didonato

Angel of America

Barcelona. 27/05/2016. Gran Teatre del Liceu. Obras de Luna, Ravel, Rossini y Granados, entre otros. Joyce DiDonato, mezzosoprano. Craig Terry, piano.

En medio de las exitosas funciones de I Capuleti e i Montecchi, de Bellini, que la mediática y querida mezzo Joyce DiDonato, está protagonizando estos días en el Liceu de Barcelona, se presentó este recital a piano. Aunque sería más correcto matizar, que ha sido al revés, pues el recital estaba anunciado desde inicios de la temporada, y su participación en I Capuleti como Romeo, sólo se confirmó a posteriori, debido a la cancelación de la prevista inicialmente, Elina Garanca, la gran mezzo letona. Contrastes del destino, una Garanca a la que muchos han echado de menos, pero que el carisma y sapiencia belcantista de DiDonato han sabido suplir con nota. Así pues la mezzo actual más mediática de los EE.UU. se presentó con el programa previsto, un paseo por diferentes ámbitos y estilos musicales, desde la zarzuela, pasando por la chanson francesa, el belcanto italiano, la canción española, las arie antiche italianas e incluso, en los bises, el lied alemán y la canción norteamericana…pero no hay que adelantarse. Con su encanto personal a flor de piel, la Yankeediva, inició el recital con la romanza "De España vengo" de El niño judío de Pablo Luna, una pieza, que teniendo en cuenta el clima nacionalista de Catalunya en los últimos años, y teniendo una letra que comienza diciendo “De España vengo… soy española”, se podría decir que no fue el inicio más feliz, en un escenario como el del Liceu. Inteligente y viva, DiDonato que cantó con un español correcto, haciendo uso de la facilidad de su coloratura y con un Craig Terry que empezó algo borroso a las teclas, al acabar, se dirigió enseguida al público agradeciendo la asistencia de un respetable que rozaba el 90% del aforo, para decir que si hubiera encontrado una pieza en catalán, por el estilo de la romanza de Luna, la hubiera cantado…vamos que muy bien asesorada no estaba pues podría haber cantado perfectamente una romanza en catalán de Cançó d’amor i de guerra sin ir más lejos, pero no se trata de politizar un recital y no hay que ir más allá de una de las lecturas clave del recital, el show DiDonato.

Es la mezzo un compendio de muchas de las mejores virtudes de los artistas estadounidenses, comunicación directa con el público, sentido del espectáculo, naturalidad en el escenario, personalidad vocal y esa mezcla, a veces imposible, de unir un programa de naturaleza kitsch, con la conducción del mismo, no solo como intérprete, sino también como presentadora, dirigiéndose a público al final de cada pieza y buscando siempre la complicidad del mismo, con sus encantos antes mencionados. Un arma de doble filo al fin y al cabo, pues si con la romanza, la complicidad la tuvo a medias, con la hermosa y exótica Scheherazade raveliana, no acabó de conseguir el buscado ambiente onírico orientalizante de la música, no por un estilo adecuado y cuidado, sino más bien por un instrumento con tendencia a los sonidos fijos, que más que la sensualidad y hondura que le hubiera dado una voz más carnosa y densa, se centró en dibujar una atmósfera más impresionista que sensual. DiDonato es una artista inteligente y de recursos, su presencia escénica tiene ángel y su simpatía desborda siempre el escenario, pero en lo que al canto específico se refiere, la voz tiene alguna carencias que el repertorio no pudo ocultar. Si con la Sheherezade, como se ha dicho, fue más sensorial que sensual, y esto se podría interpretar como un sello propio, con la última pieza, el aria Bel raggio lusinghier de la ópera Semiramide de Rossini, lo mejor y lo peor de su actuación se dio con la misma intensidad. DiDonato no hay duda que es una de las mejores cantantes belcantistas de su generación, sobretodo con el repertorio barroco, Händel a la cabeza, más Rossini como caballo de batalla, su Cenerentola con Juan Diego Flórez (temporada 2007/2008), es de lo mejor que ha visto el teatro de las Ramblas desde su reapertura en 1999. La cuestión es que desde hace unos años aquí, la mezzo de Kansas ha incorporado a su repertorio algunos roles que no son exactamente los que a priori le van mejor con su vocalidad, Maria Stuarda de Donizetti, vista en el Liceu en la temporada del año pasado, es el último notable testimonio de esto. Así pues, con nuevos roles dramáticos añadidos esta temporada (Werther, en París y próximamente en Londres), tiene previsto debutar Semiramide en el rol de soprano titular, el próximo año en Munich, con lo que cerró la primera parte con el aria más famosa de la ópera. Coloratura fluida, notas claras y fiato trabajado, adecuación estilística notable, dicción, media voces…pero también los mencionados sonidos fijos, notas del registro agudo superior apretadas y justas, pero lo peor de todo fue el final, un agudo calado de afinación imprecisa que emborronó todo el buen trabajo belcantista mostrado. Con este agridulce sabor de boca cerró la Diva la primera parte.

