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Amiga es la verdad

A muchos de ustedes no les descubro nada al revelar mi profunda admiración y relación de amistad con el Maestro Joaquín Achúcarro. Escribo estas líneas, como todas las que consigo aglutinar tras escuchar su piano, entre la perplejidad y el arrobamiento auditivo, siempre desde el reverencial respeto y la sincera amistad; pero más amiga, como decía Aristóteles, es la verdad: “Amicus Plato, sed magis amica veritas” (Amigo es Platón, pero más amiga es la verdad). ¡Pero, qué hacer cuando Maestro y verdad van de la mano! Qué gran placer supone escuchar la verdad en las manos del maestro. Y es que hablar de la verdad a través de la percepción del piano de Achúcarro nos conduce, inexorablemente, a una realidad, siempre lo he dicho, construida desde la honradez de unas manos entregadas a la causa. También aquí, en Torroella, donde Joaquín lleva tocando, festival tras festival, durante los últimos 25 años.

Una vez más, en esta que ha servido de homenaje al pianista, al bilbaíno el escenario se le queda pequeño. Necesita más. Por ello decide unir aquí las Noches de Falla con el Concierto de Grieg. Por eso le hemos escuchado tocar una Fantasía Coral antes de un Cuarto de Beethoven o le escucharemos los dos conciertos de Ravel en una misma noche junto a la Orquesta Nacional de España, de nuevo en un sentido homenaje. A punto de cumplir 85 años (y preparando sus conciertos para 2019 y los próximos discos que están por grabar), el piano encendido y meditado de Achúcarro no vislumbra siquiera una pausa.

En el Concierto para piano de Grieg hallamos a un Achúcarro íntimamente desplegado, en mágico juego de ritardandi y acentuación, sublime en el adagio del segundo movimiento. Magnífico a su vez en el hipnótico, balanceado y enérgico ritmo del Allegro marcato. Emparejadas, como decía, se ofrecieron unas Noches en los jardines de España que ya hoy día y desde hace mucho tiempo le pertenecen a él, a Joaquín (se deben acercar ya las 300 veces que las interpretado sobre un escenario). Las música es universal, sí, pero las Noches son suyas; nuestras cuando se las escuchamos. Y si no son a él, no son tan nuestras.

Acompañaron al Maestro la Orquestra Simfónica del Vallés con Rubén Gimeno a la batuta. Una laboriosa actuación la de la formación, en la que no ayudó a su causa la deficiente caja acústica ni la disposición del escenario del auditorio, donde ya las llamadas por altavoces se oían dobladas ante la deficiente acústica. La caja ejerce en todo momento de desmedida amplificación, obligando a una complicada disposición de los músicos por el escenario, teniendo Gimeno a golpe de batuta prácticamente a las maderas. Con ello, ante un sonido desmedido, se perdieron oportunidades de los sutiles pianissimi a los que Achúcarro nos tiene bien acostumbrados y, aunque entregada la del Vallés, no consiguió las sutilezas en el fraseo o delicadezas en el color que hubiesen sido deseables, siendo sus mejores aciertos sendos finales de las obras concertísticas. Del mismo modo, el Preludio a la siesta de un fauno con el que se abrió la noche no pareció la mejor elección para la plaza en la que se faenaba.

Con todo, una cita única, histórica para el festival, en la que la parroquia de fieles y devotos de la causa de "San Joaquín de Achúcarro" y nuevos adláteres disfrutaron en efervesciente trance. Un público en pie, entregado, que aplaudía, braveaba y hacía temblar el suelo pidiendo más ante un emocionado Joaquín Achúcarro, quien tras dos propinas y un cariñoso gesto, invitó al público a reunirse con él en el hall del auditorio. Allí estuvo hasta la una de la madrugada, recibiendo a quienes con él han hecho amiga a la verdad. Y repito: qué privilegio es poder escuchar la verdad en un piano.

Foto: Martí Artalejo.