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Madrid revisited

Madrid. 20/05/16. Teatro de la Zarzuela. Obras de Chueca y Barbieri. Luis Cansino (Caballero de Gracia / Policía). María Rey-Joly (Merche / Menegilda). Amparo Navarro (El Elíseo). Paco León (Paco). Amelia Font (Doña Virtudes). Ángel Ruiz (Rata primero / Neptuno / Sietemesino / Doctor Bartomeu). Carlos Crooke (Rata segundo). Pedro Quiralte (Rata tercero). Entre otros. Coro del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid. José María Moreno, dirección musical. Miguel del Arco, dirección de escena.

Miguel del Arco lo ha vuelto a hacer. Ha triunfado una vez más y en esta ocasión con un género que a priori le era ajeno. La sombra de Pinamonti es alargada y pesará sobre los próximos directores artísticos del Teatro de la Zarzuela, que serán medidos por la “vara Pinamonti”, Daniel Bianco incluido. Lo del italiano fue una apuesta clara por los directores de escena españoles. Todo desafío tiene sus riesgos y si bien se pinchó en hueso con una Ana Zamora superada por Carmen y su mundo, y Viento es la dicha de Amor de Andrés Lima quedó lastrado por las pésimas actuaciones, con Miguel del Arco todo ha sido bien diferente.
El madrileño, que acaba de firmar un Hamlet extraordinario en el Teatro de la Comedia, junto con parte de su habitual equipo técnico de Kamikaze producciones, revisita Madrid en un viaje tan onírico como histórico. Una “Fantasía musical onírico-alegórica” donde se reparte y departe con todo el mundo. Aquí hay para todos, como siempre en el Género chico; y aunque en la presentación de esta producción a la prensa, tratando de hacer ver lo diferente se cayó en ciertos lugares comunes, lo cierto es que esta revisión de las obras de Chueca trasciende, se distingue y diferencia, para finalmente acabar diciendo lo mismo. Y eso es lo positivo y lo que es de agradecer. Esto es, se cambia un tanto (bastante) el continente pero no el contenido y el resultado es de rabiosa actualidad, con un tratamiento de la parte hablada muy alejado de la superficialidad en la que a menudo se cae en la revisión de los diálogos en la zarzuela cuando se trata de ponerlos al día. Sobre el escenario se dan cita un sinfín de personajes históricos que pasaron por la Villa y Corte, sustentados en infinidad de ocasiones sobre sus propias palabras. La labor de recopilación es asombrosa, incluso apabullante, tanto que en alguna ocasión la moralina se queda algo larga cuando el mensaje en sí ya se ha transmitido y ha sido bien recibido por el espectador. Háganse a la idea de que tienen voz personajes como Cánovas, Sagasta, Pablo Iglesias, Pardo Bazán, Lerroux o Bartomeu, todos con el mismo mensaje de fondo sobre la sociedad y su paralelismo con la actualidad, por lo que reincidencia puede hacerse pesada si no se hilvana correctamente, cosa que por suerte sucede y la primera hora y media pasa del tirón. A ello ayuda la impagable labor de Paco León como hilo conductor. Qué difícil es hacer reír y que sencillo lo hace León. Un cómico como la copa de un pino.

Quizá sí se haya caído en un mal habitual de quien se acerca a la zarzuela sin demasiado conocimiento de causa: explicar en demasía. Mal menor para el público que acude por primera vez a la Calle Jovellanos, pero algo mayor para el resto, que como bien afirmaba Nono: “Amamos el confort, la repetición, los mitos; amamos escuchar siempre la misma cosa, con sus pequeñas diferencias que nos permiten demostrar nuestra inteligencia”. En ello ha consistido la ópera, la zarzuela durante siglos, alejada de la incomodidad del teatro, la lírica ha servido para mentirnos sobre nuestro intelecto, y si se nos describe todo lo que sucede sobre el escenario, aunque acabe derivando en gag, sentimos que sólo hemos entrado al teatro por aquello del “pan para el pueblo”. El mismo Miguel del Arco nos lo dice a la cara a través de las palabras de Barbieri, recordando que el fin esencial del teatro es la diversión… para cargar luego contra los puristas, los cuales (los menos) ya habían abandonado el teatro en el descanso. Ya digo, este público aún no está muy acostumbrado a que le incomoden. El resto aplaudió cada número, cada cuadro, interrumpiendo incluso la acción y terminó en pie en una atronadora ovación pocas veces escuchadas en un estreno.

¿Cómo “incomoda” Miguel del Arco? No presenta desde luego un programa doble tradicional sino un mix de partituras de Chueca (La Gran Vía / El año pasado por agua / Luces y sombras) y Barbieri (El Barberillo de Lavapiés), en el que acaba sonando la Marcha imperial de Star Wars mientras surge la figura de una Doña Virtudes, de gran parecido con Esperanza Aguirre y mantilla echada, magníficamente bien cantada e interpretada por Amelia Font. Una vuelta a todo para estar de vuelta de todo, con mucho color y gran energía escénica, con exquisito trabajo de Joan Rodón en el Diseño de Vídeo y, como de costumbre, una sobresaliente labor de vestuario de Pedro Moreno, con arrebatadores figurines para las Calles. Como dice Voltaire en esta versión a través de Machado (!): Los españoles sabemos hacer bien tres cosas: el amor, la guerra y el tonto. Y en esta versión se ha puesto mucho amor y mucha guerra para hacer muy bien el tonto.

La dirección de José María Moreno al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid se ralentiza en pro de los cantantes y la dirección escénica, por lo que el resultado final queda algo desdibujado, si bien la atención al escenario fue, evidentemente, mayúscula. Estupendo por su parte el reparto de cantantes, desde Isabella Gaudí y Ángel Ruiz como La Gomosa y El Sietemesino junto a otros personajes, a la adecuada María Rey-Joly en el doble papel de Merche / La Menegilda; pasando por el lujo escénico que son Luis Cansino como Caballero de Gracia, con chispa y voz por doquier, y Amparo Navarro como El Elíseo, donde el único pero que puede ponérsele es que sólo se le reserve el último número de la función.
Mención especial para el Coro del Teatro de la Zarzuela, especialmente su sección femenina, siempre implicada, siempre impecable y que aquí, una vez más, ha transmitido auténtica alegría de vivir.

Y es que es eso, este ¡Cómo está Madriz! es pura y llana alegría de vivir.

 

Foto: Bernardo Díaz.