Tres hermosas tonadillas de Granados sirvieron en la segunda parte para mostrar a una mezzo con la voz más centrada, sin sufrir con la tesitura, con expresión y sutilidad, a pesar de un castellano, visiblemente cuidado, pero de dicción mejorable y articulación no del todo clara. El piano de Craig Terry también apareció más centrado, con una digitación cuidada y vaporosa, y sobretodo una atención mayúscula con acompañar y envolver la voz de Joyce con mimo y pulcritud sonora. De nuevo un cambio de ciento ochenta grados llevó a la mezzo de las melodías españolas de Granados a uno de los hits barrocos más icónicos del repertorio. Fue la cúspide de un recital algo extraño, por la mezcla de géneros, pero donde Joyce y Terry consiguieron tocar el alma de un público que se mantuvo en vilo los casi siete minutos que duró un Lascia ch’io pianga que pareció parar el tiempo. Serenidad, veracidad en el texto y la expresión, nobleza del canto y esa extraña profundidad que Händel logra en momentos como el aria citada, donde la atmósfera y el pathos se funden en uno. Aquí la voz no sufrió, DiDonato desplegó lo mejor de su personalidad artística con la madurez del dominio de un estilo que no debería abandonar en aras de otros repertorios menos favorables y sobretodo más implacables con su instrumento. Con el Liceu entregado a la magia barroca de Händel, Joyce se dirigió a los estudiantes de canto que estaban entre la audencia y volvió a ponerse el público en el bolsillo, dedicando tres de las arie antiche que todos los estudiantes de canto han interpretado al inicio de su carreras al menos en alguna ocasión: Caro mío ben de Giordani, Se tu m’ami de Pergolesi y Star vicino. La sorpresa vino de la mano de los arreglos pianísticos de Terry, quien derivó el acompañamiento a cotas de inspiración jazzística de grato y sorprendente resultado, un logro musical que dejó a todo el público, de nuevo, en una nube. El recital estaba ya en camino de acabar en éxito, cuando, repitiendo el esquema del final de la primera parte, una nueva aria de Rossini, esta vez de La dona del lago, la famosa Di tanti palpiti del personaje de Elena (soprano), volvió a poner entre las cuerdas, y nunca menor dicho, el instrumento de DiDonato. Justa en los agudos, con un constante vibrato que afeó su registro superior, en contraste con un legato notable, un fraseo esculpido y una coloratura siempre fácil y expresiva, con ornamentaciones en todo el registro y cambios de color. Acabó con un agudo calado, desafinado y falto de esmalte…Un recital no lo hacen una nota mal dada, ni incluso dos, pero es una lástima que una artista del encanto de DiDonato cerrara el programa oficial de esa manera. El público rendido a su Diva, un verdadero Ángel de América, vio recompensada su calidez en los aplausos, con tres contrastados bises, la cabaretera canción I love a piano de Irving Berlin, la crepuscular Morgen de Strauss y la cinematográfica Somewhere over the rainbow, del Mago de Oz. Joyce reinó como artista de personalidad imborrable, lástima que su instrumento no siempre esté a la altura de su grandeza interpretativa.