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Desdemona brilla en un Otello gris

Barcelona 27/01/2016. Gran Teatro del Liceu. Verdi: Otello. Carl Tanner (Otello), Maria Katzavara (Desdemona), Ivan Inverardi (Jago), Alexei Dolgov (Cassio), Vicenç Esteve Madrid (Roderigo), Emilia (Olesya Petrova), Roman Ialcic (Lodovico). Dirección de escena: Andreas Kriegenburg. Dirección musical: Philippe Auguin.

Se recordará este Otello verdiano del Liceu, como el Otello de los cambios de reparto. Desde el anunciado tenor ruso Aleksandr Antonenko, verdadero gancho de la producción, pues para muchos es el Otello de la actualidad, quien canceló antes de comenzar los ensayos, pasando por la Desdemona de la soprano italiana Carmen Giannattasio, una voz que debía debutar con este rol en el Liceu. Un José Cura en horas bajas pero que conoce todos los recovecos del moro veneciano vino a salvar la función inaugural, al lado de la debutante en el rol de Desdemona, la albanesa Ermonela Jaho (triunfadora de la premiere) y un Marco Vratogna como Jago solvente y poco más. En esta función que se comenta, la correspondiente al mal llamado segundo reparto, o reparto alternativo, debía tener como tenor a Stuart Neill, pero por una lesión en uno de los ensayos, canceló su Otello y fue sustituido por el tenor Carl Tanner. La sorpresa vino con la primera soprano de México en debutar en un rol y protagonizarlo en el Liceu -desde la legendaria Gilda Cruz-Romo en la temporada 1974-75- con la emergente Maria Katzavara. La joven cantante vive un momento dulce ya que viene de interpretar con éxito la soprano protagonista de la ópera donizettiana Il duca d’Alba en Oviedo (debut en España), y se ha hecho público esta semana pasada que será la Liù de la Turandot este verano en el Festival de Peralada, título con el que se celebra el 30º aniversario del Festival estival catalán por antonomasia.

A pesar del baile de cantantes, los ingredientes no tenían porqué ser de menor interés, si no fuera que los precios en este caso no han variado y el espectador que pagó pensando en Antonenko y Giannattasio ha tenido que tragar con unos reemplazos del gusto de pocos. Tampoco una producción anunciada con cambio de época, del Chipre de finales del s.XV a un campo de refugiados de guerra en pleno s.XXI en una frontera sin especificar, entre Europa y África, firmada por un director alemán, Andreas Kriegenburg, debutante también en el Liceu, parecía estimular demasiado. Tampoco la batuta del también debutante en el coliseo de las Ramblas, el director francés Philippe Augin (Niza, 1961) parecía presagiar unas funciones memorables. 

El resultado ha sido poco estimulante en general. La producción de Kriegenburg, sorprende si acaso por su omnipresente escenografía, formada por 85 camas, con dimensiones de 20 m de ancho por 8 de altura, donde se coloca el coro a modo de refugiados, en contraste con la sencillez de los momentos intimistas de Otello y Desdemona en sus dúos de amor y escena final, una habitación oscura con una cama blanca como único mueble. Si este contraste puede llegar a funcionar a nivel estético o metafórico, hay que decir que los recursos de la traslación histórica se quedan en agua de borrajas. Ni la superficial lectura de los personajes principales, Otello eclipsado por el ambiente, Desdemona com único punto de luz pero sin ningún tipo de complicidad con Otello y un Jago desdibujado y sin fuerza dramática (¡un pecado hablando de esta ópera!), hacen de la régie un mejunje poco digerible. La historia se puede seguir con claridad, de acuerdo, pero no hay una lectura que ilumine nada nuevo, ni tampoco ayuda a nivel musical una escenografía que dificulta al coro en su importante labor conjunta, distribuidos de esa manera en las camas en forma de pared, el sonido se dispersa y se pierden los contrastes de las voces y sus diferentes secciones, pese a la labor profesional con que Conxita García firma un trabajo doblemente complejo.

La batuta firme y enérgica de Philippe Auguin hizo de la partitura una labor solvente, incidiendo en los momentos de lirismo entre Otello y Desdemona y marcando con contundencia el inicio tempestuoso de la ópera, o los finales de acto, pero su valor milimétrico y poco flexible con las voces solistas, saldó con suficiencia y sin valores añadidos, un trabajo más de artesano que de artista. Eclipsó en su debut en el Liceu al resto del reparto, la soprano mexicana de origen georgiano, María Katzavara. De instrumento generoso, lírica con cuerpo y de atractivos reflejos oscuros, registro homogéneo, agudos seguros, centro pulposo y graves donde todavía le falta mejorar en proyección, supo brillar en todas sus intervenciones y firmar un cuarto acto con una canción del sauce impoluta y un Ave María convincente y técnicamente irreprochable. Carl Tanner ofreció tosquedad tímbrica, a pesar de la facilidad en el registro superior, seguridad técnica y actuación convencional, sin destacar ni por virtuosismo ni por defectos especiales en sus momentos clave. Tampoco descolló el Jago del también debutante Ivan Inverardi, un barítono italiano de voz correcta quien no supo encontrar el magnetismo inherente al rol que la música y el libreto ofrecen para un cantante-actor que se precie. En los roles secundarios hubo un poco de todo, desde los profesionales y solventes Roderigo de Vicenç Esteve o el Montano de Damián del Castillo, pasando por la discreción de la Emilia de Olesya Petrova a los impersonales Cassio de Alexey Dolgov y Lodovico de Roman Ialcic. De nuevo incomprensión ante un reparto donde no se entiende por qué se no se contrata a cantantes de aquí que seguramente hubieran demostrado mejor dicción y mayor credibilidad escénica. Discreto y gris homenaje del Liceu pues al 400 aniversario de la muerte de Shakespeare, a la espera del Otello rossiniano en versión de concierto que se intercalará estos días como complemento a la efeméride.