso del fiato y una serena placidez expresiva que pide la pieza, dando un sentido orgánico e inteligente a la selección del orden del programa, así pues el Händel sonó en ideal contraste a la pieza de virtuosismo vocal con la que inició el recital. Pero ni en el “Exulta, exulta o cor…Care deus” del Porpora posterior, de canto demasiado monótono más allá del relicario de coloraturas y notas picadas y ligadas, ni tampoco en los dos números finales del celebérrimo Exultate, jubilate, K.165 de Mozart, consiguió Lezhneva emocionar a un auditorio que se encontró con una interpretación general pluscuamperfecta pero expresivamente parca y sin colores.

La segunda parte, protagonizada por repertorio de Rossini y Schubert, pedía un contraste expresivo y estilístico que brilló por su ausencia. Si en “La regata veneziana", casi no se pudieron encontrar las imágenes, picardía y humor del maestro Rossini, increíble como contrastó la cara de veras expresivas de Lezhneva, con un canto que sonó igual que con el repertorio de la primera parte, monótono, con ausencia de colores, de profundidad interpretativa…poco mejoró con los tres lieder de Schubert, seguramente el compositor al que le dedicará su próximo trabajo como solista. Aquí el acompañamiento de Antonenkp pareció mejorar, con una mayor implicación estilística y limpieza de la digitación, pero el canto de Lezhneva continuó sonando igual, sin morbidez en ‘Nach und Träume’, sin los claroscuros ni dramatismo que pide ‘Die Junge Nonne', aunque algo más implicada en un “Im Frühling”, donde aportó mayor luz en un timbre translúcidamente frágil pero certero.

Cerró el recital la maravillosa aria de La donna del lago, ‘Tanti affeti’ de Rossini, donde por fin se volvió a disfrutar de una solista algo más expresiva, pero sobretodo, identificada con una vocalidad que parece sacar lo mejor de la soprano. Buena administración del canto legato, búsqueda de un fraseo comunicativo, y una sensación de frescura estilística que desde la primera aria, asomó solo puntualmente y sin alardes. La reacción más mecánica que efusiva de los aplausos del público consiguió sin embargo sacar hasta tres bises, un aria de su último trabajo discográfico dedicado a Graun, la repetición del Aleluya final del motete de Porpora y una preciosa canción de Rachmaninov. Un recital con poco contraste expresivo, a pesar de la alternancia de piezas de virtuosismo barroco, la agitación vocal perdió la batalla frente a lo monocromo de un canto falto de colores e imaginación.