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Arteta y las riendas de Tosca

Verona. 17/08/2017. Arena di Verona. Puccini: Tosca. Ainhoa Arteta (Tosca), Mikheil Sheshaberidze (Cavaradossi), Ambrogio Maestri (Scarpia), Romano Dal Zovo (Angelotti), Nicolò Ceriani (Sacristán), Antonello Ceron (Spoletta), Marco Camastra (Sciarrone). Orquesta y Coro de la Arena de Verona. Dir. de escena: Hugo de Ana. Dir. musical: Antonino Fogliani.

Más de 100 representaciones desde su estreno en 2006 acumula la puesta en escena de Hugo de Ana, una Tosca de perfil cinematográfico, movimientos de acción a la par, y de grandes espacios –ideal para la arena veronesa– en los que los personajes se vuelven los auténticos protagonistas de la representación. No es casual que, como el proprio de Ana resaltaba en una entrevista, Ingmar Bergman, al ser preguntado sobre qué ópera pensaba llevar al cine, hiciese explícita referencia a Tosca, pues según el director sueco “se podía hacer como un Thriller”.

De Ana ha casi concebido una Tosca para cada momento o espacio, siendo ocho las veces que el escenógrafo argentino ha confeccionado los paños para la obra de Puccini. En esta ocasión su punto de referencia fue el barroco romano, resaltando con un intenso negro dominante la fuerza dramática de la situación, en evidente relación con las atmósferas de claro-oscuros creadas por una de las referencias de la roma del seicentos, Michelangelo Merisi, “il Caravaggio”. El espacio resulta dominado por una gigantesca –y seccionada– estatua del arcángel San Miguel –aquel que corona la Mole Adrianorum, después castellum sancti Angeli, en la ciudad del Tiberencontrando el único “pero” en la quizás añoranza de un montaje más contenido, en aras de degustar al auténtico protagonista de todas las veladas veronesas, sea el título que fuere, que no es otro que la propia Arena.

La Tosca de Ainoha Arteta es de una presencia difícilmente mejorable, de lectura polifacética, intimista, introspectiva, visceral. Su manera de encarnar el personaje del drama de Sardou no encuentra objeción alguna. Vocalmente Arteta demuestra también un momento de dulce madurez vocal, con las tablas en su instrumento necesarias como para dominar las riendas de un personaje con numerosas exigencias vocales y caracteriales. Enarboló un registro amplio pero templado, con extremos vigorosos y de una equidad memorable.  Este año tengo por delante toscas con Harteros y Netrebko, y temo que la actuación de Arteta en la Arena me va instintivamente a provocar el buscar aquellas sensaciones que la soprano guipuzcoana me transmitió una noche de agosto en Verona. Huelga ya casi decirlo, pero Arteta fue sin duda lo mejor de la velada y seguramente una de las mejores voces que se podrán escuchar en el ínclito festival del anfiteatro romano.

Símil en prestaciones fue Ambrogio Maestri, quien vuelve a demostrar una habilidad camaleónica en lo actoral y sobresaliente en lo vocal. Si hace unos meses se me antojaba un Falstaff de referencia, su Scarpia le está casi a la par. Ni adenda ni resta nada al personaje que interfiera en su naturaleza dramática, en su trágica fanfarronería o en su comedida lascivia, excelso a la hora de trasmutar la línea vocal de manera casi imperceptible en un enfático recitado.

Un noto desequilibrio vino sin embargo de la mano de Mikheil Sheshaberidze, un joven tenor georgiano a quien sus compañeros le hicieron, sin quererlo ni desearlo, un flaco favor. No es aún un Cavaradossi versado, traba que el tiempo siempre remedia, pero su problema no reside en la experiencia, sino en las notables dificultades técnicas que se pusieron de manifiesto, en particular modo en el registro de paso, por no mencionar un fraseo de aroma casual y una calamitosa pronunciación (sin distinción, por ejemplo, entre la conjunción copulativa “e” y la tercera persona del singular del verbo ser “è”, ni por supuesto en tre “v” y “b”). Tiene un buen tercio agudo, eso sí, que le asegurará aplausos en plazas menores, si el tiempo, el trabajo y la voluntad no lo remedian.

Romano dal Zovo (Angelotti), era un auténtico desconocido para mí, he de reconocerlo. Indagando descubrí que hasta los 27 años era técnico programador, lo dejó todo para convertirse en corista y debutar como solita en el 2011, para quitarse sin duda el sombrero por su osadía. Su Angelotti no defrauda y ocupa con nobleza el tercer puesto de este elenco con un instrumento profundo y redondo.

La orquesta y el coro hicieron un digno papel, meritorio para los primeros por la temperatura que debía haber en el foso –a ello achaco los desajustes del viento metal–, gozando de una dirección por parte de Antonino Fogliani –quien debuta con este título en la Arena– conservadora en tiempos y dinámicas y poco ambiciosa en lo dramatúrgico, pese a su incisivo gesto.

Mal sabor de boca deja ver buena parte de la platea vacía (30% sin exagerar, 70% diría de ocupación total a lo sumo), algo que parece extensible a las representaciones anteriores, con diverso elenco de cantantes (Susanna Branchini y Carlo Ventre en los roles principales), quizás achacable no solo a las altas temperaturas, sino a los altos precios que la fundación destina a las llamadas “poltrone, poltronissime e proltronissime gold” (de 120€ a 189€ en los días “ordinarios”). Teniendo en cuenta que los repartos de la Arena gozan de una notable desigualdad –primeras espadas para roles principales (una o dos a lo sumo) y tirachinas para buena parte de los secundarios–, me parece un despropósito que sus precios sean superiores a los de templos como la Staatsoper de Múnich. Que además, ante tal situación, la prensa sea situada en un lateral, circundada de turistas de bocadillo en mano y comentario en boca, denota cierto pasotismo hacia lo que acontece o se comenta fuera del propio templo. Esperemos quien deba reflexionar reflexione y que la situación cambie.

Fue seguro, para todos, una noche extraña, de sensaciones adversas y sentimientos enfrentados, con Barcelona siempre presente, subiendo y bajando nuestra universal Rambla con el pensamiento. Una noche en la que lo mejor que se podía hacer era precisamente esto, que fluyese el arte, que volase aquello que nos diferencia de la carroña que intenta que mudemos nuestros hábitos, que enmudezcan los fosos, que caminemos con miedo, que odiemos al prójimo. Ante la barbarie, más música.